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El reformador alemán

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Martin Lutero

Biografía de Martín Lutero

Para comprender al hombre que sigue siendo referencia de 70 millones de cristianos.

No todos los días se cumple medio milenio. El 31 de octubre de 1517 un monje agustino casi desconocido, Martín Lutero, clavó en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, en Sajonia, noventa y cinco tesis contra la venta por parte de la Iglesia de bulas de indulgencia, cuya compra abreviaba la pena en el Purgatorio. Aunque Lutero no buscaba fundar otra Iglesia, este acto marcó el fin de la exclusividad del catolicismo en el alma de Occidente. Este gesto de Lutero, y su obra teológica y pastoral de casi tres décadas, dieron pie a grandes enfrentamientos entre los cristianos, incluidas guerras y matanzas. Hoy, católicos y reformados viven y colaboran en paz, pero eso no hace menos necesario el esfuerzo de intentar comprender al hombre que sigue siendo referencia para la espiritualidad de más de setenta millones de cristianos a lo largo y ancho del planeta.

Los aniversarios se prestan para publicaciones oportunistas. El libro Martín Lutero, Renegado y profeta, cuyos editores también proclaman que es la "biografía definitiva" del personaje, es sin embargo un trabajo serio y meditado en el que su autora Lyndal Roper (Melbourne, 1956), hija de un pastor protestante y catedrática en Oxford, ha invertido diez años de trabajo. Pese a ser una publicación académica, el lector aficionado puede seguir el texto con bastante amenidad.

LAS INDULGENCIAS.

Un primer acierto de esta biografía es explicar la influencia que tuvo en el reformador su infancia en Mansfeld, ciudad dedicada a la minería del cobre y la plata. También relata la disconformidad de un número importante de humanistas católicos con la venta de indulgencias. El tema no inquietaba solo a Lutero, aunque no todos los discrepantes se plegaran a la Reforma. La Iglesia Católica aún hoy cree que puede dispensar indulgencia por los pecados de vivos y difuntos (ese es el sentido, por ejemplo, de rezar por las almas del Purgatorio). Pero en la Baja Edad Media y el Renacimiento se había llegado al extremo de que los predicadores afirmaran que "ni bien la moneda suena en la caja, el alma salta en el Purgatorio".

La primera orientación contraria a esta postura la recibió Lutero de su mentor el monje agustino Johann von Staupitz, quien sostenía que el hombre debía permitir a Dios obrar en su alma, acomodando su voluntad a la del Cielo. Diría Lutero: "Si no llega a ser por el Dr. Staupitz, me habría hundido en el infierno". Más radical, basándose en San Agustín, estudiando la Carta de San Pablo los Romanos, Lutero llegó a la conclusión de que el hombre es incapaz de obrar sin cometer pecado, por lo que depende por completo de la gracia divina para salvarse, sin poder hacer ningún mérito. La Iglesia Católica sigue creyendo que, si bien la salvación sería imposible sin la fe en el sacrificio gratuito de Cristo, el hombre puede ayudar en su salvación, y que además de su fe, sus buenas obras constituyen mérito. Pero el concepto se ha refinado, en particular a partir del Concilio de Trento (1545-1563), y ya no se cree posible "comprar" el perdón de los pecados con dádivas monetarias.

Lutero es pesimista: siempre hay pecado, incluso tras las buenas acciones. Por ejemplo, es posible ser dadivosos para sentirse bueno, lo que implica pecar de vanidad. Roper lo explica en términos psicoanalíticos: siempre hay motivos subconscientes tras nuestros actos, y nuestra fundamentación moral de los mismos es un razonamiento a posteriori. Paradójicamente este pesimismo permitió a Lutero y a sus seguidores distanciarse de la tendencia a considerar pecaminosa la sexualidad. Si el sexo es pecado, no lo es en mayor medida que cualquier acción humana. Roper señala con abundantes citas la tendencia sostenida de Lutero a la desinhibición, e incluso a la procacidad, en lo referente a lo corporal, lo sexual y lo fecal. En sus cartas a Katharina von Bora, la ex monja con la que se casó y tuvo varios hijos, alude sin sonrojo y con ternura a los placeres conyugales.

LA ESCRITURA Y LOS SACRAMENTOS.

Suele afirmarse que Lutero proclamó el derecho al "libre" examen de las Escrituras, combatiendo el privilegio papal en ese campo.

El tema es más complejo. Lutero sostenía que el significado de la Biblia es único y evidente. Interpretar es tergiversar. Cuando publicó su traducción de la Biblia al alemán, precedió cada uno de los libros que la integran de un comentario explicativo, es decir, de lo que para él era el sentido evidente del texto.

Siguiendo el ejemplo de Lutero pronto surgieron, en distintas ciudades de lo que hoy es Alemania, Suiza, Austria y los Países Bajos, líderes locales que impulsaban interpretaciones diferentes acerca de los sacramentos, la estructura eclesial y otras cuestiones doctrinales. Lutero debió combatir en dos frentes. Por un lado, profundizó sus críticas al Papado. Tras ser excomulgado en 1521, terminó renunciando a reformar la Iglesia Católica mediante un Concilio y optó por fundar una nueva Iglesia. Pero también condenaría sin piedad a los "sacramentarios", que negaban la presencia real de Cristo en el pan y el vino de la misa, o a los anabaptistas, opuestos al bautismo de niños. Sus panfletos contra otros reformadores como Ulrico Zwinglio, o contra Andreas Karlstadt, que fuera en principio cercano colaborador suyo, son de una violencia que resultaría inadmisible en un debate teológico actual. Sin embargo jamás propugnó la ejecución de los herejes, pues como castigo bastaba el Infierno.

Los reformistas radicales encendieron en el campesinado un fuerte sentimiento de autodeterminación que desembocó en la "Guerra de los campesinos" (1524-25), alzamiento que Lutero condenó, defendiendo la autoridad de los príncipes y el Emperador. En esos días se eligió para el trono a Carlos de Habsburgo, que también ocupaba el trono de España.

El Emperador defendió el catolicismo sin atacar a los príncipes luteranos. Buscó el compromiso, aunque dejando clara la primacía católica. Lutero fue inflexible, pero siempre dejó claro que debía respetarse el poder del Emperador y los príncipes. La firmeza de Lutero fue una de sus principales virtudes. Cuando se convirtió en terquedad, fue una de sus principales fallas, que frustró los intentos de unidad entre los cristianos reformados.

El asunto de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, tal como lo trata Roper, puede ayudar a entender el estilo teológico de Lutero, cuya clave es simplificar. Hombre de fe, no puede negar la presencia de Cristo en el pan y el vino, por lo que los reformados radicales lo acusarán de "magia papista", pero tampoco puede, como hace el catolicismo, recurrir a las categorías aristotélicas de sustancia y accidentes para fundamentar el Dogma de la Transustanciación. Acepta el hecho con fe sencilla. Y punto. En todos los campos en los que el catolicismo recurre a fórmulas complejas, Lutero se juega por factores únicos. Es la conocida tríada luterana: "sola Fe, sola Gracia, sola Escritura".

La autora es valiente al señalar el antisemitismo de su biografiado, y al discernir cuánto hay atribuible a la época y cuánto al propio Lutero. Es un aporte para explorar las raíces de la actitud nazi hacia los judíos.

MARTÍN LUTERO: RENEGADO Y PROFETA, de Lyndal Roper. Taurus, 2017. Madrid, 624 págs. Distribuye Penguin Random House.

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