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Conectados a la matriz

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Celulares

DE PORTADA

Ahora que todos andamos con un smartphone en la mano, ¿hasta dónde es saludable estar todo el tiempo pendientes de la pantalla?

"Agarraba el celular a cada rato, para ver si tenía algo. Y recién ahí me acordaba que no tenía conexión. En total estuve un día y medio así, y llevaba el celular a todos lados en la cartera. Lo podría haber dejado en el hotel, daba igual. Pero lo llevaba conmigo y lo miraba muchas veces. Era como una dependencia. Por ejemplo, iba a la playa y cuando salía del agua lo miraba. Luego de caminar por la orilla, volvía y lo miraba. Y todo eso sabiendo que no tenía conexión y que no me iban a llegar mensajes".

Virginia Martínez, productora de televisión, recuerda cómo fue estar de vacaciones en Colombia y —durante un día y medio— estar sin cobertura de telefonía celular, desconectada del "mundo". Le llamó la atención, además, que los colombianos a su alrededor no estuvieran tan pendientes de sus teléfonos como ella.

Tal vez, la actitud más relajada de los locales se debía a que vivían del turismo. Las vacaciones tienen un ritmo más sosegado. O tal vez era que no había una cobertura telefónica tan extendida. Pero en Uruguay, donde quedan pocas zonas urbanas o costeras donde no llegue la señal telefónica, es complicado estar del todo desenchufados.

De hecho, estamos cada vez más conectados. Según el último estudio Perfil del internauta uruguayo, presentado anualmente por la consultora Radar, casi la totalidad de los hogares (94%) cuenta con al menos un dispositivo con conexión a Internet, ocho de cada 10 uruguayos son usuarios de Internet y dos tercios de los hogares tienen cobertura WiFi.

El psicólogo e investigador Roberto Balaguer —coautor del libro Hiperconectados, 2014 y autor de Vivir en la nube, publicado este año— dice que ya no hay vuelta atrás. Todas las fuentes consultadas para esta nota coinciden en lo irreversible de ese proceso, aunque contemplan el fenómeno desde ópticas diversas, y con matices.

Pero si nos permitimos un poco de actitud distópica, parecería que nos dirigimos hacia la premisa de la saga cinematográfica de ciencia ficción Matrix: todos conectados a una gran Matriz (Internet) que nos proporciona todos los estímulos que queramos o pensemos necesitar.

Hasta hace muy poco, esa conexión se realizaba a través de computadoras de escritorio o portátiles, pero desde la explosión de los smartphones, casi todos andamos constantemente conectados a esa matriz llena de textos, imágenes, música y videos.

Las consecuencias de estar siempre conectados son múltiples. Están, claro, las positivas: se accede casi instantáneamente a toda la información disponible en el mundo. Hay muchas posibilidades de contactar a otras personas, tanto para relaciones de amor como amistad. Las distancias se acortan, es posible llevar adelante campañas políticas (o de otra índole), ser un canal de televisión o estación de radio, entre muchas otras cosas.

La frase

Roberto Balaguer
Bulimia informativa"Accedemos a un caudal de datos irrelevantes para nuestras vidas pero, sin embargo, no podemos parar de consumir. De eso se trata la bulimia informativa: es la dificultad para poner freno al atracón compulsivo de datos que satura, en este caso, la mente".

Pero como también se sabe, la red tiene múltiples callejones y hay quienes temen que estos no tengan salida. El propio Balaguer señala en Vivir en la nube, que cada día se consume mucha más información de la que se necesita y se puede asimilar, un fenómeno que en el libro denomina "bulimia informativa": "Accedemos a un caudal de datos irrelevantes para nuestras vidas pero, sin embargo, no podemos parar de consumir. De eso se trata la bulimia informativa: es la dificultad para poner freno al atracón compulsivo de datos que satura, en este caso, la mente".

Cualquiera que haya realizado una maratónica sesión de capítulos de una serie televisiva a través de un servicio de streaming reconocerá la compulsión a la que se refiere Balaguer.

Esa bulimia informativa es la que produce el fenómeno "Fear Of Missing Out" (FOMO): la angustia o el miedo por perderse de algo importante. En definitiva, el temor de sentirse excluido de los acontecimientos importantes del mundo. Incluso con un smartphone de última generación y canilla libre de Internet puede producirse esa ansiedad, porque siempre está pasando algo interesante en algún lado.

En un estudio llevado a cabo por la Universidad de Jaén en España, se afirma: "Los smartphones, más allá de funcionar como meros facilitadores de la comunicación interpersonal, proporcionan una amplia gama de servicios relacionados con el ocio (juegos, música, televisión), la información (buscadores, blog especializados) y la comunicación social a través de las redes (Twitter, Facebook, Instagram, Tinder). Esta versatilidad y funcionalidad (basada en gran parte en su carácter inalámbrico) convierte al smartphone en una de las tecnologías con mayor impacto en la vida cotidiana y las relaciones sociales, ampliando el propio significado de las mismas".

Ese resumen es otro de los indicios de la creciente necesidad y dependencia de estar conectados, tanto a la red o a otras personas a través de diferentes dispositivos como los teléfonos, las tablets o las computadoras.

Al fenómeno FOMO se le suma otro factor: las gratificaciones que sentimos cuando compartimos algo en una red social como Facebook, Twitter o Instagram. La psicóloga Laura Batalla dice que "el efecto neuropsicológico de los 'Me gusta' tienen el mismo pegue que una sustancia adictiva".

El estudio ya citado de la Universidad de Jaén elaboró una medida para ilustrar esta adicción en el caso del celular: la Escala de Dependencia y Adicción al Smartphone, o EDAS. Y cuanto más joven es la persona con acceso a un smartphone, más adicción: "El grupo conformado por personas con rango de edad entre 18 y 21 años mostró un uso más problemático que los otros dos grupos de edad (22-24 y 25-40). Por tanto, aunque queda verificada la expansión del móvil inteligente entre la población adulta, su utilización nociva continúa dándose con más frecuencia entre los usuarios más jóvenes", es una de las conclusiones del estudio.

Para Batalla, de todas maneras, "no todas las personas se relacionan de la misma manera. La adicción es un conjunto de elementos entre las sustancias y las personas. No todos se vuelven adictos", comenta.

Por otra parte, el director del Plan Ceibal, Miguel Brechner, dice no estar seguro que estemos cada vez más conectados. "No estoy tan convencido que vamos a estar conectados siempre. Este también es un fenómeno de olas, va y viene. Pero sin duda que estamos más pendientes de lo que ocurre en nuestros dispositivos".

El empresario y experto en tecnologías de la información Pablo Brenner —que todos los años organiza los encuentros Punta Tech Meetup— recuerda que antes el gran temor era la televisión: "Íbamos a estar pegados a la pantalla de la tele. Hoy ya no es así. A un joven hoy le parece ridículo ponerse a mirar un contenido a la hora que lo decidió un gerente de programación de un canal de televisión. No tengo una visión negativa, y creo que vamos a estar cada vez más conectados, solo que no nos vamos a dar cuenta de que lo estamos".

Brechner piensa además que en algún momento empezaremos a ir en la dirección contraria a la cada vez más frecuente compulsión a corroborar lo que está pasando en alguna de las tantas pantallas con las que interactuamos durante el día (la empresa estadounidense dscout hizo un estudio con 94 sujetos que arrojó que, en promedio, tocaron la pantalla de su celular más de 2.000 veces por día). "Creo que estamos revisando nuestros hábitos respecto a la tecnología. A mí, hoy, me preocupa mucho más el tema de la privacidad, y sus garantías, que hace diez años".

El profesor titular del Instituto de Psicología Social de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, Alejandro Raggio, dijo a Domingo que aunque no tiene una postura apocalíptica respecto al acceso a la tecnología digital, aún así tomó medidas para limitar su acceso a la web. Entre otras cosas, borró la aplicación de Facebook en su celular. "Me daba cuenta de que perdía el tiempo, que pasaba mucho más tiempo en esa red social que lo que pensaba". Y no se sumó a otras redes sociales, porque con una ya tiene "bastante trabajo".

Para él, conectarse a la web tiene múltiples ventajas, tanto para la coordinación académica con otros docentes y alumnos, como el aprendizaje puro y duro en un entorno virtual. "Creo que hay dos preguntas que son fundamentales hacerse. ¿Qué hacemos cuando estamos conectados? y ¿Cómo nos vinculamos cuando estamos conectados?".

Balaguer, por su parte, dice que hay que cuestionarse por la relevancia de la actividad online. "Con una mano en el corazón, hay que interrogarse sobre si eso que estamos haciendo cuando estamos conectados es relevante. Cuando uno se hace esa pregunta, hay muchas cosas que suceden en la conexión que claramente quedan en la vereda de la irrelevancia".

El problema, agrega el experto, está en que "nos gusta que nos piensen, que nos mencionen, que estén pendientes de nosotros. El mundo de la conexión nos ofrece, justamente esas cosas". Los teléfonos inteligentes, entonces, nos validan según este postulado.

En esta instancia se puede volver a las dos preguntas planteadas por Raggio. Y para Balaguer, las respuestas deseables están en la calidad de los vínculos: "Para que haya una conexión que sea fructífera, tiene que haber vínculos que ofrezcan profundidad, cosas de valor. Si no, seguiremos conectados al celular, porque aquellos vínculos que se dan a través de la tecnología y las redes sociales te pueden involucrar a un nivel narcisista, pero no a nivel emocional".

Para Batalla, una de las claves está en la autorregulación. "Hay que aprender a autorregularse, no solo por nosotros mismos sino también por el ejemplo que le damos a nuestros hijos o nietos. Ellos nos ven vivir y aprenden de eso. Hay que ser coherentes con nosotros mismos para que podamos dar el ejemplo. Si una madre o padre rezonga a sus hijos por estar todo el día pegados a la pantalla, no puede estar mirando el celular todo el tiempo. El niño, y sobre todo el adolescente, detecta muy rápidamente esa incoherencia".

Tanto ella como otros entendidos en esto son conscientes que no es fácil distinguir lo relevante de lo banal, y que tener una actitud más sofisticada respecto a estar conectados tampoco es sencillo. Son cosas que llevan tiempo, y que implican un esfuerzo y un aprendizaje.

Más allá de la posibilidad —o la probabilidad— de superar el encantamiento que se vive actualmente con los smartphones, una postura más analítica y respecto a la cantidad y calidad del tiempo dedicado a la vida online puede tal vez redundar en una sensación de autonomía y empoderamiento.

Todo lo contrario a lo que se siente a menudo: que somos pequeñas e intercambiables piezas en la gran matriz digital, súbditos de una constelación de sistemas diseñados para seducirnos, distraernos y refugiarnos en vínculos virtuales.

Desenchufados por la ley

La "Ley El Khomri", aprobada a principios de este año en Francia y bautizada así por la entonces ministra de Trabajo, estipula entre otras cosas que uno tiene derecho a "desconectarse". La norma "crea un derecho para los asalariados y una obligación para las grandes empresas, al regular el uso de las tecnologías de la comunicación (mensajerías y correos electrónicos o teléfonos móviles) para garantizar el respeto del tiempo de descanso y de las vacaciones".

Tips para la resistencia a la conexión

Hay varias maneras de imponerse algunos límites para no sentir que se pierde el tiempo (o algo peor) estando conectados. En un estudio realizado por la Asociación Estadounidense de Psicología, publicado en marzo, se recomiendan algunas medidas.

Dejar solo las funciones que se consideren indispensables instaladas en el teléfono.

No consultar el teléfono cuando uno se despierta. Tratar de aguantar cada vez más antes de cada consulta.

Dejar claro a amigos, familia e incluso jerarquías laborales que no se van a contestar mensajes inmediatamente, ni a cualquier hora.

Silenciar las notificaciones de redes sociales y aplicaciones de mensajería instantánea.

No usar el teléfono antes de dormir. Si se va a usar, bajarle el brillo a la pantalla. Dejar el teléfono lejos de la cama.

