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Un balazo al alma

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CABEZA DE TURCO

Una semblanza de Claudio Paolillo 

WASHINGTON ABDALA

Hace muchísimo tiempo le pedí que me presentara uno de los libros que escribí en mi época juvenil. Me contestó conciso y de frente: "Lo hago pero voy a comentar otros asuntos".

Así fue. Aquel libro fue motivo para una cátedra de periodismo, ética y republicanismo. Fue la primera vez que presencié una clase arrolladora de postulados precisos casi en carácter de mandamientos. Paolillo era gigante para el pensamiento liberal del Uruguay.

Claudio era contundente, tenía la precisión de un reloj suizo en su pensamiento y procuraba que sus ideas fueran armónicas. Como todo fenómeno del periodismo tenía un sexto sentido para detectar el bien del mal, el periodista pequeño de aquel que busca atravesar los grandes mares. Con los políticos era igual: los conocía a todos, sabía de sus miserias, de sus sueños, de sus vidas privadas pero jamás hizo uso de esa información para razonar sobre ellos públicamente. Cuando escribía una crítica o un análisis político, tirios y troyanos temían ante lo que aquel hombre estampara.

La izquierda no lo apreció demasiado, claro, se lo escudriñaba desde el prejuicio al creer que Búsqueda era una cueva reaccionaria. Una aprensión casi tan criminal como si se creyera que toda Brecha es hija del relato de la izquierda revolucionaria. Al final, por suerte, la mayoría entendió que hay individuos talentosos en todas las trincheras. Gente que agrega desde su moral, desde su visión del mundo y desde sus sentires aportes vengan de donde vengan. Llega un momento en que los individuos superiores se desprenden de sus matrices y producen para la comunidad. Este era el caso de Paolillo, lo saben todos los que conocen el periodismo nacional.

Pasé muchos años conversando con él, no se lo dije nunca y me arrepiento: era de las pocas personas que admiré en este país. Es sencillo: ponía por escrito lo que pensaba de manera perfecta, lo afirmaba sin temor y muchas veces con un coraje nunca visto. Y su pluma diáfana, racional y precisa me enamoraba. En más de una oportunidad —con su cultura y claridad— dejó mal parado a más de uno que no podía manejar el pensamiento de forma sólida. Un razonamiento de Paolillo era casi de carácter socrático. Había que ser muy luminoso y único para controvertirlo con argumentos. Por eso, sin saberlo, era casi un apóstol de la verdad.

No creo que nadie de su generación periodística le llegara a sus talones. Culto, serio, buena gente, lector de todo, verificador de fuentes, lúcido y pasional al mismo tiempo. Una combinación que, perdonen, casi no se encuentra más.

En algún momento un cortocircuito temporal por nimiedades nos separó apenas un tiempo, luego todo volvió a ser como antes. ¡Qué iba a imaginar que todo sería así!

Supongo que ahora vendrán las recopilaciones de su material. Francamente lo considero imprescindible para el Uruguay. No tengo idea si Búsqueda lo hará, pero artículos de Claudio Paolillo existen de sobra para enseñarle a todos los estudiantes sobre cómo se escribe, cómo se razona, cómo se construye pensamiento independiente y cómo se puede educar en democracia. Porque eso era lo que se pasó la vida haciendo Claudio: enseñando los límites de la democracias, sus derechos, sus fragilidades, los que la atormentan y aquellos que la cuidan. No es una tarea sencilla demarcar esas zonas y no enojarse con mucha gente.

Claudio era un tipo valiente, jugado a sus ideas y con el arrojo de aquellos que hacen lo que tienen que hacer sin temor a que las reprimendas del adversario de turno fueran letales. Lo recuerdo en batallas que a más de uno lo haría temblar.

Su libro sobre la crisis del período de Jorge Batlle entiendo que es imprescindible para entender este país. Jorge Batlle lo respetó considerablemente y la anécdota que cuenta en el libro los pinta a ambos tal como eran. Léanla, una maravilla.

La verdad, un balazo al alma su partida y una pérdida para el país absolutamente irreparable. Chau Claudio.

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