Publicidad

Una aventura por el otro lado del mundo

Compartir esta noticia
Los paisajes son impresionantes en la zona. Foto: Google

De Mongolia a Siberia, un recorrido por campos, monasterios, museos, palacios y reservas naturales y un inolvidable viaje en el famoso transiberiano con su particular estilo y vida social.

Xtin Sans*

Arribamos a Ulan Bator (UB), la capital de Mongolia, después de hacer una escala en Estambul, que fue como la yapa del vuelo, porque nos permitió disfrutar de un fugaz recorrido por la ciudad, tener una visión panorámica desde lo alto de la torre Galata y experimentar un placentero baño turco, programa ideal para afrontar el último tramo de un viaje que parecía interminable.

Mongolia tenía, para nosotros, el inquietante sabor de lo desconocido y exótico. En este país la mitad de la población es nómada y desplaza sus viviendas desmontables, llamadas Ger, en busca de pasturas naturales para sus rebaños de cabras y ovejas. También para los pequeños y ligeros caballos mongoles, descendientes de los que montaran Gengis Kan y sus temerarios guerreros, usados hoy por pacíficos pastores en su trabajo diario.

Deseosos de conocer de cerca esta forma de vida, partimos con nuestros intrépidos amigos cordobeses a aventurarnos por las estepas.

Devoramos cientos de kilómetros en una antigua van rusa conducida por un avezado chofer, que no sólo nos llevó por la ruta que cruza Mongolia de un extremo a otro, sino que también nos hizo rebotar como melones conduciendo a campo traviesa. O mejor dicho, a estepa traviesa, donde no vimos ni árbol ni alambrado alguno.

A lo largo de nuestro periplo paseamos en camello, recorrimos la Reserva Natural Khogno Khan, visitamos el antiguo Monasterio Budista de Kharakhorum (antigua capital del Imperio Mongol) y disfrutamos de un día de spa en Tsenkher Hot Spring donde, después de un accidentado trayecto, nos encontramos con un paisaje más alpino que estepario.

Tuvimos la suerte de contar con un excelente guía mongol, buen conocedor de costumbres, historia y tradiciones de su pueblo. Con su ayuda pudimos conocer algunas familias nómadas e inmiscuirnos en su peculiar modo de vida.

Comimos el menú familiar bajo las estrellas y dormimos en los Ger, especialmente acondicionados para nosotros, con seis camas dispuestas alrededor de una cocina que debíamos alimentar durante la noche para atenuar el frío.

Transiberiano.

Ulan Bator o UB, como algunos la llaman, nos impactó como una ciudad que crece y se moderniza sin perder su carácter ni olvidar su historia. En ella confraternizan el Palacio de Gobierno, sede del Parlamento Mongol; enormes construcciones del periodo soviet, como la del Partido Revolucionario del Pueblo; modernos edificios vidriados, similares a aquellos que resplandecen en las ciudades más importantes del mundo; y las tradicionales viviendas desmontables, que abundan en la periferia, y testimonian la transición entre dos estilos de vida.

Es una ciudad amigable con los turistas, y con un poco de paciencia conseguimos hasta los muy solicitados pasajes para viajar en el famoso Transiberiano, la red ferroviaria de más de 9.000 kilómetros que une Rusia, Mongolia y China.

Arribar al tren no fue tarea fácil debido a que, además de cientos de pasajeros en busca de sus cabinas, había familias enteras despidiendo a jóvenes estudiantes que, finalizadas sus vacaciones de verano, volvían a diversas universidades rusas para iniciar un nuevo ciclo lectivo.

Nuestro tren era de origen ruso, todos los vagones tenían camarotes para cuatro personas y el único servicio disponible era la provisión de abundante agua caliente en los samovar ubicados en los extremos del pasillo.

Nuestras compañeras de cabina eran dos jóvenes mongolas que estudiaban en Moscú y, aunque no estuvieron mucho tiempo en el camarote porque iban y venían por los vagones visitando a sus amigos y compañeros de facultad, su experiencia en estos viajes nos resultó muy útil.

