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Víctima de su tiempo

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Tsvietáieva en 1911. Foto Max Voloshin.

textos DE marina TSVIETÁIEVA

Más pistas para comprender su creación, su dura vida y el trágico destino de la gran poeta rusa.

Marina Tsvietáieva dijo: "Si para escribir fuera necesario entender, no podría hacer nunca nada. De miedo". La frase pertenece a uno de sus libros y define o perfila con exactitud la vida y la postura frente a la vida de una de las mayores escritoras rusas del siglo XX. El destino trágico de Tsvietáieva dependió en parte como el de millones de rusos de la circunstancia histórica que les tocó vivir y de una sumatoria de errores personales, imponderables y mala suerte. Un espíritu prisionero, cuidada edición de Galaxia Gutenberg prologada, anotada y documentada contiene diversos textos de Tsvietáieva: fragmentos de su diario íntimo (invalorables como expresión narrativa y como documentos históricos); cartas privadas dirigidas a escritores, familiares y autoridades de gobierno; el texto que le da título, escrito en referencia al poeta Andréi Bély; y unas pocas poesías selectas que apenas dan cuenta de la tremenda poeta que fue.

El 31 de agosto de 1941, y según una versión oficial avalada por cartas de despedida, Marina Tsvietáieva pone fin a su vida ahorcándose en un remoto pueblo tártaro. Si fue decisión propia ese hecho la ingresa en un selecto y a la vez amplio grupo de poetas partidarios del retiro voluntario que incluye desde la mítica Safo hasta Sylvia Plath, Cesare Pavese, Paul Celan, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, María Mercedes Carranza, Vladimir Maiakovski, José Asunción Silva y tantos más. Hubo depresión y cuestiones de alcoba en muchas de esas elecciones, amores no correspondidos, crisis creativas, autoestimas bajas, etc. En el caso de Tsvietáieva jugó un papel decisivo la Revolución o Golpe de Estado Bolchevique de 1917. Este libro se juega entero a mostrar esa constante prisión del espíritu bajo una luz totalitaria, y transmite una congoja importante de principio a fin aunque contenga momentos divertidos, o más bien irónicos, debidos a la pluma de su autora.

La Rusia blanca.

Marina Ivánovna Tsvietáieva nació en Moscú en 1892, hija de un filólogo universitario y de una pianista que murió joven. Vivió una niñez sin sobresaltos, con holgura económica, viajes y conexiones con el mundo cultural. En 1912 se casó con Serguéi Efrón y tuvo su primera hija, Ariadna; en 1917 nació Irina y en 1925, ya en el exilio, nació Gueorgui. Las decisiones de su esposo cuestionadas pero acatadas serían claves para determinar negativamente el futuro familiar. Aunque pertenecía a una familia revolucionaria Efrón defendía al zar Nicolás II y tras la caída de éste combatió por el contrarrevolucionario Ejército Blanco que finalmente sería derrotado. El paradero de Efrón se perdió durante algunos años, y Marina lidió sola con la falta de trabajo, el hambre y dos hijas. Mientras cuidaba a la mayor, enferma de malaria, moría en un albergue la más chica, de tres años.

En 1922 confirmó que su esposo estaba vivo y empezó un largo exilio por Berlín, Checoslovaquia y Francia. Al comienzo su fama creció en el extranjero, donde la "Rusia blanca" de los emigrados antirrevolucionarios se expandía, y ella desbordaba creatividad y escribía poemas al Ejército Blanco. Sin embargo la situación de miseria permaneció incambiada, estaba lejos de su país y su gente, su nombre no vendía y entre sus compatriotas exiliados tampoco encontró un lugar.

La situación decantó cuando Efrón, en un empuje nostálgico, visitó la embajada soviética en París y pidió permiso para regresar. Sí, cómo no. Se lo dieron. A cambio debía trabajar para el servicio secreto soviético en el extranjero. Al parecer lo hizo tan diligentemente como años antes había abrazado la causa antirrevolucionaria. Sospechado de cometer algún crimen a pedido de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) su figura fue cada vez más rechazada en el exterior, y la de su esposa también, estuviera o no al tanto de la vida secreta del marido. De hecho la relación conyugal era débil y Marina estuvo vinculada a otros hombres, tanto que alguno de sus mejores poemas dan cuenta de la imposibilidad y los adioses de esas historias paralelas.

