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Tono Roos

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Eduardo Milán

Poéticas

Por qué el corazón de Jaime late en zig-zag.

Eduardo Milán

LA LENGUA hablada es la lengua que se habla a como viene. La lengua que se habla de primera: una lengua de primera mano. En esta metáfora no hay ninguna espontaneidad pero esa espontaneidad es la que el poeta quiere. Para nosotros hay una pelota elíptica, un balón elíptico que por el aire viene. Esta espontaneidad es la querida por el poeta. Se diría su amante. Porque no es espontánea pero finge que lo es. Espontánea en relación a la legal que rara vez lo es. Imagínate una lengua legal, a "la bella nadadora" (Huidobro) legal. Uno debe desconfiar del lenguaje si quiere escribir un poema, sobre todo porque uno primero escucha y luego lee. Lo que los antiguos llamaban y lo que los nocturnos de bar y los noctámbulos insomnes todavía llaman gracia es una carne mechada: la carne leída por la carne escuchada. Ahora que está claro que la carne habla entre un saber aprendido y un no saber escuchado hay que hablar del hueco de Uruguay en mi oído de Uruguay. Tengo claro que Darío es el mejor oído del Atlántico. Y que el Atlántico es el mejor oído de los océanos juntos. Pero cuando dejas lo que quieres un hueco se acomoda en la curva de regreso como en La Vuelta del Uruguay. Y hay un tono huérfano que ya flota unas cuantas cuadras antes de tocar el río como mar del puerto y tal vez no sea el "tono de la época" presente pero es el tono de lo perdido que, suponiendo que un día seas Orfeo, pide vuelta de cabeza. En mi caso es el tono Roos. Conviví con Zitarrosa en México al llegar. Zitarrosa es un genio mítico de voz negra y traje negro. Mínimos movimientos de su cuerpo al ceñirse a la gravedad de lo que dice acompañan la milonga rara vez festiva o un candombe que aunque sea festivo siempre es grave de fondo: "Doña Soledad". Fiesta grave aún sin sangre de toro que la oree. Pero Jaime nunca conocí a Jaime: le digo Jaime porque Darno le decía Jaime y porque Hugo Bonaldi le decía Jaime y porque no conozco a ningún uruguayo que le diga a Jaime Roos tiene el tono sincopado de un huérfano en una dictadura: su corazón late en zig-zag. Cuando escucho a Jaime la orfandad se acomoda mejor en su hueco en La Vuelta de lo Perdido. Y le pido a Nicolás Alberte que me averigüe cuánto cuesta su obra completa reeditada por Bizarro que acá no llega.

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