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Walter Mosley radicaliza la trama

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Walter Mosley

Premio RBA de novela policial

Mosley, el autor predilecto de Bill Clinton, mete el dedo en las llagas de la Norteamérica de Donald Trump.

Walter Mosley nació en Los Angeles en 1952, hijo de padre negro y madre judía de origen ruso. Ubicado, pues, en la encrucijada de dos frecuentes segregaciones, ha desarrollado una obra literaria que recoge el guante de identidades en conflicto en una nación violenta. “…ahora el racismo ha dejado de ser un secreto. Trump nos ha dado algo por lo que luchar”, le dijo hace poco al periodista Xavi Ayén cuando fue a España a recoger el premio RBA de novela policial por Traición. “No me gusta Trump, pero él es como un escalpelo que hurga en nuestras heridas, da voz a la opinión general. El racismo no va a peor en EEUU, siempre ha estado ahí pero ahora, gracias a lo que dice Trump, estamos viendo cómo son las cosas realmente, cómo han sido siempre, antes lo escondíamos debajo de la alfombra”, agregó.

Traducido al castellano por Anagrama en la década de los 90, y más tarde por la editorial Roca, hacía un buen tiempo que los libros de Mosley no circulaban entre nosotros. La obtención del mencionado premio permite acercarnos nuevamente a un autor de culto de la literatura noir estadounidense, que saltó a la fama cuando el recién asumido presidente Bill Clinton confesó que era uno de sus autores preferidos. Por aquella época venía dando forma a una saga protagonizada por el detective Ezequiel Easy Rawlins, con títulos en los que siempre figuraba un color (El demonio vestido de azul, Una muerte roja, Betty la Negra, Un perro amarillo). Rawlins es un hombre que, tras haber combatido en la Segunda Guerra Mundial, se instala en Los Angeles con la intención de formar una familia y tener un trabajo que le permita mantenerla, pero los problemas del racismo lo empujan a desempeñarse como investigador tras perder uno y otro empleo. En 1995 El demonio vestido de azul fue adaptado al cine, y Denzel Washington protagonizó con acierto al desencantado detective, todo lo que, tras el elogio de Clinton, terminó de ubicar a Mosley en la categoría de los escritores más vendido de su país.

También Laurence Fishburne encarnó a otro de sus detectives, Socrates Fortlow, un expresidiario que tras una larga condena por un doble homicidio investiga algunos casos verdaderamente escabrosos (El error correcto, Paseando al perro). Pero Mosley también ha escrito ciencia ficción, ensayos y otros libros como Blues de los sueños rotos, una exquisita novela que narra los últimos días en Nueva York de un viejo y legendario guitarrista de blues, Atwater “Soupspoon” Wise, que se supone conoció —y alguna vez acompañó— a Robert R.L. Johnson, aquel guitarrista que, como todo el mundo sabe, vendió su alma al diablo en un misterioso cruce de caminos.

Siniestros y empáticos

Traición presenta a un nuevo investigador, el expolicía Joe King Oliver, separado de sus funciones unos diez años antes bajo la falsa acusación de violar a una joven mujer, Nathali Malcolm, quien le tendió una trampa. El episodio no solo le significó a Oliver que lo echaran de la policía sino que la esposa lo echara de su casa, y haber pasado largas semanas en una celda de aislamiento que lo pusieron al borde de la locura. La acción transcurre en una Nueva York contemporánea y sombría, donde en cada esquina parece anidar un engaño y donde la violencia transita en sordina, apañada por lo general por la propia policía. Un buen día se presenta en el despacho de Oliver una joven abogada a pedirle que ayude a un activista conocido como A Free Man, condenado a muerte por el asesinato de dos agentes y a quien su abogado defensor abandonó ante la última chance de apelación. Y un buen día también se entera del nombre de un policía que habría obligado a Nathali a filmarlo mientras tenía sexo con ella.

Oliver irá investigando los dos casos y encontrando algunos puntos de contacto, siempre bajo la atenta y dulce vigilancia de su hija Aja, una adolescente que se desempeña como su secretaria. “Aja estaba en el umbral de mi despacho. Casi un metro ochenta de altura y negra como la Virgen española. Tenía mis ojos. Aunque le preocupaba mi estado de ánimo, sonreía”, la describe en las primeras páginas, para desarrollar luego una relación en la que padre e hija se profesan amor incondicional, y que funciona como un poderoso cable a tierra del personaje. En el transcurso de la trama, este también se apoyará en un puñado de individuos, a cual más siniestro y al mismo tiempo empático, como el caso de Melquarth Frost, un ladrón reconvertido que muchos años atrás había sido encarcelado por el propio detective.

Mosley apuesta a radicalizar una trama en la que se va cruzando con yonquis, policías corruptos, hombres y mujeres arrepentidos o desolados, y un escenario sórdido en donde poco y nada se protegen algunos valores esenciales. Oliver es parte de esta degradación, y poco le importan sus procedimientos siempre y cuando lo lleven a pistas fiables, como por ejemplo cuando le proporciona droga a un heroinómano capaz de ofrecerle datos relevantes para su pesquisa. Sostiene, sí, que le gustan las reglas: “seguirlas me demuestra que soy un hombre civilizado”, aunque luego pague con la misma moneda acciones que violentan los menores escrúpulos.

Lo único que tenía

Tanto esta como las anteriores novelas de Mosley pueden ubicarse fácilmente dentro de la escuela del noir o hard-boiled, ese subgénero policial inaugurado noventa años atrás cuando Dashiell Hammett publicó su primera novela, Cosecha roja. Mantiene de aquellos títulos (en compañía de Raymond Chandler, Jim Thompson, James M. Cain, David Goodis) similares estrategias: narrador en primera persona, secuencia investigativa en la que el detective participa personalmente en los hechos —cuando no es el causante directo de ciertos desenlaces—, un crescendo de información compartida con el lector, en el que se privilegia más el dato intuitivo que la prevalencia empírica del enigma, y la búsqueda deliberada de absolución para sus protagonistas, independientemente de la dureza con la que actúen.

Y también, como en sus predecesores, subyace en la obra de Mosley y en sus amargas criaturas la certeza de que casi nunca se podrá hacer justicia sobre los culpables de los crímenes que se investigan, sino que apenas —y ello es más que suficiente— se podrá alcanzar la verdad. “Lo único que tenía en mi posesión era la verdad y la certeza de que debía hacer algo respecto de esa verdad”, reflexiona Oliver ya sobre el final del libro. “Si eso suponía infringir la ley, estaba dispuesto a hacerlo.”

Mosley no intenta renovar el género, como sí lo ha venido haciendo James Ellroy, siempre dispuesto a una novedad formal o a una vuelta de tuerca imprevisible, sin abandonar por ello el respeto al lector y la verosimilitud de sus historias. Traición es una novela clásica al estilo de las de Michael Connelly y su agente Harry Bosch. Carga, sin embargo, con una objeción: son demasiados sus personajes y sus nombres, lo que por momentos agobia.

TRAICIÓN, de Walter Mosley. RBA, 2018. Barcelona, 315 págs. Distribuye Océano.

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