En 1937 Efrón y su hija regresan al país, y en 1939 lo hace Marina con su hijo adolescente. Casi de inmediato los primeros son detenidos: Ariadna enviada al Gulag, donde pasó siete años; Efrón condenado a muerte, desenlace que Marina no llegó a ver.

Diarios y cartas.

Hay que consignar que en el panorama literario de esa época la historia de Tsvietáieva no fue una excepción. Basta recordar la triste instancia en la que Boris Pasternak debió rechazar el Premio Nobel en 1958, o algo antes cuando en 1938 Ósip Mandelshtám murió en el Gulag tras escribir un epigrama contra Stalin, o antes todavía, cuando en 1921 fue fusilado Nikolái Gumiliov (esposo de la poeta Anna Ajmátova, también prohibida y deportada).

Excepcional fue, sí, la pasión que Tsvietáieva puso en la escritura en medio de todas las miserias. Los fragmentos de su diario recogidos en Un espíritu prisionero muestran cómo era de fluida, exclamativa y crítica su voz. Con la misma energía y desparpajo narra un atraco callejero del que fue víctima, como su reacción ante el fusilamiento del zar o el atentado contra Lenin. Asimismo los años del hambre, las enfermedades, el exilio y el miedo son contados evitando el quiebre sentimental, buscando una dureza protectora y abstracta. Las reflexiones sobre la muerte están a la orden y en el brillante texto sobre Rainer María Rilke (con quien mantuvo correspondencia sin llegar a conocerlo) puede leerse: "La muerte está en casa del moribundo. En casa del muerto la muerte ya no está. La muerte sale de la casa antes que el cuerpo, antes que el médico y aun antes que el alma. La muerte se va la primera de casa. De ahí, no obstante la pena, el suspiro de alivio: "¡Por fin!" ¿Qué? No el ser que todos amaban, la muerte".

De otro tenor son algunas de las cartas recogidas aquí (entre las que no figura su nutrida correspondencia con Pasternak y Rilke, por ejemplo) que muestran a un tiempo la vulnerabilidad emocional de Tsvietáieva y su vigor camaleónico. Entre ellas destaca la que en 1920 escribe a unos amigos cuatro días después de la muerte de su hija Irina, autoculpándose y a la vez autoeximiéndose al decir que no la abandonó por bailes ni por amores ni por la poesía sino que simplemente depositó su confianza en el destino.

Sorprende luego una larga carta dirigida al "camarada Beria" (en ese entonces jefe de la policía política) del 23 de diciembre de 1939, pidiendo justicia tras el arresto de su esposo y su hija mayor. Ahí utiliza las armas de las que dispone como escritora para mostrar la biografía familiar de un modo favorable. Señala por ejemplo que Efrón venía de un hogar revolucionario y que si bien combatió en "las filas de los blancos" nunca estuvo en el Estado Mayor y lejos de fusilar a ningún prisionero salvó a muchos. Señala que luego consideró un error fatal esa pertenencia juvenil, y que ya en el extranjero era conocido como "bolchevique", y afirma que ella misma elogiaba a Maiakovski (el gran poeta futurista y afín al régimen soviético, que sin embargo terminaría suicidándose antes que ella, en 1930).

Finalmente, sus cartas de despedida son brevísimas y la más breve es para su hijo Gueorgui. Apenas una declaración de amor y de que no puede seguir viviendo porque cayó en un "callejón sin salida". Con la posteridad que como decía Augusto Monterroso siempre hace justicia su escritura la sacó de ahí.

UN ESPÍRITU PRISIONERO, de Marina Tsvietáieva. Galaxia Gutenberg, 2016. Barcelona, 251 págs. Trad. de Selma Ancira. Distribuye Océano.

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