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La voz de un yo sin nombre

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Felipe Palomeque

Extracto de la novela La tercera persona, del uruguayo Felipe Palomeque, que mira lo intrascendente de la realidad cotidiana hasta volverlo absurdo.

LENTAMENTE ABRO los ojos; se nota que, entre tantas preguntas y reflexiones, me quedé dormido en la incómoda cama del hotel. Mantengo un estado somnoliento que me obliga a cerrarlos nuevamente y no llego a discriminar cuán profunda fue la siesta. Creo que soñé con Victoria, y dudo si no me estarán llegando tardíamente las imágenes de lo que pasó aquella vez, en su apartamento, pero lo refuto; es más bien en otro lado, en otra casa.

Estoy sentado en un sillón bastante antiguo de una casona colonial que asumo, en esta historia, es donde vive ella. Mi alto grado de razón, de cuestionamiento de cosas, y hasta de obrar para que las escenas vayan modificándose en mi beneficio, me hace sospechar que estoy plenamente consciente y las imágenes en movimiento son, más bien, deseos míos, aunque no puedo afirmarlo ya que puede que esté soñando profundamente con una película de personajes que requieran estar activos y muy pensantes. Me parece que hablamos mientras ella ordena unas cosas y yo aprovecho para mirarle el culo, un poco porque está dada vuelta y otro poco porque tengo la impresión de que estoy soñando; por esa impunidad que te permite saber que no es una mujer real. Su pelo lacio le llega casi hasta la cintura, motivo que me confunde, pero que le sienta hermoso en esa polera negra ajustada al cuerpo. Allí intento que Victoria me preste atención, no con palabras, no con diálogos atractivos o algo por el estilo, sino que, más bien, desde mis pensamientos procuro moverla, buscando que esa marioneta se dé vuelta y haga lo que yo quiera. Al percatarme que no lo hace, el personaje que hace de mí en el sueño, ya que por momentos estoy dentro de él y en otros lo veo como un tercero que a su vez soy yo mismo, comienza a abandonar la idea de que ella es parte de mis pensamientos conscientes, y elige con mayor confianza la opción del sueño propiamente dicho. A su vez, con menos probabilidad, el personaje que me interpreta no descarta la chance de que sean los recuerdos de aquella noche, pero lo que sí es una certeza es que esto que está ocurriendo no es la vida real. Yo estoy en un hotel, dormitando, y mi otro yo, o el personaje que hace de mí, está en otra casa, con una Victoria irreal pero muy linda, que no hace caso, que hay que conquistar como si fuese la primera vez. A todo esto, mientras ella continúa ordenando libros y porquerías, me empiezo a aburrir de esperarla y me pongo a leer; me suena que repaso algo relativo a cuestiones filosóficas, y me concentro tanto que no presto atención a Victoria. Ella no es mi novia en el cuento, tampoco es una mina a la que frecuente, pero su desinterés por ser amable conmigo, sin dejar de realizar sus tareas para nada, y mi libertad para ponerme a leer en una casa ajena me hacen pensar que somos bastante amigos, mucho más que lo que somos en la realidad.

De repente suena el timbre y me dice que es su novio. Me resulta raro que no me sorprenda que Victoria tenga novio y lo único que me preocupa es que él no me vea, que no sepa que estoy; sin duda alguna estoy de trampas. Ella me dice que no me preocupe, que viene a buscar unos championes que se dejó y que no lo hará pasar. Ahora me sorprendo de que mi personaje confíe plenamente en que todo ocurrirá tal como está previsto, que ese tipo no tendrá ganas de pasar, de ir al baño, de cualquier cosa que amerite entrar, teniendo en cuenta que, si es su novio, esta es prácticamente su casa. Eso me vuelve a la idea de que todo está guionado por mí, aunque si así lo fuese no debería dudarlo. Cuando vuelve Victoria, sin compañía, me comenta que su novio va a jugar al fútbol y que luego viene a dormir acá; que tenemos casi una hora, no más. Esa frase me hace olvidar todos los cuestionamientos y comienzo a vivir la situación sin importarme un carajo quién está armando la obra, quiénes son los protagonistas y demás. Rápidamente vamos para el cuarto y me vuelvo primera persona por completo. El sonido de mi voz cambia, se siente más mío y con eco, y los besos también. Victoria me besa sabiendo que hay poco tiempo, con absoluto conocimiento de cada rincón de su habitación, sin tener en cuenta que yo quiero observarlo todo para retenerlo, para encuadrar mi primer encuentro sexual con ella, aunque tenga la profunda certeza de que no es real. Las sábanas son color salmón y sus pliegues, propios de una cama sin hacer, me molestan en la espalda al momento que Victoria me tira contra el colchón. La cama cruje y tiene un bamboleo muy largo, lo que me obliga a ver el respaldo que hace juego con la casa, con tubos metálicos cromados de otra época, y que se acerca y se aleja de la pared en un radio mayor a quince centímetros. Cada tanto, cuando me olvido de los detalles, me percato de los besos, y hay excesos de lengua, y labios, y todos de mucha experiencia y sensualidad, y no llego a medir mi rendimiento ya que no puedo con tanta cosa junta; no llego a entender siquiera la veracidad de todo esto pero de a poco se va tornando real, con colores muy nítidos, con aromas penetrantes de perfumes riquísimos, calculo que los que mi inconsciente determina que son los más exquisitos. La cantidad de besos aumenta y la cantidad de ropa disminuye. Me vuelvo protagonista, y la agarro de su cintura, y cambiamos posiciones; la dejo a ella entre mi cuerpo y el colchón, y entiendo por sus suspiros que esperaba encontrarse en esa situación más sumisa.

