Publicidad

Vivir para contarla

Compartir esta noticia

Andrea Blanqué

Pocas veces un escritor explica a priori tan minuciosamente la génesis de un libro como lo hace Stefan Zweig en su introducción a Magallanes. La idea le surgió en su primer viaje a Sudamérica, a bordo de un lujoso transatlántico, un viaje por mar mil veces hecho durante casi cinco siglos.

Zweig vio en Magallanes —uno de los hombres emblemáticos de aquellos primeros viajes a través del Atlántico—un maravilloso material para producir, una vez más, una biografía. El escritor austríaco cultivó este género con éxito, hasta ganarse el comentario generalizado de que sus biografías "parecían novelas".

Paradójicamente Stefan Zweig (1881-1942), el judío vienés que se convirtió en uno de los novelistas de lengua alemana más leídos durante los años 30 y 40, más tarde fue perdiendo su fama como narrador para quedar en la memoria colectiva como un biógrafo de personajes famosos, tales como Balzac, Dickens o María Estuardo, entre otros.

Como biógrafo dosificaba de tal modo la narración de los hechos fundamentales de la vida del personaje histórico, que el lector quedaba atrapado por ese texto que a su vez explicaba seres humanos atrapantes.

REEDITAR A ZWEIG. La editorial argentina Claridad reeditó estas biografías de Zweig acompañadas de prólogos, cronologías y apéndices sin desperdicio, tales como la "Relación de los bastimentos que lleva la armada de Magallanes" (cantidades de vacas, de lentejas, etc., barco por barco, que se llevaban para dar de comer supuestamente durante dos años a un total de 265 hombres).

El gesto importa por el rescate de este escritor austríaco, misteriosamente dejado de leer, pero también por la valoración de ciertas aventuras humanas que hacen mejor a la Humanidad, que permiten pegar saltos al conocimiento.

Stefan Zweig, un fervoroso pacifista que en 1942 decidió suicidarse junto a su esposa en el exilio de Brasil ante el avance nazi, escribe su Magallanes en 1937, simultáneamente a la inminencia de la guerra.

El viaje de Zweig hacia Brasil y Argentina, a buscar "algunos de los paisajes más hermosos del mundo", en el primer caso, y a "una reunión incomparable con camaradas espirituales" en el segundo, le permitió al escritor "gozar infinitamente los días paradisíacos de esta travesía", pero también, a partir del séptimo u octavo día, le hizo sentir el agobio de la omnipresencia del mar: "siempre el cielo azul, siempre ese tranquilo mar azul".

En medio del confort del transatlántico ofrecido por la tecnología del siglo XX, comenzó Zweig a ponerse en la piel de aquellos individuos que cruzaron por primera vez el tremendo océano casi medio milenio atrás. En la biblioteca del barco encontró libros que hablaban de ellos. Pero de entre todos elige para admirar largamente, en ese viaje, a Fernando de Magallanes (1480-1521), el marino y ex-soldado portugués apoyado por el emperador español Carlos V, "el hombre que realizó la más grande proeza en la historia de la navegación de la Tierra".

MAGALLANES, OTROS NO. ¿Por qué no Colón, se preguntará más de uno? Zweig siente que la primera travesía de Colón —a su juicio, breve— no es nada comparada con la trágica vuelta al mundo que realizó la escuadra de Magallanes. Mucho más que en otros, Zweig percibe en Magallanes al individuo que llevó adelante "uno de los sueños anhelantes, uno de los sagrados cuentos de la humanidad".

Hay más: Zweig, un pacifista a quien le repugnaba el militarismo, admiró así a un conquistador que evitaba por norma la violencia. Un hombre silencioso y oscuro, de férrea voluntad, que arrastraba una pierna herida de guerra, y que soñaba, no con el oro ni con el poder supremo, sino con una idea mágica.

Es que el sueño de aquel portugués era realmente poético: buscar el paso del Atlántico al Pacífico, derrotar esa "viga" que era América y que se levantaba hacia el norte y hacia el sur, desentrañar el secreto que guardaba la Tierra, unir el globo del mundo en un solo viaje desde Europa hacia el oeste.

