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Los poetas y la pandemia IX

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Eduardo Milán

Poéticas de Milán

El mar siguió su curso perdiendo por abajo los mejores peces de esta generación.

Busqué al colibrí pero el tipo no estaba ahí. Estaba en las almas altas de las ramas donde no llego ni en sueños. No sé qué mira el colibrí. El egipcio te mira siempre a ti. Su perfil que lo asegura filtra lo que no precisa en el viaje hacia el Libro de la reencarnación. Habría que liberar los libros como a un colibrí. ¿Se puede liberar de Libertad presos reales o sólo en la metáfora? ¿No quedan algunos presos del Poder? También habría que liberar a las pirámides de su tiempo. O mejor: habría que liberar el tiempo de las pirámides. Sobre todo ahora que el tiempo desapareció. La peste paró la economía —no toda: Bezos se multi-enriqueció, Walmart se multi-enriqueció. El mar siguió su curso perdiendo por abajo los mejores peces de esta generación. “He visto las mejores mentes...”. Lo inmediato, lo recién vivido, el ayer antes de verse en yerba: todo eso se convirtió en ausencia. Pero el tiempo adhiere a su transcurso ciertos elementos que le pueden interesar. Instantes de Romeo tambaleando por el mareo de su propio silbido que no se anima a llamar y da vueltas encantado con la idea. Pero ¿qué es una idea, Romeo, para un corazón que ya no quiere decir sino que cambió el verbo: quiere verla aparecer ahora y aquí? ¿Un corazón que quiere ver la idea? No, Romeo, eso era el innumerable Platón (ese adjetivo podría ser de Borges): un corazón que quiere ver Julieta y no otra cosa que se piensa o atraviesa. Eso en el tiempo es adherencia. Quiero decir: los libros seguirán llegando, no voy a tirarlo todo. Hay una física que insiste. A la física que insiste el libro le hace un lugar. El libro descarta la que desiste —el libro no descarta el desierto porque el desierto no desiste ni a las cartas de amor— la que se deja para entrar en fase mística. La mística perdió su física, la dejó caer. Lo dije varias veces. Y va para la poesía mística. Esa poesía es y no es. Se mantiene en un límite entre el cuerpo y el vacío allá en la hondonada donde el cuerpo resuena. Hay pocos, muy pocos. Dos: Juan de Yepes y Héctor Viel. Dejé caer cuatro siglos sin ser místico. Pero el tiempo que deshace es el mismo tiempo que sutura. Como el cambio de ropa en el camerino que señaló el pasaje de Dadá al surrealismo. Llegó diciembre y desembarcan los bañistas para saciar la sed corporal. Lo que se dice el sudor. Lo que se dice, para los que quieren recordar, “sudaca” en territorio español. Fue el mismo personal pasado de negativo a positivo, del “no significa nada” a “La Revolución”. Sólo una cosa. Quedó afuera Tristán.

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