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El cineasta revelación

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El próximo domingo peleará con Relatos Salvajes por el premio de la Academia junto a otras cuatro candidatas.

Creador de la película argentina que competirá en los Oscar y de la serie de culto Los simuladores, Damián Szifrón habla de su pasión por el cine, de la violencia y de su vida de ficción y realidad.

Damián Szifron está hiperventilado. Este joven director argentino, 39 años, creador de esa ingeniosa serie de televisión llamada Los simuladores —para muchos la mejor serie del vecino país— no para de hablar. No cabe en su felicidad. Su tercera película, Relatos salvajes, se llevó el Goya a la mejor película latinoamericana, peleó por la Palma de Oro en Cannes (lo ganó un film turco) y está nominada al Oscar por Mejor Película Extranjera. Él, que tiene experiencia y sabe de qué están hechos los productos que hace (una combinación entre espectáculo comercial y beneplácito de la crítica), no esperaba tanto reconocimiento.

"No puedo parar de hablar de mí y de la película porque no quiero que haya espacio para la mala crítica", dijo en broma en Cannes frente a sus productores estrella, Pedro y Agustín Almodóvar, quienes apostaron por la delirante serie de historias que componen el film. Para quienes no la conocen (si es eso posible, ya que el éxito de taquilla la mantiene en la cartelera uruguaya desde hace seis meses), Relatos salvajes consta de seis episodios distintos, sin una conexión, pero que sí comparten el denominador común de la violencia y el hastío frente al lado oscuro y bullying de personas, grupos o empresas abusadoras e insensibles.

La primera escena transcurre arriba de un avión y Darío Grandinetti es un pasajero que no sabe que tiene muchas cosas en común con una hermosa modelo (a cargo de la actriz María Marull, en la vida real esposa de Szifrón y madre de sus dos hijas). Pero lo más importante: son odiados ambos (y más pasajeros) por la misma persona. "Es una película que visita varios aspectos de lo más profundo de lo humano, de una forma muy directa y sin solemnidad... con los deseos", opina el realizador, cerebro de este cóctel de fuertes emociones. Y continúa: "Hay un teórico del guión que redefine a los géneros, y hay un género que se llama monster in the house, por ejemplo, Tiburón, de Spielberg: el monstruo sería el tiburón y la casa, el mar —explica este director sobre lo que intentó hacer en su original propuesta—. Es un género muy popular que conecta mucho con lo cavernícola, recurre a nuestro aspecto más primitivo".

Liberación

Para el director no fue fácil conectarse con su lado salvaje para abordar este filme negro y provocador. Aunque recuerda este episodio: "Fue cerca de 2002. Hubo una pelea en un bar porque un cocinero y un mozo nos querían echar del lugar cuando teníamos la cena y el vino recién servidos. Y bueno, se inició una discusión, agredieron a mi mujer y me vi involucrado en una pelea que terminó con sangre y la policía. Es más seguro ser cobarde, pero la represión psicológica te oprime también", opina.

Y con esa frase se refiere a que a veces es bueno liberarse. "Esa noche me fui noqueado, vendado. Pero cuando me fui a dormir, descansé, entendí el placer del momento en que no importan las consecuencias. Transité ese momento de placer que experimentan los personajes cuando pierden el control. Igual, no es que lo recomiende ¿viste?..."

En la época en que tuvo esa pelea, Szifron se ocupaba de la elaboración de su serie de dos temporadas Los simuladores: una pieza maestra de la televisión latinoamericana. Una comedia-thriller acerca de un grupo de cuatro expertos profesionales (interpretados por los actores Federico DElía, Alejandro Fiore, Diego Peretti y Martín Seefeld), que montaba verdaderos operativos de inteligencia para resolverle distintos problemas a gente desvalida. Desde usureros, pasando por amantes incómodos hasta la impotencia de un presidente.

La primera película de Szifron fue En el fondo del mar, de 2001, con Dolores Fonzi como el objeto de obsesión del uruguayo Daniel Hendler, un estudiante paranoico. En 2005 realizó Tiempo de valientes, comedia policial con su viejo conocido Diego Peretti. Y al año siguiente se embarcó en una nueva serie de TV: Hermanos & detectives.

—En toda tu obra, en especial en Los simuladores y en Relatos salvajes, el humor negro juega un papel crucial. ¿Cómo trabajas la comedia?

