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Realismo Socialista en Venus

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Stanislaw Lem

Astronautas, su primera novela, anuncia al gran escritor y es también una entretenida obra de ciencia ficción.

A ESTAR por su principio y su final, la novelaAstronautassólo puede ser leída por fanáticos de la ciencia ficción en general o del polaco Stanislaw Lem (1921–2006), autor de bien ganada fama por novelas como Solariso Memorias encontradas en una bañera, libros de cuentos de finísimo humor como Ciberíada, o los prólogos y reseñas de libros ficticios de Una magnitud imaginariay Vacío perfecto, respectivamente. Astronautasno calza los puntos de éstas, pero hay en ella algo del escritor brillante que Lem llegaría a ser.

LA ÉPOCA.

A fines de los ’40, muchos polacos sentían que tras sobrevivir a los nazis debían padecer la condición de satélite de la URSS, sin perspectivas cercanas de cambio. Lem estaba por dejar sus estudios de medicina para no servir como médico militar, y trataba en vano de superar las objeciones de la censura a la que debió ser su primera novela édita, El hospital de la transfiguración. Trata de un psiquiátrico donde los médicos están, salvo el protagonista, tan alienados como los pacientes, o más. Eran los años del “realismo socialista”.

La primera novela édita de Lem, Astronautas, transcurre a principios del siglo XXI, tal cual Lem lo imaginaba a mitad del XX. Debe señalarse en defensa del autor que, con Stalin vivito y coleando, no hay entre los personajes ningún líder partidario, ni se narran reuniones políticas. Podría decirse, con el prologuista, que el narrador le dio al César la basura que el César le pedía, pero junto al alegato socialista presentó una muy buena novela de aventuras. No hubiera sido imposible que esta ausencia del Líder y del Partido le costase cara a Lem, en un tiempo y lugar en que “en las cárceles se quebraban huesos y voluntades”.

El tema es la amenaza extraterrestre, usado ya por un precursor del género como H. G. Wells en La guerra de los mundos. Lo original es que se lo vincule a un suceso real: la explosión de un bólido en Tunguska, Siberia, en 1908 es explicada como el naufragio de una nave de Venus, en exploraciones previas al ataque a la Tierra. Como esta explicación, y la consiguiente amenaza, son descubiertos casi un siglo después, es necesario enviar una expedición a Venus para averiguar el estado de situación y, de ser posible, evitar el conflicto.

Conflicto que se ha disuelto, pues los venusinos habían usado contra sí mismos, en una guerra fratricida, el potencial destructivo que debían emplear contra nuestro planeta. Esta solución –que Lem tiene el tino de revelar al final– deja al lector exigente un regusto agridulce: hay un panfleto burdo, pues se afirma que lo mismo hubiera ocurrido en la Tierra de triunfar el capitalismo, a la vez que se refleja un temor real de la gente en tiempos de la Guerra Fría: el holocausto nuclear (un temor cuyas causas siguen ahí, aunque las oculten problemas más urgentes como el cambio climático).

La andanza venusina es, casi en exclusiva, lo que sostiene la novela. Tiene todo lo que debe tener una novela de aventuras: paisajes inverosímiles, peligros inesperados, actos heroicos, personajes que salvan la vida por un pelo. No importa que ya desde principios de los ’70, como reconoce el mismo Lem en el prólogo a la segunda edición, gracias a las sondas soviéticas “Venera” se supiese que el planeta Venus real no es para nada como el de la novela.

El periplo venusino tiene algo que reaparecerá luego en la gran narrativa de este autor, y que ya estaba en todos los relatos de viajes por tierras desconocidas: el observador juzga todo lo que ve según su saber previo, por lo que a menudo saca conclusiones erradas, confundiendo lo natural con lo artificial, lo vivo con lo inerte, lo inocuo con lo letal, las especies inteligentes con las que no lo son, los actos amistosos con los hostiles.

LOS CIENTÍFICOS.

El prólogo de Astronautas, firmado por Jerzy Jarz?bski,no perdona ninguna de las flaquezas del libro, y las resume diciendo que el novelista pagó un doble peaje político: presentar al capitalismo como el compendio de todas las lacras humanas y al triunfo del comunismo como la única oportunidad de paz, justicia y libertad. Sin embargo, subraya también los aspectos de la novela que anticipan la gran calidad que alcanzaría la narrativa posterior de Lem.

Otro punto fuerte –y también otra constante en la obra posterior– es el elogio de la actividad científica como camino de superación humana, sobre todo por su requerimiento de método, sentido crítico y tenacidad, pues los descubrimientos no cuelgan de los árboles. Personajes como los profesores Arseniev, Chandrasécar y Lao Chu, y en segundo plano el químico Rainer, son buena muestra de la pasión humana por averiguar. Lem acierta al mostrarlos en contrapunto con Robert Smith, el piloto del avión y el helicóptero que el “Comocrátor”, cohete espacial de última generación, lleva para sus exploraciones sobre el terreno venusino. Smith, hombre que siente el llamado de la aventura y la acción física, alpinista capaz de renunciar a una cumbre y arriesgar la vida propia para salvar la de un compañero, es el interlocutor perfecto para estos sabios. Es quien narra en primera persona el viaje espacial.

Esta presentación del espíritu científico, cuando aún en el campo socialista estaban en boga los dogmas del biólogo soviético Trofim Lysenko -adalid de una ciencia proletaria, opuesta a la ciencia burguesa e imperialista- también podría haber metido en líos al autor.

Son apasionantes las conjeturas sucesivas de los expedicionarios tratando de entender la tecnología venusina, que hallan funcionando en parte. Tienen que descubrir primero el qué, es decir, dilucidar qué es lo que encuentran, si objeto inerte, ser vivo o aparato, y en este último caso, la función del mismo. Luego deben discernir el cómo, es decir, la operativa concreta y los principios de acción de los dispositivos que se encuentran. Pero lo más complejo es captar el por qué y el para qué de todo eso, la intención de los venusinos para construir, por ejemplo, dispositivos capaces de manejar a voluntad el campo gravitatorio del planeta. Y eso es lo más difícil, porque requiere conocer y comprender la historia y la cultura de los creadores de esa tecnología. De pasada, Lem pone en entredicho nuestros esfuerzos por comprender sociedades humanas extintas e incluso las así llamadas culturas primitivas. Esta idea aparecerá en la obra posterior de este autor, con matices a la vez filosóficos y humorísticos

Aparecen, aquí y allá, esos toques de poesía melancólica que luego serían factor fundamental en novelas como Retorno a las estrellaso Solaris. Como por ejemplo la agonía del abuelo de Smith, un comunista negro y estadounidense radicado en la URSS, que poco antes de fallecer entona “un canto potente y gutural, muy diferente de todas las canciones que había escuchado en la casa y en la escuela, un canto duro e inolvidable, fruto de una gran pena, de un sentimiento de dolor y de un oculto amor hacia un mundo que no merecía ser querido.” El niño entendía “sólo una parte del estribillo, donde se repetían unas palabras sobre un río viejo y grande por el que navegaban las barcas.” Un escritor polaco, que había querido ser médico y debía escribir pese a la censura, podía comprender el sufrimiento de los negros a orillas del Mississippi.

ASTRONAUTAS, de Stanislaw Lem. Impedimenta, 2016. Madrid, 384 págs. Distribuye Escaramuza.

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