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De los Campos, Puente, Tournier, la firma que dibujó la fisonomía de la ciudad

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Hotel Casino San Rafael

ARQUITECTURA 

El estudio construyó durante más de siete décadas varios de los edificios y casas más característicos de Montevideo, muchas aún vigentes. Ahora su obra está compilada y analizada en un libro.

Es la firma que aparece en varios de los edificios y residencias más emblemáticas de la ciudad. La fisonomía montevideana les debe buena parte de sus rasgos más característicos. Durante más de siete décadas diseñaron y construyeron algunos de los más sólidos bastiones urbanos, muchos de ellos aún vigentes, otros ya desaparecidos.

La firma De los Campos, Puente, Tournier fue uno de los estudios de arquitectos más importantes de Uruguay. Son los padres del modernismo urbano, los creadores de algunos de los perfiles más típicos de Montevideo. El edificio Centenario en la Ciudad Vieja, la sede del Instituto de Profesores Artigas (IPA) en avenida del Libertador, el edificio de El País sobre la Plaza de Cagancha son solo algunos de estos sitios emblemáticos. Pero más allá de los límites de la ciudad este estudio creó majestuosas edificaciones como el ya desaparecido Hotel y Casino San Rafael, del más clásico estilo Tudor.

La obra de estos geniales creadores fue compilada y analizada en un primoroso volumen publicado por el Instituto de Historia de la Arquitectura, de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Udelar. El libro, que incluye abundante material fotográfico, recorre las más de siete décadas de trayectoria de la firma en un trabajo de dos años coordinado por la arquitecta e investigadora del Instituto, Laura Alemán, y un equipo de académicos que incluyó a Carlos Baldoira, Laura Cesio, Paula Gatti, Miriam Hojman, Emilio Nisivoccia, Jorge Nudelman, Nadia Ostraujov, William Rey Ashfield, Tatiana Rimbaud y Jorge Sierra Abbate.

Pero la historia de esta firma es también la de la profunda amistad que unió a tres compañeros de facultad que inauguraron su estudio allá por 1927. “Tienen una obra por un lado muy vasta, muy ecléctica, muy variada, también un poco despareja”, explica la arquitecta Alemán.

Al primer período de este trío de jóvenes creadores compuesto por Octavio de los Campos (1903-1994), Milton Puente (1904-1981) e Hipólito Torunier (1905-1968) corresponden las construcciones más vanguardistas.

En esta etapa surgen las llamadas “casas blancas”, así denominadas por Alemán “que no son blancas de veras sino límpidas, aéreas, despejadas”.

Algunas de las fincas más emblemáticas de esta época aún pueden verse con algunas modificaciones. Tales los casos de la Casa Perotti, ubicada en José Ellauri y Martí; o la Casa Dighiero, ubicada Tomás Diago y Solano Antuña; o la Casa Seoane, sobre 21 de Setiembre y Francisco Vidal. A esta misma línea también pertenece el edificio Centenario, ubicado en 25 de Mayo e Ituzaingó, declarada Patrimonio Histórico en 1989.

“La producción edilicia de estos jóvenes no se agota en el programa doméstico ni en la pequeña escala. Los trémulos años treinta son también tiempos de imaginar alturas y concebir, por ejemplo, el célebre edificio Centenario, cuya bella y altanera espiga corta el aire lento del casco viejo, su cielo calmo”, escribe Laura Alemán en el capítulo dedicado a este período. Precisamente los grandes edificios proyectados y construidos en esta época son analizados en otro capítulo por la arquitecta Paula Gatti.

Grandes edificios

El edificio de El País fue vanguardista para la época
El edificio de El País fue vanguardista para la época. Foto: Leonardo Mainé

Un aspecto que destacan las académicas tiene que ver con la firma de constructores con la que se asociaron los tres arquitectos para una importante cantidad de obras. Se trata de la firma García Otero, Butler y Pagani, con quienes estuvieron asociados por más de cuatro décadas hasta que el propio estudio de arquitectos terminó por convertirse en una gran constructora.

