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Precisión y rabia

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Édouard Louis

De como las miserias de un pueblo chico francés se convirtieron en una novela expiatoria.

LA NOVELA  Para acabar con Eddy Bellegueule narra una historia de violencia y pobreza material y moral. Es la historia de la infancia y la adolescencia del autor. Édouard Louis nació hace 23 años en la Picardía, en un pueblo de no más de mil habitantes llamado Hallencourt, y allí vivió hasta que a los 17 años se fue de la casa de los padres para no volver.

"Eddy Bellegueule soy yo", declaró Louis cuando publicó la novela. Y agregó algo tan inquietante como aquella confesión: "No hay una sola línea de ficción en el libro". Louis, además, renunció al nombre que le dieron los padres porque lo devolvía a un pasado que él pretende dejar atrás. El apellido no hizo más que sumarle motivos de burla a todas las que sufrió en la escuela y entre los suyos. En lenguaje coloquial bellegueule quiere decir algo así como "linda trucha". Aunque esa no es la razón última del cambio de identidad, logrado luego de un trámite ante la justicia. El autor deja constancia del motivo en el epígrafe de la obra y en palabras de Marguerite Duras: "Por primera vez, mi nombre pronunciado no nombra".

EL MARICA.

"De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz", dice la primera línea de la novela. Eddy es un chico frágil, asmático, extremadamente delgado (su padre lo llama "Esqueleto"), de voz aguda y modales afeminados. Su manera de hablar y caminar repugna a los del pueblo y a los de casa. Lo acusan de "darse aires". De raro. Es Eddy, el marica.

En la escuela sufre la burla y los golpes de los compañeros. Es víctima de esa práctica que, en un medio social distinto al suyo, tiene nombre. Se llama bullying o acoso escolar. Eddy no tiene a quién recurrir, con quién hablar y solo puede —triste intento de salvar el honor— buscar un rincón al fondo de un pasillo de la escuela para recibir los golpes y los insultos. En esa esquina escondida al menos evita la vergüenza de que otros lo vean sometido y temeroso.

En la casa lo recibe la indiferencia o el desconcierto de los padres. Tiene miedo a la oscuridad, no le gusta jugar al fútbol, no sale con muchachas. Está excluido del mundo masculino. Una mañana, antes de irse a clase, la madre le dice, irritada: "La gente se ríe de ti a tus espaldas y yo la oigo y además, deberías ventilarte los sesos y salir con chicas". El padre, desesperado, le pregunta a la madre: "¿Por qué? ¿Por qué es así? ¿Por qué? Yo no lo he criado como a una chica, lo he criado como a los demás chicos". Esa pregunta sin respuesta también obsesionaba a Eddy: "¿Por qué me portaba así: los modales, el manoteo al hablar (gestos de locaza), las entonaciones femeninas, la voz chillona? No estaba al tanto de la génesis de mi diferencia y esa ignorancia me hería".

La mayor afinidad de Eddy es con los profesores ("Estaba preso entre el pasillo, mis padres y los vecinos del pueblo. El único respiro era el aula"). Sin embargo no logra ser buen estudiante. Falta a clase, no cumple con los deberes. Es natural: en el cuarto que comparte con dos o tres hermanos no hay escritorio, ni lámpara, y la televisión siempre está encendida. En el comedor, la televisión también siempre está encendida. Vive en una casa sin libros ni padres que puedan ayudar, o se interesen, en los deberes.

NO HAY ERRORES.

La novela de Louis es también, y sobre todo, el retrato de una clase social y de un pueblo chico. En Hallencourt casi todos los hombres trabajan en la misma fábrica, compran fiado, viven bajo la amenaza del desempleo y subsisten gracias a la ayuda social. Las familias se hacinan en la promiscuidad de casas húmedas y despintadas donde reina la televisión, el alcoholismo y la violencia.

Padres e hijos repiten la misma historia de pobreza y ausencia de futuro. Dice Louis de la abuela de una compañera de clase: "La historia de su abuela era igual que la de la mía. Que la de muchas abuelas que tenían todas la misma historia en aquel pueblo, donde quedaba poco espacio para la diferencia".

Ahogada por la falta de dinero y las dificultades de la vida cotidiana, la madre de Eddy desea que los hijos estudien, progresen, que no cometan los mismos "errores" que ella. Louis replica, terminante: "No se daba cuenta de que su familia, sus padres, sus hermanos y hermanas, e incluso sus hijos, y casi todos los vecinos del pueblo, habían tenido los mismos problemas, que lo que ella llamaba errores no eran, en realidad, sino la más acabada expresión del desarrollo normal de las cosas".

Como casi todos los varones de Hallencourt, el padre de Eddy es un hombre violento. Como todas las mujeres del pueblo, la madre se queja de esa violencia. El hermano mayor dejó el liceo y trabaja en la fábrica. Es un golpeador, entregado a la bebida. La hermana sufre la violencia familiar desde el lugar de la mujer. Ella recibe los golpes.

Es una sociedad clasista, donde siempre hay alguien más abajo a quien despreciar y de quien diferenciarse: los más pobres y los árabes. La madre de Eddy dice con orgullo que "Mis hijos están bien educados, no como los argelinos, ya sabes, los argelinos son los peores, si te fijas son mucho más peligrosos que los marroquíes o los demás moros".

TIPOS RUDOS.

El relato de Louis revela el sufrimiento psicológico y espiritual del protagonista, más conmovedor que la violencia física que padece personalmente o que ve a su alrededor. Eddy no sabe quién es. Está obligado a ser robusto como los de su clase pero es muy flaco. En un esfuerzo por parecerse a ellos engorda 20 kilos en un año. En vano. Trata de hacer suyas las maneras del tipo recio. Ensaya un tono de voz y un comportamiento rudo. Repite a quien quiera oírlo: "Yo no soy un marica". Escudo inútil. Se impone una novia pero el contacto con el cuerpo de una chica le resulta muy desagradable. Hasta que descubre el sexo con los muchachos. Y será, por el momento, nueva fuente de humillación.

La salvación viene por el teatro y la educación. Es su escape. Una beca de estudio le permite saltar de Hallencourt a Amiens, donde empieza la autoconstrucción de Édouard Louis.

Louis reivindica el carácter político de su novela. Y reconoce la deuda que tiene con el filósofo francés Didier Éribon, a quien le dedica la obra. Éribon también proviene de un medio obrero y conoció la homofobia. En Regreso a Reims (2009), escrito tras la muerte del padre, con quien pasó treinta años sin hablarse, el filósofo analiza las relaciones familiares y sociales de su infancia.

La novela de Louis está escrita con precisión y rabia. Tiene una prosa sólida y filosa. En el relato conviven la perspectiva de la mirada documental con el grito que nace del desahogo y la catarsis. Vale la pena decir que se descubrirán esas virtudes testimoniales y literarias siempre que el lector logre sobreponerse a una traducción españolísima, plagada de términos como papeo, somanta, tío, gilipollas, cachas, quejica, tripón, que alteran la lectura tanto como incomoda la piedra en el zapato.

Cuando lo entrevistan a Louis le gusta decir que no pertenece a la cofradía de los escritores y que la literatura no puede ser contemplativa, sino herramienta de transformación. Que su favorito es William Faulkner porque escribe, como él, sobre las clases populares. Uno del Mississippi, el otro de Hallencourt.

PARA ACABAR CON EDDY BELLEGUEULE, de Édouard Louis. Salamandra, 2015. Barcelona, 187 págs. Distribuye Gussi.

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