Cuando quiero acordar, tal vez por los baches que poseen en general todos los sueños, ya estamos desnudos, y ella, de espaldas a mí, apoyando manos y rodillas sobre las sábanas, juega a su criterio; se mueve de manera muy sensual, permite que los cuerpos se rocen sin respeto. La tomo de su cintura y me quedo fijo, excitado, mirando esos dos pequeños hoyos que se forman en la zona del coxis y que tan bella hacen a la figura de una mujer, especialmente a Victoria, en esa proporción perfecta de cintura y cadera. Los gemidos se intensifican y el contacto también, comenzamos a sentirnos demasiado, y es el momento de dedicar unos minutos para buscar un forro y, así, continuar la historia; y no comprendo si ella me lo dice, si yo comienzo a pensar o las dos cosas a la vez, pero me percato de que no tengo preservativos. Ahí entiendo que yo no fui para eso, que yo fui a charlar, a estar con ella, porque somos amigos, y hasta creo que en ese momento sí estoy seguro de que tiene novio, tal vez para encontrar excusas a semejante pelotudez que estoy realizando: llegar hasta último momento convencido de que no podré continuar. Sin embargo, en paralelo, comprendo que esto es lo que quiero, que nada deseo más que disfrutarla en su cama, así de desnuda, así de perfecta, y que tengo que resolverlo de alguna manera. Miro el reloj que marca las diez y, a pesar de ser la primera vez que lo observo, tengo la certeza de que aún falta media hora. Voy a buscar forros, le digo, y me alejo, me visto, y no descubro de qué manera se adelanta la película pero ya estoy afuera, en busca de una farmacia o un supermercado. Me sorprende estar en el barrio de mis padres, a una cuadra de su casa, y un poco me avergüenza la situación; otro poco me incentiva darme cuenta de que conozco dónde se ubican los comercios. Pero ahora es de día, y aun sin mirar relojes estoy seguro de que son las ocho de la mañana, y que la farmacia aún no abrió; entonces salgo corriendo hacia el supermercado, ya pensando que probablemente el esfuerzo sea en vano, y llego a esa esquina y también está cerrado. Igualmente no me siento mal. Regreso a paso lento, tampoco me desespero por volver a disfrutar de Victoria de la manera que se pueda; es como que en ese momento le pongo punto final a la historia y no habrá más que levantar mi ropa, dado que estoy en vestimenta de emergencia, y seguir mi camino.

Cuando llego a la esquina de lo de Victoria, casualmente mi padre cruza con su auto frente a mí, me saluda y me invita a pasar a su casa. Como no encuentro motivo alguno para estar en ese barrio si no es para saludarlos, y no me animo a contar lo de Victoria, acepto y entro. De ahí en más no puedo dejar de pensar en ella, en la manera en que me estará esperando, en que no puedo avisarle del inconveniente; no puedo siquiera levantar mi ropa y en cualquier momento volverá su novio. La opresión en el pecho comienza a ser gigante, la impotencia comienza a ocupar muchas partes de mi cuerpo, motivos que me obligan a despertar. Descubro que me encanta haber vivido todo eso y me apuro a comentar lo ocurrido en voz alta, para incorporarlo con tinta permanente y recordarlo por siempre.

El autor

Felipe Palomeque (Montevideo, 1985) ganó el Primer Premio Narrativa Joven 2013 de la Casa de escritores del Uruguay con Uñas, su primera novela. En 2014 publicó Un viaje para toda la vida (Ediciones B) y en 2015 La tercera persona (Estela Editora). El libro incluye cinco piezas: la novela “La tercera persona” (de la cual se extrajo el texto adjunto) y cuatro relatos, “Concierto para piano no. 101”, “Equilibrios”, “Paloma” y “Transparencias”. El texto aquí reproducido fue seleccionado por Paula Baldrich y László Erdélyi. 

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Felipe Palomeque

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