La vida social del transiberiano transcurre en los pasillos y en las puertas abiertas de los camarotes, donde turistas y locales intercambian experiencias, recomendaciones de viaje, y se interesan por el origen de sus ocasionales compañeros. Nuestro país, por lo lejano, parecía estar en el Top Ten de la curiosidad de los mongoles.

Desaparecidos los últimos rayos de sol, desplegamos sobre la mesa deliciosos productos especialmente seleccionados en un supermercado de UB y brindamos con vodka ruso como para ponernos en clima. La atmósfera era apacible hasta que, cerca de la medianoche, el tren se detuvo para cumplir con los trámites migratorios de ingreso a Rusia.

Fue la experiencia más estresante del viaje cuando, demorados en medio de la nada, pasaron a retirar los pasaportes de todos los pasajeros y, luego de revisar minuciosamente las cabinas, un funcionario con cara de pocos amigos que solo hablaba ruso nos fue llamando uno por uno y, haciéndonos parar frente a él en un tiempo que parecía interminable, verificaba nuestros datos antes de sellar el ingreso. Una vez pasado el mal trago retomamos la marcha y dormimos hasta que la luz del día y la visión deslumbrante del lago Baikal nos hicieron saltar de la cama.

Después de viajar 24 horas en el Transiberiano, bajamos en la ciudad de Irkutsk, con la que tuve un amor a primera vista: me encantaron sus antiguas casas de madera, la Catedral de Epifanía, la Capilla del Ícono de la Madre de Dios de Kazan, la costanera del río Angara, el monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial y el Monasterio Znamensky. Sin embargo, esta ciudad que fuera el centro de la vida intelectual y social de Siberia, tiene mucho más para ofrecer.

Alojados en un primoroso hotel boutique ubicado en el barrio histórico, todo lo que nos rodeaba parecía acercarnos al espíritu romántico de la antigua Rusia: las típicas casa de madera que se alineaban a lo largo de la calle, los jóvenes que ponían una nota de color yendo al encuentro de sus novias con un ramo de flores, y hasta las gotas de lluvia que rodaban sobre el vidrio de nuestro cuarto mientras escapábamos del chubasco.

También nos sorprendieron ciertas resonancias de la época soviet expuestas con humor, como la fachada del Café Lenin, con un logo muy Starbucks con su imagen en el centro, y el Restaurante Soviet Rassolnik, al que llegamos siguiendo las recomendaciones de Tripadvisor y en el que, además de tomar un buen Borsch y comer platos deliciosos como los varenikes de papas y el strogonoff de carne, acompañados con vino de Ucrania, hicimos un viaje en el tiempo hasta los años de apogeo de la URSS.

La ambientación del restaurante era imperdible: dos sillones, con la hoz y el martillo y retratos de los líderes soviet estampados en el tapizado, parecían darnos la bienvenida; el empapelado y los muebles del salón comedor evocaban los años 50, un enorme televisor antiguo mostraba series de la época y dos músicos que tocaban el acordeón entre los comensales completaban un clima en el que no se había descuidado detalle, porque hasta las paredes de los baños tenían simpáticos grafitis con propaganda del antiguo régimen.

Durante la temporada estival la mayoría de las salas de concierto están cerradas. Sin embargo no fue difícil improvisar otros programas. En estos recorridos descubrimos estupendas mansiones de arquitectura europea, construidas por comerciantes prósperos de principios del siglo XIX, magníficas iglesias en las que, siguiendo sus costumbres, encendimos varias velas, y encantadoras parejas de novios fotografiándose en los jardines para inmortalizar el feliz día de su boda.

También visitamos interesantes museos conmemorativos, como la casa Volkonsky, que fuera el centro de la vida social de la ciudad entre 1845 y 1856 y donde pudimos apreciar el refinamiento que aportaron a estas lejanas tierras los aristócratas e intelectuales de la Rusia imperial, exiliados tras la revuelta decembrista de 1825. Llegado el momento de partir, no pude dejar de pensar que esta ciudad, incluida en nuestro plan de viaje simplemente por su cercanía con el lago Baikal, fue como un regalo inesperado del que nos llevamos el mejor de los recuerdos. *www.cronicucas.blogspot.com

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Los paisajes son impresionantes en la zona. Foto: Google

VIAJES

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

viajesTurismosiberia

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad