Publicidad

Angie Oña: "El teatro es revelador de lo que no se dice"

Compartir esta noticia
Angie Oña

El Personaje

Se hizo actriz por amor y el escenario despertó la fiera que tenía adentro. A los 28 años tuvo una crisis que la hizo cuestionarse su vida y decidir abrir su propia escuela. Foto: Marcelo Bonjour

Angie Oña

Algo tiene que morir para que otra cosa pueda florecer. Algo tiene que romperse para rearmarse. Deconstruirse para construirse. Perderse para encontrarse. Alejarse para acercarse. La muerte es, en este caso, la posibilidad de más vida. O lo es para Sabina Spielrein, mujer, rusa, judía y pionera del psicoanálisis, que sostuvo, sostiene (el conocimiento siempre atraviesa al tiempo) que el objetivo de la muerte es la vida. También lo es para Angie Oña (36), que murió cuando tenía 28 años. La causa de su muerte fue concreta: se olvidó de la letra arriba del escenario y con los ojos del público mirándola. Entonces todo en su vida se rompió: ¿estaba haciendo lo que tenía que hacer? ¿la actuación era su camino? ¿cuál era su verdad? ¿por qué estaba haciendo eso? ¿por qué su vida había tomado un rumbo que no era el que ella alguna vez había deseado? Estudió neurociencias, decodificación biológica y psicogenealogía. Todo eso para poder encontrarse a sí misma y revivir. Y revivió. Para seguir actuando, para seguir enseñando, para seguir creando y para seguir sintiendo.

En su piel, en sus palabras, en sus manos, en sus ojos, en su garganta y en todo su cuerpo, además, cada fin de semana (hasta el 22 de julio) Angie revive a Sabina, mujer, rusa, judía y pionera del psicoanálisis, que el tiempo y la historia dejaron escondida detrás de etiquetas. Y Angie no se lleva bien con los estigmas ni con las estructuras. "Estoy muy enojada con las sentencias, con esto de etiquetar a la gente, y justamente creo que es lo que la historia hace con ella, sin querer queriendo le pusieron la etiqueta de amante de (Carl Gustav) Jung y de loca. Creo que lo que más me pasa como ser humano que quiere crecer es que me doy cuenta de que en este mundo hay mucha sentencia y mucho no permiso y me duele mucho que eso pueda arruinar a una persona, que no se pueda entender que una persona que transitó la locura se haya sanado a sí misma, que es lo que hizo Sabina".

Por eso, después de dos años de investigar sobre su vida, Angie escribió Ser humana y con ella, con Sabina y su locura y su amor y su sanación y su inteligencia, la actriz volvió a actuar. Y un artista siempre está más cerca de sí mismo cuando está cerca de su arte.

Ser actriz.

","

Angie es actriz por amor. Y esto no es una metáfora romántica ni nada que se le parezca. Angie llegó al teatro por amor.

Nació en Montevideo y es la hija mayor de Ana Isabel y Carlos. Era callada, tímida, y romántica, era la niña que se quedaba mirando cuando todos sus compañeros de la escuela bailaban, era una niña que soñaba mucho con ser mamá, que le daba vida a sus muñecas y que se angustiaba si les pasaba algo. Vivían en unas viviendas y en el piso de arriba de su casa vivía Gustavo, 22 años y profesor de matemáticas, que a veces la ayudaba con sus deberes y la cuidaba. Gustavo tenía un amigo, Marcos. Un día Marcos estaba tocando la guitarra en las viviendas y Angie se sumó a ellos.

"Yo tenía 12 años, me senté y lo escuché cantar temas de Silvio Rodríguez y me puse a cantar con él. Fue una cosa que nos miramos y mientras cantábamos el amor circulaba. Me enamoré perdidamente. Entonces él se anotó en un curso de guitarra y yo fui atrás, después se anotó en un taller de teatro y obvio, me anoté en teatro". Fue ahí cuando se enamoró del teatro y se olvidó del amor por Marcos, el mismo que, sin querer, la había acercado a lo que sería el resto de su vida.

Después hizo otro taller y otro y otro y así hasta que cumplió 17 años. La cuestión estaba entre ser profesora de literatura o ser actriz, aunque ahora que lo piensa sabe que no había dudas, que sabía que se quería dedicar al teatro y que lo único que había en su cabeza era miedo por si no pasaba la prueba de ingreso de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD).

La niña tímida y callada había pasado a ser una adolescente punk y anarquista que un día, a los 13 años, se tomó un vino solo por rebeldía y estuvo con una resaca de dos semanas, que otro día se cortó el pelo cortito y después se lo rapó, que andaba con alfileres y estaba enojada con la vida. "Fui creciendo y me fui acorazonando , me puse una coraza que ocultaba todo el romanticismo que en realidad tenía y tengo. Viví cuestiones familiares dolorosas que me fueron afectando, la separación de mis padres, me empecé a enojar y estuve toda la adolescencia enojada, pero a la vez tenía mucha militancia social".

