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Antes de TrueDetective

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Nic Pizzolatto
Frederick M. Brown

No es fácil instalar una nueva narrativa luego del éxito fantástico de la serie televisiva.

ES UN error, posiblemente, y una injusticia, seguramente, leer Galveston de Nic Pizzolatto suponiendo que se va a encontrar algo parecido a la serie de televisión True Detective, de Nic Pizzolatto. En principio —además de tratarse de narrativas diferentes— porque Galveston es una novela publicada en 2010, cuatro años antes de que saliera la famosa serie, y porque True Detective también es obra del director Cary Joji Fukunaga y de todo un equipo. Conviene aclarar esto para no entrar a Galveston con la loca idea de encontrar: una atmósfera cargada con rituales satánicos y mesianismo envolvente, una Carcosa mítica camuflada en pantanales sureños, una metafísica del Mal, y —sobre todo— a Rust Cohle, el proteico, inolvidable personaje del policía interpretado por Matthew McConaughey. Lo más parecido es un protagonista que hace muñequitos con las latas de cerveza, igual que Rust durante los interrogatorios, y que ensaya cierta filosofía de la existencia pero sólo en titulares. Galveston es, en principio, el segundo libro de un autor que se inició escribiendo cuentos para diversas revistas y publicó en 2006 la colección de relatos "Between Here and the Yellow Sea".

Dos líneas temporales se alternan a lo largo de los cinco capítulos de la novela, narrados en primera persona. La primera transcurre en 1987 y en la carretera, cuando el matón Roy Cady, tras descubrir que tiene cáncer, que le robaron la novia y le tendieron una encerrona, huye hacia las playas tranquilas de Galveston, donde años atrás vivió un gran amor o eso le pareció. Para complicar las cosas y pese a ser un duro de manual —o más bien por eso— se hace cargo de una prostituta adolescente apodada Rocky y de la hermanita de tres años de esta. Todos tópicos reconocibles que hacen saltar alarmas. La segunda línea de tiempo tiene lugar en las playas texanas de Galveston veinte años después, en 2008, cuando el huracán Ike arrasa desde el Atlántico, y la vida de Roy se apaga entre tertulias de parroquianos alcohólicos y recuerdos amargos.

Hay mucho expediente fácil en la trama (en particular en lo que hace a la muchacha), que si no derrapa es porque Pizzolatto le imprime vigor a la narración y ciertos toques de humor casi insignificantes pero que no pasan desapercibidos. Que el narrador juegue en forma permanente con el morbo describiendo las redondeces de la adolescente, pero manteniendo la distancia como un santo capaz de frases como esta: "Es curioso lo que llega a calmar una cara bonita". Que a través de su consumo alcohólico haga una publicidad generosa de las más variadas marcas de whisky en vez de optar por una. O que el cáncer sea una palanca para iniciar el relato y al final el hombre se dedique a cazar cangrejos, destruido físicamente, sí, pero por una prosaica paliza.

Un renglón que pudo ser más explotado (y ahí se yergue de nuevo como faro injusto de comparación la serie) tiene que ver con el paisaje de esa América interior y noir, de gente que juega en bares o acampa en moteles, guarda muertos (literalmente) y proyectos muertos en sus habitaciones, y parece tener siempre a mano mundos complacientes para regresar a un status quo malo pero manejable y reconocible. Por ahí hay alguna descripción excepcional de esa geografía social sórdida: "Sacaron pecho y me lanzaron miradas sesgadas como puñales. Se miraron y volvieron a clavar en mí sus ojitos fríos, tercos y negros como los de un pez. He conocido tipos así toda la vida, palurdos de pueblo sumidos en un resentimiento permanente. De niños maltratan animales pequeños y al hacerse mayores azotan a sus hijos con el cinturón y estrellan sus camionetas por conducir borrachos, a los cuarenta descubren a Jesús y empiezan a frecuentar la iglesia y a ir de putas". En fragmentos así la apuesta de Pizzolatto sube, señalándolo como un narrador a tener en cuenta (aparte de que todos esperan con ansiedad la segunda temporada de True Detective).

GALVESTON, de Nic Pizzolatto. Salamandra, 2014. Barcelona, 282 págs. Traducción de Mauricio Bach Juncadella. Distribuye Gussi.

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