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‘Aún se me cierran muchas puertas’

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"El problema no es la discapacidad sino la sociedad", dice Alfonsina Maldonado.

Un accidente le cambió la vida, pero nunca afectó su gran capacidad de soñar. Amante de los caballos se convirtió en amazona. Ahora, va por los Juegos Olímpicos de Río 2016.

DANIELA BLUTH

Detrás del vidrio esmerilado solo se ve una parte del jean y los pies de Alfonsina Maldonado (30). Lleva unos championes verde amarelho, los colores de Brasil, el país al que aspira a viajar en 2016 para representar a Uruguay en dressage, la disciplina ecuestre y olímpica en la que compite. Son una suerte de amuleto, regalo de una amiga, aclara. El encuentro con Domingo es en el hotel My Suites, sede de reuniones y entrevistas durante los meses en que está de visita por Montevideo, donde no tiene residencia fija y vive en casa de amigos, con alguna escala en su Florida natal y en Salto, de donde es su novio, Federico.

Alfonsina saluda, se presenta, sonríe. Siempre sonríe. Lleva un blazer verde y un bolso cargado sobre su hombro. Está acostumbrada a las entrevistas y se nota. "Quiero que se me vea el brazo en la foto", dice sobre su brazo izquierdo, un muñón repleto de cicatrices consecuencia de las graves quemaduras que sufrió cuando tenía seis meses y la habitación donde dormía se incendió. "Si no lo muestro, mi pagina web se llena de mensajes. Ahh, no sabés, me dicen de todo", comenta con incredulidad. Y vuelve a sonreír.

También a eso está habituada Alfonsina. Las miradas, los comentarios y las preguntas son moneda corriente. Ella responde a todas siempre con la misma actitud y entereza. Así, cuenta que con ese brazo reconstruido gracias a decenas de cirugías y duros tratamientos, hace de todo. Pela una manzana, se ata los cordones y, por supuesto, entrena para las más exigentes competencias, hoy radicada en Portugal. "Es mi mano de forma bolita, como les digo a los niños cuando doy las charlas motivacionales en las escuelas. A mi caballo lo preparo todo yo, no me gusta que lo toque nadie. Soy histérica, pero muy histérica. Soy consciente de que soy muy pesada... Y nadie mejor que tú para hacer las cosas como a ti te gustan". Para entrenar, enrolla las riendas en su brazo izquierdo y las ata. El resto, es todo postura erguida y elegancia.

Por estos días, la amazona corre contrarreloj para dejar los preparativos para los Juegos Olímpicos de Rio 2016 marchando sobre ruedas. Después de varios traspiés y una lesión que dejó a su caballo Zig-Zag fuera de competencia, Alfonsina formará binomio con Da Vinci, un hannoveriano "gigante como un dinosaurio" que una amiga española le prestó. Un escollo menos. Pero todavía quedan varios. El económico es el principal. Para arrancar y poder estar en los clasificatorios, le hacen falta 10.000 dólares. Para todo "el proyecto Rio", otros 70.000. "Por ahora hay cero, nada. Y el mes que viene tengo que estar en los clasificatorios, que son por toda Europa. Lo más caro son los traslados del caballo", explica. Para juntar fondos, además de las vías tradicionales creó una plataforma online en IndieGogo donde cualquier persona puede colaborar sin mínimos ni máximos. Al cierre de esta edición, Alfonsina llevaba recaudado menos de 400 dólares.

—¿Te parece que vas a llegar?

—Por supuesto, yo siempre positiva. Me molesta que me tiren ondas negativas. Me calienta muchísimo. Porque quieras o no eso te perjudica la autoestima. Si llegás o no, no sé, pero la actitud para lograr las cosas tiene que ser positiva. Si no crees en ti misma nunca vas a lograr nada. Por eso yo soy muy segura de mí misma. Tengo un súper entrenador, un súper caballo, un súper equipo y vamos a estar en Rio 2016.

Belleza y dolor.

