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Adelantos nacidos de la desgracia

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Peste negra

SALUD

Además de muerte y devastación, las pandemias trajeron grandes avances científicos y tecnológicos e instalaron hábitos y prácticas de orígenes olvidados

La pandemia de la COVID-19 no es la primera del siglo XXI y, seguramente, no será la última. De hecho, se trata de la segunda. En 2009, la pandemia de influenza H1N1, o gripe porcina, dejó a su paso 284.000 muertes.

La respuesta a aquella crisis sanitaria, por muchos ya olvidada, fue bastante distinta a la actual. Los brotes de SARS en 2003, de gripe aviar entre 2004 y 2006 y de ébola en 2007 y 2008 habían sido una llamada de atención sobre la vulnerabilidad de las sociedades modernas.

Para bien o para mal, las pandemias dejan cicatrices duraderas. Lo recuerda el historiador Frank Snowden en su libro Epidemics and Society: From the Black Death to the Present: “Son tan importantes para comprender el desarrollo social como crisis económicas, guerras, revoluciones y cambios demográficos”.

El fracaso de los médicos medievales para detener la propagación de la peste negra provocó cambios drásticos en la profesión: incitó la necesidad de una mejor capacitación y de una regulación más estricta.

La medicina en los años anteriores a la peste negra era más filosófica que práctica. Después de la segunda pandemia de peste de 1347, las escuelas de medicina comenzaron a integrar más disecciones en sus planes de estudio.

Los efectos de las pandemias se detectan también en el cuerpo urbano: enfermedades como la fiebre amarilla en el siglo XVIII y el cólera y la viruela en el siglo XIX condujeron a la limpieza de las grandes ciudades, la eliminación regular de basura y mejoraron los sistemas de agua.

Las epidemias cambian la forma en que pensamos acerca de la enfermedad, así como reconfiguran hábitos instalados. Por ejemplo, durante y después del brote de fiebre amarilla en Filadelfia en agosto 1793, las personas cambiaron la forma de saludarse. La gente desconocía que los mosquitos transmiten la enfermedad y por prudencia mantuvieron distancia.

En otros casos, los brotes propiciaron el desarrollo de nuevas herramientas de diagnóstico. Como el estetoscopio que fue inventado por el médico Rene Laënnec en 1816 para auscultar los pulmones y el corazón de personas con tuberculosis, en lugar de colocar la oreja en el pecho del paciente como se habituaba.

Tan recomendada en nuestra época de COVID-19, la costumbre de lavarse las manos para evitar la propagación de una enfermedad no tiene más de 130 años. En 1840, los médicos pasaban de diseccionar cadáveres en la morgue a ayudar a dar a luz a un bebé en la sala de maternidad sin higienizarse o cambiarse la ropa. En una época en la que los gérmenes aún no se habían descubierto y se creía que la enfermedad era causada por miasmas u olores pútridos, el obstetra Ignaz Semmelweis planteó la hipótesis de que las partículas cadavéricas eran las causantes de tantas muertes durante el parto.

El consejo de lavarse las manos, sin embargo, no fue aceptado de inmediato por sus colegas: significaba aceptar que ellos estaban causando las infecciones. Los cirujanos comenzaron a lavarse las manos en serio a partir de 1876, décadas después de que Louis Pasteur descubriera que las enfermedades eran causadas por microorganismos o microbios.

Antibióticos y vacunas. Las muertes masivas no son el único producto de las pandemias. Los hallazgos más importantes en la historia de la medicina están íntimamente conectados con ellas. La primera vacuna exitosa -la de la viruela- fue desarrollada por el médico rural inglés Edward Jenner en 1796, en medio de los continuos brotes y apariciones de esta enfermedad que afectaba a todos los niveles de la sociedad.

Uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX, la penicilina, derivó de la pandemia de influenza de 1918. Hasta que se aisló el virus de la gripe en 1933, muchos científicos pensaban que esta enfermedad era causada por una bacteria. En 1928, el bacteriólogo Alexander Fleming era uno de los tantos que intentaba aislar esa bacteria, conocida como el bacilo de Pfeiffer (hoy denominado Haemophilus influenzae). Fue entonces cuando descubrió accidentalmente el primer antibiótico.

Con seguridad, la pandemia de la COVID-19 dejará lecciones, innovaciones, descubrimientos. ¿Nacerá una nueva ciencia, más rápida, más abierta y más alineada con las necesidades públicas? ¿El acceso abierto a la investigación y los datos creará una ciencia más equitativa y efectiva? Los historiadores de la ciencia nos lo dirán en las próximas décadas. (Agencia SINC)

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