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Los poetas y la pandemia (III)

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Eduardo Milán

Poéticas de Milán

La cosa empieza por la sílaba o no hay nada.

Así: colgando del hilo de la producción simbólica. En el vencejo más grajo, en la derrota más grave, la victoria de la desmaterialización. Materia, materia mía, dónde te escondiste y me dejaste. Cualquier neo-San Juan escribe eso. El asunto es no ver lo que nos sostiene vivos como antiguo sino verlo como presente. Un continuo de arte que no termina. El asunto es verlo como materia y no como la abstracción salvadora. Duchamp lo vio con el ready-made. Pero no quisimos escuchar a Duchamp. Había una profesora en la Humanidades de la dictadura que me dijo un día bajando un escalón del imponente edificio del puerto, frente, claro está, a una dependencia de la Marina: “Su error, Milán, está en creer que la poesía es concreta cuando todo el mundo sabe que es abstracta”. Yo ya estaba tocado por el “inteletto d amore” de la Teoría de la Poesía Concreta brasileña. La cosa empieza por la sílaba o no hay nada. El mundo empieza por la sílaba o no hay mundo. El sonido más estructurado, las grandes “Tormentas del Espíritu” de Beethoven, Schubert, Brahms. Y por supuesto, no el flamenco gitano ni “el blues de Handy” (Borges) “sino ¡Bach!” (Carlos Martínez Rivas). Cuando uno cree que la concreción se reduce a un celular está a un paso de caer bajo la red mundial del control del aparato de Estado. La Gioconda no se disuelve en células comunicativas para saber dónde estás. Una sobredosis animal nos envía a la espiritualización. Decir que es una venganza de la naturaleza es una obviedad sin peso aunque sea cierto. La naturaleza quiere espacio, no arrinconamiento. Un polo no se derrite en un acto suicida. Es el larguísimo trabajo del sol. Un sol recalentado como yerba de ayer porque hay poco fresco que cocer. Pero hay de mediación a mediación. No se puede coexistir con el mundo salvaje en el mercado de Wuhan. Hay una seducción de especies. La seducción de Bataille: cuando un cuerpo quiere prolongarse en otro cuerpo. Después sólo hay que darle paso al movimiento. Pero el verbo no es mover ni era, tampoco, ver. La palabra es tocar. Que en Uruguay un “tocado” sea un loco habla muy bien del tocar. Que en la teología de kiosco un tocado sea un elegido por el dios nos pone en aprietos de presencia. Sólo el tocar hace presencia. La razón primera de un poema es tocar. Aunque el poema en su juego que se parece al juego de niños toque, y, en un acto misterioso que sólo él, desaparezca sus manos.

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