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Buques suicidantes

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CABEZA DE TURCO

Cada uno tiene con sus autores predilectos, sus enamoramientos, sus devociones y sus afinidades en la literatura. Por diversas razones que —supongo están en el inconsciente— los humanos tenemos disposición favorable a ciertas cosas y menos sintonía con otras.

Por eso nos gustan algunos autores y otros nos resultan unos plomos. Y hay que ser sincero y no temer decir la verdad. Hay gente que no nos gusta como escribe o de lo que escribe. Y otros que –aunque no siempre coincidamos con ellos— sus plumas galantes nos atrapan como a un niño cuando le ponen delante una barra de chocolate.

No sé qué me pasó con Horacio Quiroga pero siempre me encantó. De infante ante la truculencia de sus relatos, lo irreal de los mismos (en muchos casos de adulto comprendí que no eran tan surrealistas sus visiones), pero sobre todo por su tensión narrativa y el horror en sus diversas facetas me hipnotizaban. Cuando profesores lo leían en la clase, no había manera de no quedar atrapado en esa maraña de imágenes potentes. Ese era nuestro cine o nuestra primera televisión mental, por eso quizás, soy de una generación que tiene con la literatura una relación amigable. Sí, soy del paleolítico, lo sé, no me lo recuerden.

Por culpa de mi hijo terminé releyendo por estos días los Buques Suicidantes de Quiroga. Cuando lo retomé lo hice con el miedo de releer algo que en su momento me había impactado y —no lo niego— con el pavor de sentirme defraudado por enfrentarme a algo que, quizás ahora, con el pasaje del tiempo ya no me gustaría. Me ha pasado con otras obras, con películas que creí que eran obras maestras y con arte diverso que al revisarlo en el presente me defraudó. Para mi sorpresa Quiroga cada día escribe mejor (es como Carlos Gardel para los que lo aman, yo no soy de ese club).

Ahora pude apreciar sus metáforas sutiles, su ritmo ascendente y su capacidad de sorprender en el relato corto con remates frontales. Si alguno se avivara, Horacio Quiroga es casi el perfecto guionista para una serie de Netflix. Como el mundo está tan poblado de ignorantes, supongo que a nadie se le ocurrirá semejante desmesura. Mejor sigamos con Narcos y Luis Miguel que es lo que la barra consume. ¡Dale que va! ¡Chin pún! ¡Chin pún!

Vuelvo a Quiroga, creo que en los liceos lo están enseñando pero no sé si en todos. Y lo genial de Quiroga es que permite aprender literatura y conocer asuntos de la vida (y la muerte). La verdad es que mucho del horror que Horacio Quiroga describe, homicidios, sangre por doquier, violencia extrema y ambientes sórdidos son parte de nuestra cotidiana realidad del presente. Capaz que cuando lo leía hace décadas me sonaba esotérico todo aquello, hoy lo percibo casi actual. Increíble.

No es cierto entonces que la violencia sea una novedad. Ya Edgar Allan Poe también nos había mostrado "el mal" en sus versiones más extremas y por eso durante años también lo admiramos (el año pasado casi un hermano me trajo de regalo un libro de homenaje a Allan Poe que tiene un ensayo de Paul Auster, a quien mi amigo le pidió que me escribiera una dedicatoria. Lo guardo como quien tiene la piedra filosofal). Y claro, volvemos al genio de Shakespeare que como nadie sabía interpretar la decrepitud de valores y podía mostrar la miseria humana en reyes y en pequeños humanos. Casi todo ya está escrito.

En el fondo, esto viene a cuento para reseñar que el mal, la violencia y el horror siempre anidó entre nosotros como algo que nos acompaña pero que ahora ya no nos impacta. El día que perdimos esa capacidad de sorpresa, o sea cuando rutinizamos la violencia y nos comenzó a parecer algo corriente, ese fue un mal día porque invertimos la lógica de lo lógico. Estamos en tiempos ilógicos.

Por eso estos días estamos mal en el Uruguay porque —de alguna forma— es tanta la violencia que nos sofoca que ya nos parece cotidiano que nos digan dónde murió "el ciudadano del día". Lo excepcional se transformó en corriente. Quiroga, Poe y Shakespeare nos contaron lo que viviríamos todos los días. Una locura completa y en esa estamos tan campantes.

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