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La arquitecta que rediseñó Nueva York

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Liz Diller

NOMBRES

Liz Diller cambió el perfil de la Gran Manzana con el High Line. Su sello está en la ampliación del MOMA y también en numerosas obras emblemáticas.

Liz Diller

La oficina de Elizabeth Diller es brutalmente espartana. La mujer que con el High Line rediseñó el perfil de Nueva York y cambió para siempre la vida en la Gran Manzana —y de paso acabó con el mito de que el futuro del espacio público sólo podía significar un shopping— ocupa apenas una esquinita dentro del gigantesco espacio común del famoso estudio DS+R, o Diller, Scofidio & Renfro. Hay libros, una computadora, el resto de una maqueta, cascos para los recorridos de obra y cajas de cartón con papeles que nunca terminó de desempacar, a pesar de que se mudaron a este espacio más de una década atrás. Todo es gris y de acero, con caños a la vista y reminiscencias industriales. Pero casi escondida en una estantería aparece una Barbie de vestidito violeta, sosteniendo una dream house (casa soñada) de plástico que es —por supuesto— íntegramente rosa también. Su emblemático pelo rubio se ve aún más rubio y resplandeciente con el sol que entra por los ventanales que dan al río Hudson. En el estante de abajo, entre DVD olvidados, monta guardia un pequeño perro de juguete, de esos que mueven libremente la cabeza y suelen estar en el tablero de los taxistas.

"Ayyy, ¡¿pero cómo los viste?!", se sorprende Diller cuando hablamos unos días después por teléfono. Conocida como la parte más analítica y cerebral de los grandes nombres de su estudio (su marido, Ricardo Scofidio es el genio intuitivo, y Charles Renfro, la brillante nueva generación, según suelen estereotipar los medios), claramente no está acostumbrada a encontrarse con la guardia baja. Pero, en seguida, reconoce divertida que esto le pasa "por dejada". "Tendría que haberlos sacado de ahí. Pero ojo que no es cualquier Barbie. Me considero una feminista, pero de las que sabe que tiene más libertad gracias al trabajo duro que hicieron otras generaciones de feministas, una beneficiaria directa. Además ésta era un regalo, imaginate, la primera Barbie arquitecta. Y el perrito, es el que nunca tuve y que me gustaría tanto tener."

La entrevista es telefónica porque básicamente cuando la hicimos ella tenía que estar también en Rusia. En Los Ángeles. Y en Brasil. DS+R ya no sólo es conocido como el estudio que rediseñó el perfil de Manhattan con el High Line y con las obras más emblemáticas de la vida cultural de la ciudad (las renovaciones del Lincoln Center, de la Juilliard y del School of American Ballet, y ahora también de las nuevas extensiones del MoMA, de la Universidad de Columbia y del gran centro multimedia The Shed, entre otros). También están haciendo el nuevo centro de Arte de la Universidad de Stanford, el Museo de Imagen y Sonido en Río de Janeiro y acaba de ganar un concurso internacional para hacer un gran jardín sin senderos al lado del Kremlin. A todo esto hay que agregar lujosas torres residenciales por todas partes.

No siempre se esperó que Liz, como la llama todo el mundo, fuera una máquina de concretar proyectos a gran escala y de multimillones de dólares. Por el contrario, en sus comienzos era conocida como the reluctant architect, la arquitecta a su pesar, y durante los primeros veinte años de la firma que fundó con su marido se dedicaron a las instalaciones que la revista New Yorker llamó la frontera cerebral de la profesión, pero sin caer en nada tan vulgar que requiriese cosas como paredes, plomería o un techo.

De esa primera época, una de las obras más emblemáticas es The Blur, una estructura temporaria diseñada para el medio del Lago Neuchatel, en Suiza. No tenía paredes ni interiores, sólo un pasadizo por el cual se podía caminar y cientos de orificios que echaban vapor al exterior, convirtiéndola en una nube artificial permanente. Otra era una copa de champagne con una aguja hipodérmica insertada en su tallo, que es tapa de un grueso libro de grandes éxitos que publicaron mucho después.

Pero en un momento empezaron a multiplicarse clientes que querían algo más concreto. Y si bien Diller reconoció que cuando les pagaron por su primer proyecto propiamente arquitectónico se sintió "un poco sucia", hoy es la firma que por excelencia integra las artes visuales y escénicas y la teoría y crítica a la arquitectura. Por su particular mezcla fueron los primeros arquitectos en recibir el Premio MacArthur, las famosas becas genio. Y no cambiaron en su esencia. Entre megaproyecto y megaproyecto, Liz está terminando de componer una ópera para el High Line que se llamará elocuentemente The Mile High Opera, dado que el parque es de más de un kilómetro y medio y es elevado.

Milagro sobre Manhattan.

Aun quien esté totalmente lejano al mundo de la arquitectura y nunca haya escuchado hablar de DS+R, con sólo ser un turista en Nueva York sin duda termina recorriendo una de sus creaciones más notables, el High Line, el jardín creado en las abandonadas vías de tren elevadas que la revista National Geographic llamó "el milagro sobre Manhattan".

"¿Sabés qué es increíble? Que aun personas que están en el aeropuerto de Nueva York porque se les canceló un vuelo de conexión aprovechan para escaparse a la ciudad para conocerlo. Se convirtió en una de las atracciones turísticas más populares de Nueva York", dice Liz con visible orgullo.

—¿Un proyecto puede ser demasiado exitoso para su propio bien? Porque lo curioso es que se oyen críticas, de hipsters o de gente fashion que lo sentían como propio, sobre que ahora el High Line está lleno de turistas y madres con cochecitos.

—Siempre respondo a esto que no hay que olvidar que simplemente es bueno que tanta gente quiera a un parque. Y tiene una vida propia tal que los fines de semana, sí, está repleto de turistas, pero en la semana, al caer del día, vuelve a ser de los neoyorquinos del barrio para darles un respiro antes de volver a casa. Es como que el parque se autoedita. Es parte del ciclo urbano y hay lugar para todos, sólo hay que encontrarlo. No creo que la solución hubiera sido diseñarlo peor para evitar esto.

—En una línea similar, en el proyecto para la ampliación del MoMA, saliste al cruce de quienes dicen que ya no es un museo porque tiene tanta gente, y señalaste que "la izquierda es la nueva derecha". ¿Cómo es eso?

—El MoMa fue criticado mucho tiempo como elitista. Después se democratizaron las artes y mucha de esa misma gente ahora dice que el MoMa es tan popular, y —encima— una atracción turística, que ya no es más un espacio donde se pueda contemplar arte como se debe, que ya no les es propio. ¡Para a mí eso es una actitud elitista! Y me da un poco de miedo cuando la derecha empieza a entrar así en la izquierda. Me pasa que escucho comentarios en varios aspectos de la vida y me quedo perpleja, porque es imposible descifrar si eso vino de la derecha o de la izquierda o qué. Pero hay que seguir trabajando y salir adelante con lo que uno cree.

Pensar el futuro sin miedos.

El High Line (arriba) y The Vagelos Education Center (abajo) son dos de las obras más emblemáticas de Diller, quien aconseja a las nuevas generaciones: "Que no tengan miedo a tomar el control. Tenemos que hacer mucho más que darle un giro contemporáneo a diseños viejos. Necesitamos nuevas estrategias y programas".

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