Alfonsina no tiene recuerdos de ser una niña triste. Ni siquiera durante el período que pasó en la Unidad de Quemados del Hospital Militar, donde prácticamente vivió hasta los cinco años, buena parte del tiempo en un coma inducido para soportar los tratamientos, pero —sobre todo—, el dolor. "Tengo dos o tres fotos de niña toda vendada y sonriente. Siempre digo que mi cirujano plástico, Mario Arcos, es mi ángel de la vida. Y él me dice que soy su paciente preferida. Tenemos un vínculo que dura hasta hoy. Yo no me dejo tocar si no es por él", cuenta. Y agrega: "Pero también recuerdo el dolor, que ha sido mi motivación y mi gran amigo de la vida".

Quizá por oposición, quizá por nostalgia, fue en el hospital donde Alfonsina confirmó su pasión por los caballos. "Hasta llegué a hacer fiebre porque quería andar a caballo. Y los médicos me tenían que dejar libre para ir y volver al día siguiente. ¡Era una locura total!", reconoce. Los caballos fueron sus primeros amigos. "Ellos me han aceptado tal cual soy, sin importar si me falta una mano o una pierna. El amor y la lealtad que transmiten es único".

Ni bien pudo llevar una vida relativamente normal, comenzó a estudiar en la Escuela Rural N° 105, cerca de su casa, en Costas de Arias, adonde iba —obviamente—, a caballo. Su hermana mayor, Mabi, en cambio, prefería la bicicleta. En esos primeros años no sintió la discriminación. "En la escuela rural éramos todos vecinos y nos conocíamos". La etapa del liceo en la ciudad de Florida, en cambio, no fue tan fácil. "Constantemente me estaban mirando, la adolescencia es una etapa un poco fuerte de por sí. Y la aceptación viene con los años, no es de un día para el otro...".

—¿De eso también hablás en las charlas que das en escuelas y liceos?

—En mis charlas siempre recalco que la belleza natural de una mujer se basa en su esencia, que es única y eterna. Para mí las cicatrices que tengo en el cuerpo son hermosas, todas marcan una historia. Entonces, cuando ves esas adolescentes que se quejan porque están gordas, flacas o porque el pelo se les eriza, siempre pienso por qué primero no nos aceptamos tal cual somos... Hay que dar un mensaje en esta sociedad tan contaminada por prototipos perfectos que no son perfectos, que son realmente artificiales.

Ganas y superación.

A los 13 años comenzó a montar en el Cuartel de San Ramón, donde practicaba salto, la disciplina más popular en Uruguay. El dressage y su sueño olímpico llegaron bastante tiempo después, a los 21, cuando decidió probar suerte en Europa. "El dressage o adiestramiento es de las disciplinas montadas más difíciles. Es como una danza con el caballo. Los movimientos tienen que ser muy simulados porque la elegancia de la amazona es fundamental", explica.

—¿Por qué la elegiste?

—Me gustó su complejidad y la posibilidad de superación. Implica horas de paciencia, de intentarlo, y, sobre todo, ganas. El salto… no voy a criticarlo, pero… es más fácil de aprender. El dressage te exige mucha concentración y coordinación, con tus piernas, con el caballo, escuchar a tu maestro y ejecutar lo que te dice, los ejercicios tienen que ser perfectos. Es tan complejo que cada vez quiero saber más y hacerlo mejor.

Tras quedar a dos puntos de clasificar para los Juegos de Londres 2012 y varios años de trabajo en España, Alfonsina buscó nuevas oportunidades. Así se cruzó, en una competencia, con el reconocido entrenador portugués Francisco Cancella. "Soy una bendecida y una agradecida, porque no solo me entrena sino que me patrocina y me da su casa", dice sobre su maestro. El resto de los gastos los cubre gracias a donaciones de particulares y empresas, cuenta. También ha vendido desde gorros hasta rifas. "Tengo que ser consciente en qué gasto mi dinero. Mi sueño no es solo mío, hay muchas personas en el mundo que confían en mí". Ahora, Cancella prepara a Da Vinci para recibir a su amazona. "Nos tenemos que entender y formar el binomio".

