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Intelectuales e intelectualas

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intelectual, filosofía

COLUMNA — CABEZA DE TURCO

Washington Abdala 

Hay un mundo insoportable de intelectuales —de diversa índole— que consideran que poseen una percepción aguda, elevada y superior a la del resto de los simples mortales.

Está el intelectual de izquierda o de derecha, da igual. Son gente atada a dogmas que cree que hay metodologías en cada caverna —en las que habitan— que les permite predecir y sugerir el camino a recorrer por la humanidad. Nunca entendieron que el ser humano es contradicción, razón e irracionalidad, riesgo, alguna certeza y nada de eso se puede compendiar en forma de manual. Por suerte los estudiosos del cerebro empiezan a arrojar luz sobre esto.

Están también los intelectuales de pacotilla, o las intelectualas de pacotilla, son quienes leyeron tres libros, posan de poseer un relato propio y son solo repetidores de consignas de moda. La gente seria sabe que no son nada relevante que vaya a cambiar la humanidad. Pero están allí, y como “escribe” cualquiera en el planeta, y cualquiera dice la idiotez del momento, ellos emergen. Sus discursos son moralinescos, claro, y sus vidas no se acompasan con sus prédicas. No se le puede pedir coherencia al intelectual trucho o a la intelectuala (generalmente burgueses que levantan el puño y nunca sudaron demasiado para llegar a fin de mes).

Tenemos también al intelectual encerrado en su círculo analítico. Son especímenes raros, gente que de veras construyó su película, convencidos que desde sus visiones todo se juega allí. Algunos logran permear a la sociedad con sus aportes y pueden ser intérpretes de su tiempo. Algunos.

Los mejores intelectuales siempre han sido bichos raros para el común de la gente. Han pasado por locos, por excéntricos o por traidores, básicamente porque el intelectual real es un dicente de verdades, un analista que enjuicia y condena a la mentira. Y como las sociedades no gustan de que se les espete la verdad en el rostro, los matan, los excluyen, los proscriben y al final del camino -cuando ya lo destruyeron- les ponen su nombre a alguna calle para redimir el pecado. Cinismo.

Sócrates no mentía, si lo hubiera hecho se habría salvado. Su muerte es el ejemplo vívido del intelectual que hasta el final sostiene su visión del mundo, cueste lo que cueste. Heidegger camanduleó, sobrevivió habiendo sido lo que fue. No es sencillo entenderlo sabiendo que una parte de su vida obedeció y aplaudió al relato criminal.

¿Le podemos creer al converso a la causa humanista cuando ayer fue un instigador de planteos totalitarios? Yo qué sé. Dependerá de cada uno de nosotros esa apertura, de la percepción que tengamos sobre la gente y de lo que estamos percibiendo. Los humanos suelen ser bichos no siempre estimulantes. Mirar Venezuela y Siria alcanza para advertir cuándo lo bestial gana sobre lo humano. Todos lloramos ante los niños y la muerte, pero cuando llega la hora de poner el coraje para frenar la debacle aparece la miseria, el vericueto retórico y la muletilla asfixiante. Lo sabemos todos.

Cuando el marxismo era poderoso, soporté décadas de académicos marxistas que daban lecciones del mundo, enseñaban su sociología política y se ubicaban en el espinel del poder universitario con el autoderecho de creerse dueños de la verdad. Curiosamente, en lo académico, muchos de estos zombies siguen reinando de manera encubierta, ahora bajo el relato del “desencanto” y así dan un paso más hacia visiones -en el fondo- anarquistas, necias, rencorosas y odiadoras hacia lo que el humano hace por superarse (eso es la “libertad” chicos. Ganamos los libertarios, sorry).

Cuando te digan que tal intelectual vale la pena oírlo, dudá, sabé que muchos venden pasta de dientes berreta y que no aportarán nada a la humanidad excepto un conjunto de sandeces propias de seres egocéntricos y estúpidos.

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