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Alicia Haber: "Yo no creo en proyectos utópicos"

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Alicia Haber. Foto: Ricardo Figueredo
@Ricardo Figueredoo

EL PERSONAJE

Fue docente, crítica de arte, curadora y dirigió varias instituciones municipales dedicadas a las exposiciones. Ahora, se sumerge en el mundo de la fotografía intimista.

"Me acuerdo que bajé a Cinemateca, a una salita totalmente alternativa. Época de la dictadura, 1982, y se exponían unos enormes papeles con mensajes muy contestatarios. Eran de un gran artista casi desconocido para mí y prácticamente desconocido para muchísima gente porque era un outsider, fuera de lo convencional. No era una obra explícita. Yo me enamoré de esa obra. No sabía quién era. Era el ‘Tola’ José Luis Invernizzi. Después se transformó en un ícono. Pero en esa época sus hijos estaban presos y él hizo una muestra grande, que eran obras de denuncia”, cuenta Alicia Haber.

Hacía poco tiempo había entrado a trabajar como crítica en El País. “Era joven en ese sentido. Como profesora me sentía requetecómoda, pero como crítica fue un ‘y esto qué es’, y quién es ese señor y de dónde saco material. Él hacía un arte que no era de su época. Después terminé, mucho más tarde, haciéndole una retrospectiva en la Intendencia de Montevideo y escribiendo un libro sobre él (Tola Invernizzi: el tiempo en que el arte se enfureció, 2007). Y esas son las cosas que te cambian un poco la vida. A solas en aquella sala subterránea de Cinemateca, frente a esos papeles enormes, con ese shock emocional, artístico y estético”.

La mirada de Alicia estuvo, desde entonces, siempre puesta sobre los artistas contemporáneos que emergían cuando ella emergía como crítica, en aquellas salas alternativas que tenía Montevideo, como Cinemateca, Galería del Notariado, Alianza Uruguay-Estados Unidos, Alianza Francesa. También aquellos que ya eran consagrados, pero que estaban vivos y, por ende, los podía ver crear. Eso la desafiaba en su propia capacidad de análisis crítico. “Ya todo estaba dicho sobre cómo mirar a un Picasso o un Juan Manuel Blanes. Y de pronto yo tenía que ver por primera vez, y hablar, sobre alguien de quien no había un bagaje previo y cada vez me sumergía más en el mundo del arte que se creaba. Y de repente pasaron los años y se concretó que el artista que te gustó una primera vez y del que escribiste una nota en aquel momento con cierta inexperiencia, tenía muchísimo para dar y ser reconocido”.

Así, su trayectoria la llevó desde sus clases como profesora de Historia del Arte en el Instituto de Profesores de Artigas (IPA) o Secundaria a la crítica en páginas de diario a la curaduría y a la dirección de espacios como el Centro de Exposiciones Subte de Montevideo o el Cabildo o el Museo Zorrilla. Y hubo libros y hubo catálogos y hubo los viajes y revistas. Cuando se jubiló, dice, lo hizo de todo eso que supo trabajar incansablemente: “Fui una multitasker antes de que se inventara la palabra”.

En ese camino también tuvo la idea del Museo Virtual de Artes (MUVA), en la que trabajó junto a los arquitectos Eduardo Scheck y Ricardo Supparo, y los webmaster Rafael Gallareto y Mario Buchichio. Fue lanzado en 1997, obtuvo unos 70 reconocimientos internacionales y todavía quedan vestigios en internet.

—Años 90, todavía las computadoras no estaban a la orden del día. ¿Cuán desafiante era ese proyecto?

—Los primeros museos virtuales eran páginas. Pero yo estuve más de seis meses pensando en un proyecto que pudiera ser para un país pequeño que no tenía museos nuevos. A mí se me ocurrió que había que crear algo navegable, que fuera un museo virtual, realmente, que se pudiera andar. Este es un país que exporta software, entonces yo pensé: “Tiene que haber una cabeza que me pueda crear un edificio virtual”. Necesitaba un arquitecto, un web master y un programa. Lo que decidí de entrada fue no ir al ámbito público, porque hubiera muerto en la burocracia. Y en El País, que justo estaba con su edición digital del diario, apoyaron la idea. Pienso que la persona que vio ese proyecto en papel debe haber pensado que era una delirante, pero yo no creo en proyectos utópicos, soy la persona más pragmática.

Sumergirse en la virtualidad (tuvo su primera computadora en el año 1984) se convirtió en un capital cultural invaluable para aquellas y estas épocas. Hoy comparte fotografías que toma en su cuenta de Instagram (@aliciahaber7103).

Empezar a crear

Hay artistas, músicos, actores que pueden responder que sí, que su destino estaba marcado desde siempre. Pero Alicia no. Alicia dice que el arte visual apareció en su vida de grande. Que en la infancia y la adolescencia era más bien público de teatro. Que su madre y su abuela eran mujeres muy cultas y ella, se ve, una niña muy obediente y buena compañía para recorrer las salas montevideanas. “Lo mío era el cine, el teatro, la literatura. Fui medio nerd en una época en la que el teatro acá era extraordinario. Por suerte pude vivirlo. Vi más teatro que conciertos y ballet, que de pronto llevan más a las niñas. Recuerdo prácticamente cada obra que vi. Después me transformé, por cuenta propia, en cinéfila, y la imagen sí creo que tiene que ver con mi formación”.

El arte llegó a su vida más tarde y no fue por cuenta propia. Se enamoró y se casó muy jovencita y él, Leopoldo Porzecanski, arquitecto, le mostró un mundo que hasta entonces no miraba. Era él también quién la orientaba a que estudiara historia del arte. “Al principio lo que más me gustó fue la arquitectura, porque estaba rodeada. Y por ese camino también vi mucho arte y me fui formando de a poco. Cuando entré al IPA tuve muy buenos profesores y me fui orientando. También me gustaban la historia, la sociología, pero egresé y me dediqué solo a enseñar historia del arte, que fue la manera de formarme por cuenta propia”.

En esa búsqueda, nunca se le había ocurrido la necesidad ni la idea de pasar del lado de la mirada que analiza al ojo que crea. Nunca, hasta que sucedió. Y la cuarentena se convirtió en una aliada para entender lo que una cámara podía lograr en la intimidad de estar con uno mismo. Del encierro, de la ausencia de sus hijos y sus nietos, le quedó la belleza de la imagen. La obra incipiente de Alicia Haber carga un simbolismo potente de la cotidianidad, así como la intelectualidad de la metáfora y la sensibilidad del saber estar y ver el momento o la luz o la escena precisa. Se aleja de todo realismo estricto al que suele estar asociado una cámara fotográfica.

Hace tan solo tres años que la artista decidió tomar clases. “Era una asignatura pendiente. Pintar no me interesaba, no tengo condiciones, no sé. Ni cerámica, ni tejido, ni tapiz, no son para mí. La fotografía sí. Yo sacaba fotografías documentales, para mis clases, de las bienales a las que iba. Pero ahora son cámaras digitales y quise probar todo ese sistema”.

Por un lado, aprendió a manejar la cámara con Armando Sartorotti; por el otro, fue a clases de Photoshop. Lo demás venía de años y años de entrenar el ojo y trabajar en contacto con otros, absorbiendo hasta la última milésima de posibilidades. “No solo aprendí teoría leyendo o estudiando acá o afuera. Sino que estar al lado de los montajistas, de los escenógrafos que me hacían los montajes mientras yo dialogaba con ellos. De los iluminadores, de los propios artistas, me ayudó mucho”.

En 2020, una de sus fotografías fue seleccionada para exponerse en el International Center of Photography Museum de Manhattan, otras en el festejo de los cien años del Foto Club Uruguayo.

—.Haberse dedicado tantos años a analizar la obra ajena, ¿la vuelve más autoexigente consigo misma?

—Soy bastante crítica, nunca estoy conforme. A su vez, bastante obsesiva, siempre fui. Me concentro mucho. Y a su vez, siempre aprendiendo: me conecto con talleres o profesores u otros fotógrafos y escucho conferencias o en YouTube o Instagram. Y lo que busco es que el espectador se vea ante una imagen que lo cuestione: por el color, por la forma, por el movimiento, hacerle pensar un poco y que se detenga más a mirar. Que no sea un documento. Hay muchos y muy buenos documentalistas, pero yo no quiero integrar esa lista.

Sus cosas

Los viajes

“Para bien o para mal, con las becas que logré pude viajar mucho”. De esos lugares, no solo absorbió arte, sino también la calidad y la innovación de los museos que visitaba. Entre sus tantos destinos, destaca la Bienal de Venecia, de 2005, donde curó una exposición de la artista Lacy Duarte.

Su cámara

Sobre la fotografía, dice: “Hay que aprender, creo en el estudio y el aprendizaje”. Eso fue lo que hizo. Se compró una cámara, una Sony Alpha Mirrorless a6300 y fue a clases de manejo técnico y de Photoshop. “Dado que no era tan jovencita, dije: tengo que aprender muy rápido, no hay tiempo para perder”.

Primera computadora

“Era 1984, en EE.UU., me compré una computadora. La gente del humanismo en ese momento solía rechazarlas, pero pensé que eso era el futuro y que en el peor de los casos se lo daría de juguete a mis hijos que eran chicos. Cuando llegué a Montevideo la computadora me salvó del trabajo que llevaba escribir a máquina”.

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