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Conectados es mucho mejor

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cabeza de turco 

Es sencillo, los que escribimos en la era digital linkeamos con gente que nos comenta lo que decimos de maneras extremas, agradables o agresivas

Eso, a veces me afecta, otras veces me importa un pito. Llega un momento que uno detecta la buena onda, la crítica militante, al que aporta un disenso con buena fe y al imbécil de turno.

A veces, lo mejor es ponerse lejos por un rato. Es como una desintoxicación ante el exceso de noticias, gritos, militancias pedestres, puñaladas y engaños dialécticos que se tejen por allí. En ese momento -de distancia- vuelvo a escribir más liberado nuevamente. Y vuelvo a gritar. Hermoso. Escribir es un acto introspectivo que luego se hace externo (o no).

Escribir, en realidad, es mejor que hablar como dice Haruki Murakami, o deja entrever con su genial libro “De qué hablo cuando hablo de escribir”. En algún sentido, los que escribimos, ordenamos el pensamiento y lo encuadramos en reglas predeterminadas. Luego, soñamos en convencer de algo al lector, y finalmente aspiramos a que lo que se escribe quede en el disco duro mental de alguno, esos son los deseos reales del escribidor: conmover. Por eso, las imágenes son tan poderosas, por eso los que escriben y los que leen somos menos en términos del ayer. De seguro se esté escribiendo de una manera nueva desde las redes sociales y allí aparece una literatura -desconocida- a la que conocimos nosotros.

No siempre se tienen cosas para decir que tengan la relevancia del caso, pero los que escribimos -igual que los que aman otras artes- lo hacemos de manera obsesiva y regular. A mí no me cansa escribir, me gusta, sin embargo me gusta también hablar y dar charlas (o dar clases). Hablar es fácil, escribir requiere bajar la pelota. Escribir es viajar dentro de uno; hablar es otra cosa.

Está lleno de trabajos en los que el desgaste de energía no paga la pena. Sin embargo las pasiones son así. Escribir es liberador, sí, puede agotar, cuando uno está terminando un libro es como una maldición. Usted goza leyendo, yo gozo escribiendo. Si escribir es un asunto de bajas pasiones, de odios supremos, de gente que se cree Robespierre (le tendría miedo a la mirada de ese demente) no está bueno entonces.

Hay mucha gente que me gusta cómo escribe aunque no siempre me gusta todo lo que escribe (Mario Vargas Llosa por ejemplo, me confunde su literatura con su militancia, a veces me irrita su dogma extremo).

Nadie es perfecto y nadie está diez puntos siempre. Nos equivocamos, nos excedemos, nos alienamos (cuando nos gana la pasión, yo derrapo cuando me saturan los energúmenos) y es muy probable que uno se desborde y por eso haga explotar pensamientos irritantes. Es más, en la búsqueda de la verdad se ingresa en el terreno de la caricaturización y eso es peligroso. Hasta ofensivo, lo tengo claro. Si lo sabré que en alguna época de mi vida me dolían las miradas del otro (yo no era ningún bebé de pecho tampoco, lo aclaro por las dudas). Ahora, francamente, llegué una altura de la vida en que veo pasar los enojos, el odio y la mala onda casi con estilo Gandhiano. De veras, llega un punto en que bye, bye. Uno es grande, escribe y piensa lo que se le da la gana.

Es verdad, no hay tantas plumas dedicadas a este asunto. Porque esto que usted lee, no es un tiro al viento, si lo fuera sería un mamarracho y usted no lo leería ni para gozar, ni para refunfuñar. Lleva revisiones, más revisiones, tiradas para atrás, para adelante y vuelta a revisar. Lo genial del enojo de muchos, es que esa ira (ellos no lo saben, ¡diosos!) es la que alimenta la llama. El día que no ladren estaré errando el camino. Y si usted se asocia, alguna vez, a mi frecuencia de onda, es simple: he logrado mi objetivo por un rato y logramos conectar algo de energía juntos. Gracias por la conexión.

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