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La buena televisión

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En el humor no hay con que darle al viejo sketch de Los tres chiflados donde la explosión de risa surge de la torta en la cara, del caño de agua que los empapa o del piano que se les cae encima. No se puede con los golpes de efecto.

WASHINGTON ABDALA

Son imbatibles, cursis, pedestres, previsibles, pero son una "fija". Ese recurso efectista, con el pasaje del tiempo, se aligeró, mutó digamos, y ahora estamos en un mundo donde el humor surge desde lo políticamente correcto en el que hay temas inabordables (excepto por genios dialécticos). Es verdad, la "palabrota" duró lo que un lirio, por suerte. Una vez repetida tanta veces le pedimos a Pinti que solo la usara como excusa para sus relatos. Lo procaz ya no hace gracia por sí. O sea, de Fidel Pintos a Olmedo, pasando por Les Luthiers y llegando a Tinelli, hemos viajado mucho por el Río de la Plata (proceso parecido en todos lados).

Es raro, pero hoy el mundo del humor no tiene espacio propio en la pantalla, viene añadido, condimentado, colado en otros paquetes comunicacionales. Ya no tenemos programas de humor televisivo netos (Telecataplum o Plop). Sin embargo, todos los canales de televisión del mundo tienen humor desde sus comunicadores centrales, que paradójicamente si bien no son humoristas directos tienen esa connotación en la sangre. Hoy en Estados Unidos es mucho más importante Jimmy Fallon que Matt Damon. O Jimmy Kimmel que Angelina Jollie. O en Argentina el Lanata irónico late show que Matías Cabré. O el propio Tinelli y su vaudeville. Si algo demostró el Sr. Tinelli no es que sabe lo que la gente quiere (eso lo sabe cualquiera con una investigación de mercado) sino que intuye "qué" producir para satisfacer esa apetencia. Touchée. En eso hay que reconocerle a la Argentina el enorme talento de producir con seducción en televisión (una de las mejores del planeta, sépanlo aunque no lo crean).

Animales Sueltos de Alejandro Fantino en América es un notable programa-tertulia. Desde la mesa de análisis histriónica y fuerte, que arranca en quinta, sin prolegómenos y terminando con una entrevista intimista, hecha en un tono popular, permitiéndole desnudar noche a noche a todo el que pasa por allí. Fantino llora con Gabriel Rolón, admira abiertamente a Facundo Manes y se calienta con Guillermo Moreno al extremo de mover la pantalla y amagar una movida. Un capo. Aunque no te guste la retórica que maneja (porque la podés considerar en extremo futbolera) logra "empatizar" con lo que siente la mayoría de los que lo miran. Eso es hacer buena televisión. La buena televisión no tiene que ser embolante. La buena televisión no tiene que ser idiotizante. Esa es una mentira ideológica que nos vendió algún cretino local que no es cierta. ¡Rechacemos lo falso por favor! Y se puede hacer buena televisión con política, fútbol, películas, comida o teleteatros.

Los Leuco son otro acierto argentino en Todo Noticias. Un padre periodista, sólido, consistente, algo marcado por su pasado, cargado de miradas criticas hacia su sociedad, con un hijo que supera esas patologías (porque no vivió lo suficiente) y que lo descontractura —a su padre— en un juego de intercambio de roles digno de elogio. El padre mejora por la juventud del hijo que lo refresca, mientras el hijo es legitimado (y respetado, digamos) por la historia de un padre que todo lo entregó por un periodismo comprometido. El resultado: un ambiente intimista en que ambos se cuidan, se potencian, preguntan lo que sea, no se pisan, pero no les tiembla la voz para morderle la oreja a quien sea. ¿No es una lección para casa este tipo de periodismo? ¿Es un tema de gran producción o de pensarla un poco?

La televisión que vemos es lo que somos. Por eso es importante mirarla y comprenderla puesto que la influencia porteña siempre es relevante en la Banda Oriental. Y esto no es de hoy sino de siempre. Y aunque los más jóvenes sean nativos de la red, la televisión continúa siendo —por un tiempo más— el agente socializador más potente aún en la sociedad moderna. Saberlo es vital.

CABEZA DE TURCO

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