—El humor para mí es un aspecto indiscernible de la vida y del resto de las emociones. Explicar el humor sería como explicar el amor, o la tristeza. El hombre tiene la capacidad de reírse y probablemente sea una reacción a la angustia, o una forma de superarla. No creo que seamos agresivos por naturaleza, pero cuando aparece algo que nos violenta e invade nuestro espacio, disfrutamos mucho de eliminar ese dolor. Yo creo que el humor de esta película no es algo así, tan consciente, pero me parece que tiene que ver con comprender el momento en que entiendes el placer del tipo que pierde los estribos. El placer de la novia que se abandona a su derrotero de catarsis, o del que pisa el acelerador y ve el placer de embestir al otro.

Vida de película

Damián Szifron sigue hiperventilado. Es gracioso, preciso y buen narrador de sus anécdotas y de su propia vida. También, de la vida de sus abuelos. "Ellos escaparon en tren de los nazis", dice y enarbola una mini película delante de las grabadoras y cámaras que hace pensar en la habilidad innata de este argentino para entretener y narrar. Aunque él mismo matiza: "Tuve que pasar muchos obstáculos hasta llegar a este guión de Relatos salvajes, obstáculos relacionados con la imposibilidad de terminar un proyecto. Me dediqué a escribir mucho material después de lo último que hice. Y este mecanismo del cuento breve me dio mucha libertad, porque una noche escribí un cuento, y luego otro. Y de pronto me di cuenta que tenía una película".

Y algo similar le pasó a lo largo de su vida. Porque desde los tres años, Szifron vivió una película. O más bien una vida donde la ficción y la realidad se mezclaban por culpa de su padre.

"Mi padre, Bernardo Szifron, era muy cinéfilo. Él era muy pobre de niño y para ver películas se hizo amigo del dueño de un cine, como en Cinema Paradiso, y él llevaba las latas para poder ver las funciones. Y cuando yo era niño íbamos al cine dos o tres veces a la semana, y si estaba enfermo, en cama, él me traía bolsas llenas de VHS. Luego, a mi papá le empezó a ir bien, compró cámaras súper 8. Nos filmaba y, por ejemplo, si yo aparecía montando a caballo, le ponía la música de El bueno, el malo y el feo a ese segmento. O filmaba a mi mamá en la playa y le ponía la música de Lo que el viento se llevó. Y yo veía la historia de amor de ellos. Así fue cómo la vida y el cine se empezaron a fundir de una manera inesperada".

Adicto a filmes clásicos como Superman, de Richard Dooner y La guerra de las galaxias, de George Lucas o Heidi, Szifron sabe que este germen por el cine es "culpa" casi exclusiva de su padre.

"Django, de 1966, con Franco Nero, era la película favorita de mi papá. Y años después, fuimos a ver Django sin cadenas, la última de Tarantino", cuenta el cineasta. "Fue la última vez que fuimos juntos al cine", recuerda.

Poco después de esa función, Bernardo Szifron falleció, dejándole a su hijo una vida de recuerdos y, por delante, una existencia de película como uno de los directores latinoamericanos más interesantes del Río de la Plata. *En base a El Mercurio

Un "festín" para el director

"El primer cuento es una especie de preámbulo. Ya nos coloca a los espectadores alerta para tratar de ir entendiendo cuáles son los detalles que va a ir diseminando en el territorio —dijo el actor Ricardo Darín sobre la película—. Y creo que se nutre de la verosimilitud de las cuestiones reales para poder transgredir, empujar las líneas y lanzarlas hacia, lo que para mí, es casi una sátira o un grotesco. Con los impactos de la exageración, creo que busca que nos miremos a nosotros mismos. (...) Cuando se desencadena la violencia, perdemos todos. En el fondo, se trata de una especie de festín que Damián se ha hecho a sí mismo. ¡Y nos invitó a asistir!"

¿Los simuladores al cine?

"El concepto de las series me parece fantástico, permite que el público conozca bien a los personajes, al nivel de una novela. Una película son dos, máximo tres horas y tienes que contarlo todo, en una serie ves la evolución paso a paso", dijo Szifrón, que se reconoce admirador de Breaking Bad y Mad Men. Por eso, uno de sus planes de futuro consiste en llevar a la pantalla grande su enorme éxito televisivo, la serie Los simuladores, que recibió numerosos premios y fue aclamada por la crítica. "Estamos escribiendo, hablando con productores, está en marcha. Pero quiero hacer una película que haga honor a la serie, que tenga sentido, que mejore lo hecho".

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