Uno de los momentos más emocionantes de la biografía es aquel en que Magallanes llora, cuando por fin, luego del pasaje por el hoy homónimo estrecho (descrito por Zweig como una verdadera travesía por el Hades), las lanchas de reconocimiento encuentran la salida hacia el mar del Sur, hacia el inmenso océano desconocido. Para el austríaco (un hombre de un país sin mar), imaginar aquellos sentimientos de Magallanes lo llena de gozo y le permite escribir: "Ese minuto es el gran momento de Magallanes, aquel instante de encantamiento extremo e insuperable, que cada hombre experimenta en su vida una sola y única vez. (...) Este instante justifica e inmortaliza su vida".

Pero la belleza de ese momento adquiere su magnitud porque Zweig también sabe contar el horror. El horror de la angustia de Magallanes al percatarse de que el engañoso Río de la Plata no es el tan anhelado estrecho, y que entonces la información secreta que probablemente manejaba era errada. El horror del motín, en la bahía de San Julián, rebelión de los capitanes españoles contra el portugués, desacato que quizás esconda una traición planificada, digna de una novela de espionaje. (Motín con pocos muertos, pero que termina con dos capitanes descuartizados y estaqueados como castigo ejemplar, y otros dos capitanes abandonados en la Patagonia a que intentasen sobrevivir como pudiesen). Horror de los barcos que se pulverizan en los huracanes, como el de la primera pérdida, la Santiago. O también horror de los barcos que desertan, con los mejores víveres a bordo, cuando ya se ha encontrado el estrecho, como cuando se escabulle la traicionera San Antonio. Horror del hambre, cuando luego del triunfal hallazgo del otro océano a través del estrecho, en el extremo austral del mundo, restan tres meses de travesía por el Pacífico sin comida ni agua potable. Horror de la muerte gratuita de Magallanes, a raíz de una escaramuza contra el rey de una islita, sin que pudiese el capitán ver coronado su esfuerzo.

Y horror del poeta Zweig ante las injusticias históricas, para quien no deja de ser una ironía del destino que quien haya llegado por fin nuevamente a Sevilla capitaneando la nave Victoria, con los últimos dieciocho tripulantes, sea un ex integrante del motín de los capitanes españoles, el joven vasco Sebastián Elcano.

Elcano, a quien el biógrafo no le quita el mérito de ser un excelente marino y un heroico resistente, supo llevar la última nave de la escuadra de Magallanes desde el Índico hasta Sevilla, bordeando África, sin tocar tierra. Logró superar difíciles pruebas aun cuando el mítico Magallanes ya había muerto. Entre ellas, esquivar en ese larguísimo trayecto a los celosos portugueses, cuyo rey don Manuel había dado orden de dar captura a todos los integrantes de la expedición de aquel traidor. El monarca estaría indignado: su ex soldado había utilizado los documentos de la corona portuguesa para cumplir su sueño personal. Y avalado por el gran rival de Portugal, España.

AMÉRICO VESPUCIO. La biografía de Stefan Zweig de Américo Vespucio no tiene el encanto narrativo de la de Magallanes, seguramente porque la vida de este erudito florentino a quien debe su nombre América, no fue tan extraña y heroica como la del portugués. Vespucio, acusado muchas veces de charlatán, de ladrón de descubrimientos, es visto en este libro como un hombre fascinado por aquello que se le abre ante los ojos: es un antropólogo, un observador, un humanista enamorado del conocimiento del universo.

Para escribir este libro, Zweig ha leído mucho, como lo hizo para escribir el de Magallanes. Pero no es un historiador, sino un escritor. Los historiadores expertos en esta época han leído miles y miles de documentos en los archivos europeos. Zweig ha estudiado, sin duda, lo que está a su alcance, pero su voluntad ante todo es resucitar los sentimientos e ideas de aquellos hombres que hicieron los primeros viajes a América. Intentar ver con sus ojos, pensar con su cerebro, sentir con su corazón. Y también, en esta biografía, hay espacio para hacer sonar las palabras: un precioso pasaje es aquel en el que Zweig se explica a sí mismo por qué este continente se llama América y no Colombia, por ejemplo. El escritor está convencido de que "América" es una "palabra conquistadora". Una vez en letra de molde la potente palabra, su empuje elimina todas las demás denominaciones. Según Zweig, esta palabra es la primera declaratoria de la independencia de América. l

MAGALLANES. La aventura más audaz de la humanidad, de Stefan Zweig, Buenos Aires, Claridad, 1996. Distribuye Urano. 251 págs.

AMÉRICO VESPUCIO. Historia de una inmortalidad a la que América debe su nombre, de Stefan Zweig, Buenos Aires, Claridad, 1996. Distribuye Urano. 139 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad