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Los poetas y la pandemia (VII)

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Eduardo Milán

Poéticas de Milán

Qué será de las subjetividades que emergieron con la peste, que puso en evidencia la lucha silenciada entre lo visible y lo invisible.

El acordeón del pasado se cierra y se abre sobre sí mismo. Ayer, la antigüedad. La anterioridad suena bien y es posible, a partir de su eco, medir la resonancia de lo que se dio por perdido y lo que se dio —sin ceder sino dominando todo— por futuro, o sea, lo después que no es más que un estiramiento del hoy. La metáfora lucha contra su oposición, se impone o se depone, no puede negociar. La imagen es la gran mediadora: aproxima lo alejado, recorta el espacio que había ganado la metáfora en su calidad de lanzadora de discos de larga duración. La cotidianeidad mostró su verdadero rostro. La poesía se abre en dos aguas: la de la misma duración casi infinita que pone a prueba siempre la memoria y la persistencia de la especie —“Shakespeare depende de nosotros”, es decir, el presente sólo tiene un poder: despertar lo que esperó y se entregó a sus manos, doncella desesperada que no aguanta más la virginidad. O sea, el polvo que estaba en la meta al final del camino se aproximó peligrosamente. Y la poesía de lo más cercano que permite vivir aquí y ahora: cocinar, barrer, sacudir el polvo ya no como antes se hacía para librarse de él hasta nueva presencia, sino para vivir unos meses más. ¿Una poesía doméstica que se emplea a sí misma sin que su trabajo sea reconocido tan válido como el de una Sor Juana Inés? No hay temas específicos, diría Baudelaire. Yo diría que hay que integrar lo que falta para vivir con él. A la poesía le faltaba más de media res y reinaba en su especificidad con carácter de absoluto. No existe eso. Lo que existe es la renta básica universal para que la poesía alcance la completud a la que siempre aspiró, ese “hablar de todo” con su potencia de sustracción inconfundible —no apoderarse de lo común a los codazos como el gran capital que se va a cobrar la peste en el empleo: “si alguien quiere trabajar el sacrificio será…”. Yo quiero saber —no de dónde son los cantantes que eso ya lo aprendí con Cabrera Infante— sino: “Qué se hicieron los cantantes/ los reyes, los matamoros/de dril nevado y los oros/ de las barajas de antes”, como dijo el definitivo Severo. Es decir, qué será de las subjetividades que emergieron con la peste que puso en evidencia la lucha silenciada entre lo visible y lo invisible —ese con el que nunca se supo qué hacer. La belleza de la belleza está en elegirla. No como a una reina cósmica que se extraña. Como a una abeja que trabaja pero también no trabaja con igual derecho a la vida.

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