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Secretos protegidos con doble candado

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Silvina Ocampo

Mariana Enriquez sobre Silvina Ocampo

Perfil de una seductora irreverente y perversa.

La literatura fantástica argentina tuvo a Silvina Ocampo entre sus primeras voces, un paso al costado de la trama cerrada, el cuento perfecto que buscó su marido, Adolfo Bioy Casares con Jorge Luis Borges, y varios detrás del protagonismo de su hermana Victoria, que con la fundación de la revista Sur ejerció un importante liderazgo intelectual durante la primera mitad del siglo XX. Durante años sus libros de cuentos y poemas fueron discretamente premiados y discretamente desatendidos, hasta el arribo de una recuperación académica y editorial que después de su muerte en 1993, a los 90 años, también renovó el interés por su vida.

Por encargo de Leila Guerriero, Mariana Enriquez escribió un retrato de Silvina Ocampo para la editorial de la Universidad Diego Portales, publicado en Chile, en 2014, y ese libro regresa sin cambios, ahora desde la editorial Anagrama de Barcelona. La elección de Enriquez no fue casual. A su condición de escritora con inclinación por el género del terror, la autora de Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego suma la profesión de periodista, y con ese ímpetu escribió un retrato de Silvina Ocampo, construido con el testimonio de sus amigos, escritores que la trataron y fuentes bibliográficas.

UN LIBRO ESCABROSO

No es una biografía ni un ensayo. La autora quiere penetrar los secretos de esta figura esquiva de la literatura argentina, advertida de que han sido protegidos con doble candado. Y si en este propósito al fin consigue poco más que ordenarlos, su recorrido tiene la seducción impúdica de las veladuras: lo poco que se manifiesta amplifica en la imaginación del lector lo mucho que se ignora. Como se trata de escritores notables de una tradición argentina, y de episodios intrigantes por sí mismos, el interés del libro se sostiene en la curiosidad y su pesquisa.

La hermana menor es un libro escabroso. En buena medida lo fue el caudaloso Borges que, basado en los diarios de Bioy Casares, reveló el lado indecoroso y vulgar del autor de Fervor de Buenos Aires. Enriquez se encarga de escalonar las señas de un carácter solitario, observador y modestamente díscolo a la opulencia de la familia Ocampo, muestra las conductas imprevisibles que con los años se hicieron extravagantes y acompañaron la morbidez, a veces sutil, a veces grotesca, que emerge en sus relatos, asociados a una suave perversión infantil —ausencia de culpa, diría Dan Balderston en un ensayo; una mirada desposeída, diría Judith Podlubne—, y a un aire de libertad e irreverencia estilística que hoy se percibe vanguardista.

Hay en el libro muchas anécdotas de sus momentos felices y de los desesperados, registros de su frecuentación de la pintura —estudió en París con Giorgio de Chirico—, de su regreso a Buenos Aires en 1932 y de su largo noviazgo y matrimonio con Bioy Casares. La amistad con Norah Borges se prolongó en la que mantuvo con su hermano Jorge Luis, integrado a la vida de los Bioy como un satélite de indisimulable gravitación. Los juicios de Borges sobre la obra de Silvina alternaron entre la valoración mesurada y el encomio, según se acercara o alejara de su visión del cuento, y en un prólogo a una traducción de Gallimard confesó: “En los relatos de Silvina Ocampo hay un rasgo que aún no he llegado a comprender: es un extraño amor por cierta crueldad inocente u oblicua; atribuyo ese rasgo al interés asombrado que el mal inspira en un alma noble”. Tampoco su hermana Victoria dejó de sentir cierta incomodidad con los relatos de Silvina. “Una persona disfrazada de sí misma” escribió en su filosa reseña del primer libro de cuentos, Viaje olvidado (1937). Pero a las diferencias entre ambas ya se habían sumado resentimientos —cuando Victoria se casó, se llevó para su servicio a la amada niñera de Silvina, entonces con nueve años— y habrían de incrementarse en los próximos años a partir de una sucesión de episodios que capturan la atención de Enriquez y el interés periodístico del libro.

Victoria detestó el casamiento de Silvina con Bioy Casares, entonces un joven de improbable talento fuera de las canchas de tenis y la seducción social. Silvina había sido amiga de la madre de Bioy —un viejo rumor afirma que también eran amantes—, y fue su madre la que la presentó a Adolfito como “la más inteligente de los Ocampo”. El casamiento, en 1940, derivó en otro escarnio: Silvina apartó a una sobrina, Genca, de los cuidados de Victoria, y se la llevó en un largo viaje a Europa con Bioy. Unas versiones dicen que alternativamente, Genca fue amante de ambos, pero Enriquez solo consiguió confirmar la relación con Bioy, que se extendió en el tiempo.

MUCHOS AMANTES

El retrato abunda en la vida doméstica y la intimidad de su matrimonio, bajo el latido de una doble intriga: la pulsión que llevó a Bioy a mantener vínculos cotidianos con un número asombroso de amantes hasta los años de su vejez, y la vida amorosa de Silvina, de la que se enamoraron sucesivas mujeres (Alejandra Pizarnik, María Moreno, entre otras) sin que exista una prueba de sus presuntas inclinaciones lésbicas. Todo indica que seducía por igual a hombres y mujeres, y que de forma explícita o tácita alguna clase de acuerdo les permitió mantener relaciones paralelas sin que ninguno dejara de regresar al otro.

En el relato de Enriquez, el donjuanismo de Bioy adquiere por momentos proporciones patéticas, a la que no escapa la concepción de su hija Marta con una de sus amantes para criarla con Silvina, impedida de tener hijos propios, ni la proximidad al matrimonio de la madre biológica, a la que Marta Bioy consideró su madrina hasta los once años. Pero la intimidad sexual de Silvina, pese a la indagación de amigos y testimonios, permanece en las brumas de una reserva, quizá habría que decir, de patricia prescindencia, contra las que se estrellan los focos del siglo XXI. Y es que La hermana menor puede leerse también desde una perspectiva que devuelve en espejo el derrumbamiento de los pudores que marcaron un límite a la indagación pública hasta bien entrado el siglo XX. El estatuto de la sexualidad, su interés y su valor en el discurso, comparecen con elementales diferencias en el mundo de Silvina Ocampo y en el de la autora que, confiada en el entusiasmo del lector, ingresa a saco en todas las zonas que puede relevar. La experiencia es la de un siglo que quiere verlo todo, nombrar y decirlo todo de la vida privada, en especial cuando se trata del lado oscuro de la luna.

LA HERMANA MENOR. Un retrato de Silvina Ocampo, de Mariana Enriquez. Anagrama, 2018. Barcelona, 187 págs. Distribuye Gussi.

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