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Dos puntos perfectos

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David Foster Wallace

david Foster Wallace sobre tenis

Un escritor mayor sobre un deporte que también fue su pasión.

LA RELACIÓN entre el deporte y los grandes escritores (sea en su condición de admiradores con algo para decir de su objeto de admiración, o de amateurs/profesionales ellos mismos) ha dado narraciones atractivas como Del boxeo (1987) de Joyce Carol Oates —aunque ella se niegue a denominarlo "deporte"—; Fiebre en las gradas (1993), el apasionante ensayo sobre fútbol y en particular sobre el Arsenal de Londres escrito por el fan Nick Hornby; De qué hablo cuando hablo de correr (2007) del corredor y escritor Haruki Murakami; o Correr (2008) de Jean Echenoz sobre la leyenda checa del atletismo, Emil Zátopek, si bien es de orden aclarar que a Echenoz no lo movió la pasión deportiva para ponerse a escribir. Pero en cada uno de estos casos y de muchos otros, no importa si es o no es fanático de esos deportes o ceremonias, el lector queda un poco o muy seducido por ellos precisamente porque el escritor enfoca ángulos a los que no llega ni la cuadratura televisiva ni la exultante pero fugaz experiencia directa. Si el deporte es el tenis, el escriba inevitable es el estadounidense David Foster Wallace (1962-2008).

Autor de culto, y más luego de su depresión culminada en suicidio, Foster Wallace es el responsable de La broma infinita (1996), libro aspirante al título de Gran Novela Americana y ladrillo de inclasificable belleza que lo coloca para algunos como uno de los mejores novelistas de su generación y del siglo y para otros como un genuino seguidor de los incomprendidos pasos de James Joyce. Como sea, uno de sus protagonistas es un jugador de tenis. Foster Wallace lo fue y solo abandonó esa pasión por otra mayor. Lo que no dejó fue la experiencia de ver el juego de los grandes en la cancha y de eso tratan los dos artículos que componen el libro El tenis como experiencia religiosa (título que en su origen hizo referencia al segundo de ellos).

En el primero, "Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos" (edición original en la revista Tennis, 1996) se instala como espectador con un pase de prensa en el fin de semana del Día del Trabajo de 1995, cuando el estadounidense Pete Sampras y el australiano Mark Philippoussis disputan el Abierto de Nueva York. El ojo de Foster Wallace lo ve todo: los millones de dólares que se mueven en publicidad, los millones que se mueven en el comercio in situ (de la bebida refrescante al chucrut y la marihuana), el costado frívolo y elitista, la voracidad de los fotógrafos, el exceso de sudor que humaniza a Sampras y hace que el escritor soporte "la belleza sobrenatural de su juego".

El segundo ensayo, "Federer, en cuerpo y en lo otro" (primera edición en The New York Times, 2006), se suele citar como el mayor homenaje escrito al gran tenista suizo Roger Federer. Foster Wallace lo sitúa en Estados Unidos frente a Andre Agassi y en Wimbledon ante el musculoso Rafael Nadal, y más allá de celebrar el virtuosismo técnico de Federer y su calidad humana o los tics simpáticos de su lenguaje, habla de eso inapresable que constituye un genio, esa conexión entre el individuo y su arte, el trance (religioso) de tocar el éxtasis sin esfuerzo aparente, por obra y gracia de la entrega. Así lo define: "ataviado con la ropa toda blanca que a Wimbledon le gusta mantener como requisito, parece exactamente lo que (creo) que es: una criatura cuyo cuerpo es al mismo tiempo carne y, de alguna manera, luz". Nadie que lo haya visto jugar puede decir lo contrario, por supuesto.

Y, también por supuesto, lo que hace atractivo este libro es la prosa de David Foster Wallace: la oportunidad y a veces sinsentido de sus interminables notas al pie, la adjetivación alucinante (Philippoussis es "malévolo pero ciborgiano"), la brillantez asociativa, la ironía cuchillesca (contra Agassi, por ejemplo), la imagen de un jugador flotando "como si fuera caspa por toda la pista", o el breve diálogo entre él y una chica de la organización, que da cuenta de la soledad profunda del que lo ve de afuera.

EL TENIS COMO EXPERIENCIA RELIGIOSA, de David Foster Wallace. Random House, 2016. Barcelona, 111 págs. Traducción de Javier Calvo. Distribuye Penguin Random House.

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