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Vieja técnica que ya no rinde

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Foto Darwin Borrelli
ARCHIVO EL PAIS

La reciente producción del escritor peruano bajo la mirada del crítico

LOS MATRIMONIOS formados por el ingeniero en minas Enrique Cárdenas y su esposa Marisa, y por el prestigioso abogado Luciano Casasbellas y su esposa Chabela, son muy amigos. Tanto, que una noche de fines de los 90, y a causa del toque de queda que obliga a toda Lima a encerrarse en sus casas muy temprano, Chabela, quien no se ha percatado de la hora, debe quedarse a dormir en casa de Marisa. Enrique no está, ambas mujeres comparten la cama matrimonial y, poco antes del amanecer, allí suceden cosas.

Un buen día, Enrique es visitado en su oficina por un periodista de cuarta, un tal Rolando Garro, que dirige el semanario amarillista Destapes. El hombre le advierte que tiene en su poder una serie de fotografías que muestran al ingeniero, dos años atrás, en una suculenta orgía. A su vez Juan Peineta, declamador de poesía romántica que integra un exitoso trío de cómicos en la televisión, es atacado por Garro desde su semanario durante meses, de forma gratuita, hasta que los directivos del canal terminan por echar a Peineta. Y hay más figuras en la trama.

Con este paquete de personajes débiles, previsibles, narrativamente irrelevantes, el peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) construye la historia de su última novela, Cinco esquinas. Todas estas agónicas criaturas transitan por una ciudad y por un país violento, que el escritor parece no querer retratar más allá de las contrariedades que provoca el toque de queda, y a la presencia siniestra de otro individuo conocido como el "Doctor", que se ajusta a Vladimiro Montesinos, mano derecha del por aquel entonces Presidente Alberto Fujimori. Los integrantes de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) aparecen tangencialmente en el cuerpo de la obra, apenas señalados como "terroristas". Ninguna otra cosa logra traducir una situación política y social que costó la vida de miles de peruanos.

En el desarrollo de la trama, con capítulos en los que se van alternando personajes y anécdotas, Vargas Llosa recurre a una vieja técnica que muchos años atrás potenciaba sus títulos más famosos como La ciudad y los perros, La casa verde o Conversación en La Catedral: el encastre de diálogos y anotaciones en una secuencia alterada, con anacronismos y escenarios diversos a fin de una aproximación coral a la historia. Pero en este caso la estrategia termina convirtiéndose en un truquito fatigado y tedioso, como también pasaba hasta el hartazgo en su novela anterior, El héroe discreto. Para colmo la escena final, con un Luciano que se declara al tanto de cosas que los demás suponen desconoce, tiene el mismo sello del cierre del cuento "Los pocillos", de Mario Benedetti.

Poco tiempo antes de Cinco esquinas, también había llegado Los cuentos de la peste, una pieza teatral que Vargas Llosa escribió y actuó en tablas madrileñas junto a Aitana Sánchez-Gijón. Se trata de una adaptación de El Decamerón. En ella ocurre una cosa curiosa: allí donde la obra de Giovanni Boccaccio es divertida, ágil, por lo general descacharrante, Vargas Llosa logra un producto aburrido, solemne y de un obsesivo didactismo que radica en repetir hasta el cansancio que la creación derrota a la muerte.

CINCO ESQUINAS, de Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 2016. Montevideo, 314 págs.

LOS CUENTOS DE LA PESTE, de Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 2015. Buenos Aires, 249 págs. Distribuye Penguin Random House.

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Foto Darwin Borrelli

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