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Western oriental y trágico: todos somos charrúas

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Tomás de Mattos. Dibujo de Ombú

Otra lectura de ¡Bernabé, Bernabé!

Una mirada personal sobre la identidad uruguaya a partir del clásico de Tomás de Mattos.

Nada o muy poco sé de mis mayores charrúas: gente difusa que prosigue en mi carne, oscuramente. Sus hábitos, rigores y temores. Tenues como si nunca hubieran existido y ajenos al trámite del arte, forman parte del tiempo, de la tierra, del olvido.

¿Cómo puede ser? El lector que eche un vistazo y capte las raras letras que forman el nombre del autor de esta pequeña nota, no verá ni en su secuencia ni en cualquier permutación nada charrúa. ¿Acaso sabría el lector indicar de forma segura y certera hacia algo en su mundo y decir “Esto es charrúa”? Visto desde la distancia geográfica, el sustantivo “charrúa” como tal y su adjetivo tienen poca presencia y menos descendenci, aparte de la famosa garra que se declara presente en los estadios donde los jugadores uruguayos con su infaltable Maestro salen a buscar la gloria, los momentos de autoestima derivada de los logros colectivos en directo.

BANDERAS DE GUERRA

Ahí está siempre, o se la requiere, si no se la usa como medida, la “garra charrúa”. Elevada a niveles míticos por hijos y nietos de italianos, españoles, catalanes, húngaros, eslavos, alemanes y guaraníes, esa garra impresiona al espectador que mira de lejos como si de una bandera de guerra se tratara. Y lo es. Los descendientes de todos aquellos, que serán, entre otros, descendientes de perpetradores y de víctimas, de matones de todo bando, así como de los masacrados, salen a darlo todo, a matarse, a llevarse encima la patria, el honor, la imagen y el amor propio colectivo. ¡Qué hermosa es la garra charrúa!

Pero cuando se apagan las luces del espectáculo, cuando los héroes vuelven a sus laburos en Barcelona, Roma, São Paulo o Canelones, si decimos “charrúa” estamos hablando necesariamente de ¡Bernabé, Bernabé! de Tomás de Mattos. Y resulta fácil, y mucho más al cumplirse una generación desde su publicación en 1988, utilizar, por no decir empantanar, la novela en discusiones muy actuales que izan banderas como “genocidio”, “exterminio”, “limpieza étnica”, en el seno de discusiones no menos actuales en torno a temas de identidad, culpabilidad y justicia, mirando hacia el mundo de 2018, usando argumentos basados en versiones noveladas de eventos de 1831.

¡Bernabé, Bernabé! es una novela, ya sus primeras páginas avisan que no se trata de crónica, ni de reconstrucción del pasado. Es una manera de hablar de Núremberg una generación y media después de los juicios contra los nazis, el momento jurídico e histórico en el cual se codificó el concepto de genocidio.

Pero como novela, el libro de Tomás de Mattos, otro gran Maestro uruguayo, se nos presenta como una discusión de temas bíblicos, no menos de lo que son las obras de Dostoievsky, de Faulkner (¡Absalom, Absalom!) y de muchos otros grandes de la literatura mundial. Traición, fratricidio, lucha por primacía ante la Madre Patria, el eterno conflicto entre Caín y Abel. Porque en la Biblia, recordemos, Caín queda para seguir la raza, y todo cronista es, necesariamente, hijo de Caín, como lo es todo lector, y todo ser humano. El comentario bíblico, la exégesis ofrecida por el escritor uruguayo, es universal, y toma los eventos, los personajes y los intereses que existieron en la Banda Oriental en aquel pasado, claro y vago siempre, como pretexto y pre-texto. La técnica cervantina de un texto que se nos presenta como reflejo de un texto “verdadero” que contiene al menos parte de lo “real” y “verídico” abre el espacio donde se proyecta la relevancia universal de la novela que utiliza el relato, que a su vez refleja algunos datos de lo que fuera una crónica. Porque nada es verdad total, pero la verdad existe. Y cabe recordarlo en 2018.

La verdad es que un gaucho mata a su padre adoptivo y Bruto mata a Julio César porque Caín mató a Abel. Asesino, cadáver, tierra, sangre, cuento, memoria, todo queda. Parte del tiempo, de la tierra, del olvido. Y bien colocado en esa trinidad, Tomás de Mattos crea una obra de arte. El escritor de verdad, en todo sentido, es un ser que pertenece a su sociedad, pero siempre le es ajeno. Y ajenidad conjuga la mirada universal, que es, si de un artista se trata, la que funciona a través del nervio ético. Al despertar en sus lectores la sensibilidad ética (incómoda, por cierto), el autor está fungiendo de chamán, con su tribu que no puede no seguir la trama, absorta, envuelta y complicada en ella de una manera inextricable. Está haciendo un servicio superior a su gente.

ESTÁN ACÁ

¡Bernabé, Bernabé! no ha perdido su jugo literario. La novela se lee como novela histórica, con un fuerte toque subversivo ante la tradición epistolar decimonónica. Y se lee, de manera no menos marcada, como un western oriental. El lenguaje rico, a veces cargado al borde de lo florido, nunca impide seguir la corriente caudalosa de la narrativa. Sabemos hacia dónde va la cosa, y no podemos despegarnos. Sabemos qué es lo que el autor nos está causando, y nos ofrecemos como chivos expiatorios para ese viaje al matadero. Es el proceso antiguo de la tragedia griega. ¿Acaso puede haber alguien que no sepa cómo terminan esas obras antiguas, que no eran sino un purgante moral colectivo? Como el gran futbolista que se coloca ante el balón para un penal, y le dice al arquero “La mando hacia la izquierda”, lo hace y anota el gol, Tomás de Mattos sabe que sabemos, sabe a dónde va, sabe que somos sus cómplices, atraídos sin manera de escapar, adictos al relato, y conscientes del proceso moral que hemos de sufrir. Por esto mismo, como en toda su obra, estamos ante el efecto escenográfico católico: de nuevo, vamos a la cruz, para el bien de la Humanidad.

Y esa Humanidad incluye a los charrúas. Porque la pregunta relevante no es, ahora, “¿quién le hizo qué a quién?” ni “¿dónde y cómo acabaron los charrúas?” Sabemos la respuesta, y quizás por ahí en el Río de la Plata haya quien no quiera saberla, pero no por ello pierde su veracidad. Los charrúas están acá, humanos que fueron y que son. Están acá en la garra charrúa, en las venas de los uruguayos, y en las mil y una maneras que tiene la Historia para que nada se acabe del todo. Los hechos y deshechos del pasado, glorioso, trágico, cantado, contado o tapado por las mil artimañas de los humanos, no pueden evitar que el asesino y la víctima terminen compartiendo todo: la historia, la memoria, la sangre, el tiempo, el olvido, la novela, la conciencia. Como el Rey David y Absalom —parientes de otro judío, el de los episodios relatados en los evangelios, grandes novelas de otros tiempos— como Bernabé, Tomás de Mattos, el Maestro Tabárez y los charrúas que prosiguen en la carne de todos, luchando, buscando dejar un rasgo, algo que permanezca.

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