Alfonsina dice que es una persona solitaria. Con sus padres — hoy divorciados— tiene una relación correcta pero distante. "Mi madre tiene pánico de verme encima de un caballo. Creo que me vio una sola vez, pero se pone contenta con lo que hago". Al hablar con ella, la sensación que transmite es de fortaleza. No se quiebra al reconstruir su accidente ni al hablar de su discapacidad. En cambio, recuerda a Zig-Zag, el caballo con el que entrenó hasta 2014, y los ojos se le llenan de lágrimas. "Fue muy duro el día que me dijeron que no iba a poder competir pero también el día que vi llegar el camión que lo venía a buscar...". El animal, un lusitano deportivo blanco inmaculado, se vendió como reproductor. "Fue como perder medio corazón. Y más que yo vivo sola, entonces me aferro y me concentro totalmente en ellos. Teníamos esa relación de amor total. Él conmigo era increíble. Si yo estaba montada y tú te acercabas te mordía. ¡Era insoportable!". Y la risa vuelve a aparecer.

—¿Creés en Dios?

—Sí, creo. Pero sobre todo creo en el universo. Cuando el universo se alinea para que todo salga y uno también ayuda, es hermoso. Siempre digo que una limitación no te puede impedir la capacidad de soñar.

—¿Rezás?

—De vez en cuando... cuando estoy en un apuro. Rezo el Padre Nuestro, sobre todo cuando tengo que viajar en un avión, a los que les tengo bastante miedo.

Hace dos semanas Alfonsina recibió una noticia que la llenó de alegría. Fue nombrada embajadora del programa Scholas Ocurrentes, una red global de escuelas creada por el Papa Francisco que apuesta a la integración social entre los adolescentes apoyada en la tecnología, el arte y el deporte. Con esa designación, la amazona paralímpica tacha uno de los puntos de su exigente lista de pendientes: dar un mensaje universal sobre discapacidad, deporte y discriminación.

—¿Todavía sentís discriminación?

—Sí, la siento. Me ha pasado de ir a lugares y que no te digan nada directamente, pero te miran... Eso ya es un tipo de discriminación. Las puertas que se me cierran solo por no tener una mano es increíble. En Europa no te miran tanto, pero en Uruguay sí. Somos muy cerrados y no ampliamos nuestra visión. Creo que tiene que haber más conciencia sobre la discapacidad. A cualquiera le puede pasar. El problema no es la discapacidad sino la sociedad.

SUS COSAS.

Cocinar.

Alfonsina empezó la carrera de Veterinaria en la Universidad de la República, pero no la convenció. "Me gusta montar a caballo, no curarlos", explica hoy. Para ocupar su día se inscribió en un curso de gastronomía en la UTU. Lo terminó, pero nunca ejerció. La cocina es, sin embargo, uno de sus pasatiempos preferidos. Aunque en su casa en Portugal no tiene horno, siempre que puede prepara alguna torta. Si es con mucho dulce de leche, mejor aún.

El tango.

Tener una sola mano nunca fue un impedimento. De adolescente incluso intentó practicar gimnasia artística. "No pude seguir porque el brazo me dolía como para sostener todo el peso del cuerpo. Pero lo intenté y me saqué las ganas", recuerda orgullosa. Ahora tiene otra meta: aprender a bailar tango. "Siempre digo que voy a ir a clases. Me encanta bailar y el tango me parece espectacular". Para ejercitar la mente y el cuerpo, practica yoga y pilates.

Sus cremas.

Alfonsina abre su cartera llena de cosas y saca un pote enorme y redondo de crema. "Siempre tengo hidratante para el brazo y la cara conmigo", justifica. "La piel del quemado —sigue explicando— siempre está en tensión (estira el brazo para mostrar), me tira todo y el dolor me llega hasta acá —dice, y señala la espalda—". Aunque no se expone al sol, el simple hecho de salir a la calle sin crema le molesta. "Tengo un buen presupuesto en cremas, preciso un patrocinador", bromea.

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"El problema no es la discapacidad sino la sociedad", dice Alfonsina Maldonado.

Alfonsina Maldonado

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