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El retrato impiadoso

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Martín Caparrós
alvarodelgado.com

El que es considerado fundador de la literatura argentina merecía una biografía.

ESTA novela junta a dos escritores argentinos de épocas distintas. Por un lado el considerado fundador de la literatura argentina, Esteban Echeverría, Estevan en la grafía de su época, nacido en Buenos Aires en 1805, muerto en la Montevideo de la "Defensa" en 1851, sin ver el fin de la Guerra Grande, del rosismo y de su exilio. Fue el introductor del romanticismo en el Río de la Plata, en 1830, tras vivir un quinquenio en París. El otro es Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), eficaz novelista (premios Herralde español y Planeta argentino) pero también cronista de ojo agudo y excelente prosa.

A veces se suele ser "desleal" con el lector, no por estafarlo sino por hacerle trampas con el fin de darle buena literatura. En otros casos, según el asunto y la intención, hay que evitar las trampas narrativas, o mostrarlas. Es lo que aquí hace Caparrós.

Aclara desde el inicio que en la "novela histórica" el autor, aunque investigue y se documente, crea un personaje, igual que en la ficción novelesca pura. Eso ocurre al definir la psicología del personaje, llenar lagunas documentales, o decidir el crédito que se le da a los rumores más o menos adversos, más o menos probados, y también al expresar sus propios puntos de vista no necesariamente los del personaje. Caparrós toma posición sin disimulo, y no sólo sobre los conflictos argentinos de la primera mitad del siglo XIX. Escribe que al leer "El matadero", relato de Echeverría que disparó la escritura de esta novela, descubrió que "…era el primer cronista argentino, el primero que intentó hacer el relato de sus zonas más turbias, y era, también, el primer antiperonista, uno que no necesitó a Juan Domingo Perón para empezar a serlo".

Respecto a la Historia, de su patria o de cualquier otra, tiene la intención explícita de evitar mitos tranquilizadores. Escribe que el pasado siempre tuvo esa pátina de antigüedad que permite justificarlo todo, porque así eran los de aquellos tiempos. Caparrós insiste en que cada generación se vive como la más moderna, lo que ayuda a entender el fervor de Echeverría de fundar una literatura para fundar una patria, y hace condenables, incluso para su tiempo, los crímenes de Rosas (sin que por ello salga bien parado su enemigo, el unitario Lavalle, que Caparrós retrata sin ninguna piedad). Así, la defensa de la patria no atenúa los crímenes; el lector rioplatense que lo entienda para Rosas, lo aplicará de inmediato a Galtieri mandando invadir las Malvinas, sin que Caparrós deba escribirlo. El autor combate también los dos "chupetines de la historia": creer que como los hombres siempre hemos tenido las mismas lacras, nada puede cambiarse ni condenarse; y su contrario, asumir que, ahora que se vino la modernidad, que se está haciendo lo nunca visto, hay garantía para meter la pata en el mismo pozo que los ancestros.

Caparrós construye un Echeverría creíble y contradictorio, en lo humano y en lo intelectual, de pensamiento adelantado, visionario y conducta prejuiciosa, rico en virtudes pero más en defectos, cargado de culpas (que el texto confirma), cada vez más débil según decae en el exilio, el olvido, la enfermedad y la miseria. Lo muestra a menudo tentado de traicionarse, pero siempre evitándolo en el último minuto, aunque sea a veces por orgullo o vanidad, para no dar pena. Así, de barro y no de bronce, resulta entrañable.

ECHEVERRÍA, de Martín Caparrós. Anagrama, 2016. Barcelona, 374 págs. Distribuye Gussi.

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