Los edificios Centenario, de El País y Trouville forman parte de las mayores obras del acervo. “Otro importante factor común que comparten estos edificios es que por todos ellos los arquitectos obtuvieron premios a la obra realizada”, apunta la arquitecta Gatti.

El edificio de El País, con fachadas por la plaza de Cagancha y por la calle San José, data de 1935. Fue descrito en un artículo para El Progreso Arquitectónico como “un nuevo rascacielos montevideano”, en una expresión que hoy puede dar lugar a una sonrisa. Originariamente la edificación disponía de dos bloques de apartamentos, además de incluir las dependencias del diario: la administración, la redacción y el taller en el subsuelo.

“Desde el punto de vista formal, el edificio se caracteriza por utilizar el lenguaje moderno con gran sobriedad y contención”, apunta Gatti.

Para la época el edificio sede del diario por muchos años supuso una de las mayores muestras de avances y tecnología, ya que incluía calderas de calefacción, horno de residuos, bombas elevadoras de agua, entre otras innovaciones hoy equiparables a los llamados edificios “inteligentes” gestionados por inteligencia artificial en su funcionamiento.

Joya del gótico inglés

La señorial y a la vez sobria, elegante y espaciosa estructura del Hotel Casino San Rafael fue durante décadas el rasgo más distintivo de Punta del Este.

“La mañana del 19 de febrero de 1969, los diarios de tirada nacional dedicaron sus portadas y páginas centrales al asalto de la caja fuerte del casino San Rafael. Un día antes, el 18 por la tarde, un grupo de siete jóvenes perfectamente entrenados, sincronizados y coordinados al detalle, ingresaron en las oficinas del casino y se hicieron con el mayor botín en la historia de los atracos en Uruguay hasta la fecha”. Así empieza el capítulo dedicado a esta joya arquitectónica escrito por el arquitecto Emilio Nisivoccia.

Esta acción, perteneciente a la época más espectacular de los tupamaros que alimentó su aura romántica antes de virar episodios más cruentos y dramáticos, tenía por escenario uno de los recintos más exclusivos del país. El capítulo describe el contexto histórico que llevó a una expansión imparable de la península entre los años treinta y cuarenta.

“El cuerpo principal del hotel es un bloque muy sencillo, generado por la intersección de tres volúmenes idénticos; los detalles del basamento o el aparejo utilizado en algunos tramos de la superficie tan solo sirven para matizar la dureza de un volumen que se planta olímpico en su propio esquematismo. Es decir que aquí, en esta simulación de un manor, en esta ficción de una hipotética casa solariega para un hipotético señor feudal encallado en un balneario sudamericano, en este cubo de ladrillo que parece cobijar bajo su sombra a toda una comunidad anglófila, no existe engaño alguno”, describe Nisivoccia.

Más adelante el académico describe también el periodo de decadencia o, como él lo llama, “la lenta agonía” en la que ingresó el hotel y casino. Y señala que, en buena medida, los responsables de este declive son los “gigantes sin títulos nobiliarios” (grandes torres). “El primero aterrizó en un vuelo procedente de Miami”, señala refiriéndose al Conrad que comenzó su vida en 1997. Y esa lenta agonía se prolongó hasta abril de 2019 cuando, finalmente, la majestuosa estructura fue demolida para dar lugar al complejo que construye Giuseppe Cipriani.

La extensa obra de este estudio, jalonada por hitos que en muchos casos hoy merecen un valor de patrimonio histórico aún en sus dimensiones más domésticas -como toda la línea inicial de las “casas blancas”-, parece resumir también todos los vaivenes de la arquitectura moderna, la que edificó la ciudad.

De algún modo los creadores eran sumamente conscientes de su papel. “La lección más grande que puede recibir un arquitecto uruguayo de hoy es que su obra debe adecuarse a nuestro medio”, dice Octavio de los Campos.

El libro, en todo caso, resulta imprescindible para todo aquel que pretenda conocer la evolución de las señas urbanas en un siglo decisivo para terminar de dibujar la fisonomía de la capital uruguaya. Y además es una lectura disfrutable que el público puede hallar en librerías.

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