Ser activo en redes sociales, no solo consumir pasivamente lo que otros publican.

Una mirada filosófica sobre lo virtual y la vida en línea

Byung-Chul Han
Byung-Chul Han. Foto: Isabella Gresser

Byun Chul-Han es el filósofo de moda actualmente. Nacido en Corea del Sur en 1959, iba a ser metalúrgico, pero su vocación era la literatura. Cuando se mudó a Alemania descubrió la filosofía y cambió otra vez de rumbo. Es un filósofo de la brevedad (algunos de sus libros no llegan ni a 100 páginas), y uno de sus temas de reflexión preferidos es el de Internet y sus redes sociales, de las cuales es muy crítico. Muy grosso modo, se podría resumir uno de sus postulados de la siguiente manera: ya no es posible el cambio radical (una revolución) del mundo porque se ha internalizado el mecanismo de la explotación y la coerción. El individuo ha hecho de sí mismo el objeto a explotar, ya no es un sujeto, sino un "recurso" más. Y ya no es necesario recurrir a la fuerza o el poder para someter a alguien. El mercado le vende un smartphone y listo.  Algunas citas de Chul-Han al respecto, todas del libro Psicopolítica (Herder, $590):

"Aquí no se tortura, sino que se tuitea o postea […] En lugar de confesiones obtenidas con tortura, tiene lugar un desnudamiento voluntario. El smartphone sustituye a la cámara de tortura".

"La sociedad del control digital hace un uso intensivo de la libertad. […] La dominación aumenta su eficacia al delegar a cada uno la vigilancia. El Me gusta es el amén digital. Cuando hacemos clic en Me gusta nos sometemos a un entramado de dominación. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil".

"Hoy se trata a los hombres y se comercia con ellos como paquetes de datos susceptibles de ser explotados económicamente. Ellos mismos devienen mercancía. El Big Brother y el Big Deal se alían. El Estado vigilante y el mercado se fusionan".

LOS RENEGADOS

De crear a combatir

El creador de la función "Me gusta" en Facebook, Justin Rosenstein, no tiene ninguna aplicación de redes sociales en su teléfono. Según cuenta una nota publicada esta semana en el medio británico The Guardian, Rosenstein —que además fue uno del equipo que desarrolló el Gchat de Google— le pidió a un asistente que le pusiera un control parental a su nuevo celular, para no poder bajar ningún tipo de aplicación. De acuerdo a esa misma nota, el creador de la famosa función en Facebook forma parte de un grupúsculo de técnicos y desarrolladores que antes estaban en puestos clave de la industria tecnológica y que, ahora, son críticos de las consecuencias que conlleva el acelerado desarrollo de esa industria. "Todo el mundo está distraído. Todo el tiempo", resume Rosenstein.

Otra voz crítica es la de Tristan Harris, exgerente de Google: "Nuestras mentes pueden ser secuestradas. Nuestras elecciones no son tan libres como creemos", afirma.

Loren Brichter, quien inventó la función "arrastre-para-actualizar" —que empezó a usarse en Twitter y luego fue replicada en muchas otras aplicaciones— también forma parte de este grupo y dijo que nunca quiso diseñar algo que pudiese ser adictivo, pero admitió que su invento puede ser comparado con el mecanismo empleado en las máquinas tragamonedas. "Tengo dos hijos, y me arrepiento de cada minuto en el cual no estoy con ellos porque mi celular me chupó". Brichter también tomó varias medidas para no ser secuestrado por su smartphone, como dejarlo cargando a partir de las 19 horas en la cocina, lejos de su habitación. Y no lo toca hasta el día siguiente.

Nir Eyal es un "gurú" del diseño de comportamiento —o cómo hacer que uno se enganche con un producto— y ha escrito varios libros sobre el tema. Eyal asesora a empresas de tecnología en diseño de comportamiento y tal vez por ser consciente de las capacidades desplegadas en la web para captar la atención es que —como él mismo dice en una de sus conferencias— instaló en su casa un dispositivo que regularmente le corta a él y a toda su familia el acceso a Internet. "Para recordarnos que no somos impotentes. El control es nuestro".

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