Así, con alfileres y alma punk pasó la prueba de la EMAD y en ella, lo que estaba oculto y reprimido empezó a salir. "El teatro destapó una fiera. Me pasó que en el juego teatral, sin querer queriendo, canalicé muchas cosas, porque yo ahí sentía que tenía un terreno de libertad que en ningún lugar podía tener, me sentía muy feliz. Lo que me pasó fue que empecé a jugar con mi bagaje emocional que estaba ahí bombardeando adentro y no tenía por dónde salir. Entonces claro, en los ejercicios yo lloraba, me enojaba, todo lo que no podía permitirme en la vida".

Cuando egresó, en 2003, empezó a dar clases de teatro en un colegio y después dio talleres y así encontró otra vocación que ocupó y al día de hoy ocupa gran parte de su tiempo: enseñar. O más que enseñar, formar actores, o más que eso, trasladarles su forma de entender la escena y la creación artística.

u2014¿Qué es el teatro para ti, cómo lo vivís?

u2014El teatro es comunicación, es un espacio de encuentro fiel donde nos enfrentamos humanamente. Así es cómo lo vivo y cómo me gusta vivirlo. Hay una frase de (Antonin) Artaud que dice así: "Yo quisiera hacer un libro que trastorne a los hombres. Que sea como una puerta abierta y que los conduzca a donde ellos no habrían jamás consentido llegar. Simplemente una puerta enfrentada a la realidad". Para Ser humana esta fue mi frase de cabecera, es decir, para permitirme a mí misma como actriz entrar en unos terrenos medio inconscientes; en ese sentido el teatro es revelador de sombras, de lo que no se dice, es una oportunidad de conocernos un poco más y de exponer nuestras incoherencias, nuestra vulnerabilidad humana. Ese es, al menos, el teatro que yo quiero hacer.

En la escena y detrás del telón, Angie hizo de todo: escribió (Éter retornable, La templanza, El auto feo, Los Tristes, entre otras) dirigió , hizo stand up, actuó, creó un trío con Emilia Díaz y Manuela da Silveira con el que estrenó Las tres gracias y Otras tres gracias.

Mientras tanto seguía dando clases en lugares en los que no podía expresar libremente su postura con respecto al teatro y con los que no compartía discurso. La crisis de los 30 se le adelantó dos años y a los 28 Angie sintió que nada de lo que estaba haciendo estaba bien. "Fue la crisis más grande de crecimiento que tuve. Ahora eso de haberme olvidado la letra en escena lo veo como un bolazo y le di una carga dramática muy ridícula, pero realmente la pasé mal, sufrí mucho, me replanteé toda mi vida". Y en ese replantearse, renunció a todos los lugares en los que daba clase, (que eran su sustento económico) por alejarla de la esencia de sus creencias, incluso con una hija pequeña: "No encontraba un lugar en el que yo pudiera decir realmente y sin culpa que creo y siento que el crecimiento actoral va de la mano del crecimiento personal".

En 2012, entonces, decidió empezar a dar talleres de actuación; los talleres tuvieron éxito aunque a Angie poco le gusten las cuestiones exitistas, y se animó a tirarse al vacío: sus amigas la ayudaron a alquilar un lugar más grande para poder abrir su propia escuela. Tenía miedo, pero a veces el miedo es necesario. Podría no haber funcionado, pero funcionó. Hoy su Escuela de Emociones Escénicas está llena de alumnos, algunos que quieren ser actores o otros que no, que van a sus cursos para acercarse a ellos mismos, para destrabar algo, para encontrarse con emociones que están pero que no pueden salir. "Me di cuenta de que la emocionalidad es un factor tan reprimido a nivel social, que el nombre de la escuela es abanderando a la emoción como factor creativo imprescindible. En la actuación tiene que haber una vibra emotiva que haga que las cosas tengan un lugar visceral. Defiendo al actor visceral, al que se entrega y acepta que las emociones pasen a través de su cuerpo".

sus cosas 

La última obra. Con Ser humana volvió a actuar después de tres años. Investigó la vida de Spielrein, se acercó a ella y entendió sus teorías. Además trabajó con Renata Udler Cromberg, brasileña estudiosa de la obra de la psiquiatra. La obra cobró forma cuando junto a Freddy González, su pareja y director, empezó a "jugar" en el espacio.

Los sueños. Angie sueña y siempre le presta atención a su mundo onírico. "Escribo mis sueños todas las mañanas, tengo diarios de sueños. Les presto mucha atención, me dicen cuándo me estoy engañando a mí misma, cuándo hay una guerra interna que no está resuelta. Eso sí, hay que estudiar para saber interpretarlos, yo he hecho y hago cursos para eso".

Su proyecto. Desde 2013 Angie está enfocada en su Escuela de Emociones Escénicas, que fue creciendo cada vez más. En su equipo trabaja con personas que comparten sus valores y su forma de entender a la actuación como Fernando Vannet o Ramiro Perdomo, Daniel Chestak, Carmen Barral, Laura Falero, entre otros.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Revista Domingo

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad