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Cómo ser poeta en la pandemia global

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Eduardo Milán

Poéticas de Milán

Una vez más, la pregunta sobre el lugar de la poesía.

Dentro de la pandemia global, ¿qué es la poesía? Nada que nos cae encima sino que está entre nosotros. ¿Dentro de un acuartelamiento-cuarentena de parte del mundo? No hay beso, no hay manos, no hay abrazo. “Lo que tenemos que saber es que vamos a tener que vivir sin hacer cosas que solíamos hacer”, dijo el director de Epidemiología. Gabriela me dice que el médico decía al final de la frase “mientras dure esto”. Hay distancia, no hay intercambio, nadie se toca, ni uno a sí mismo. “Y saber que un 80 % de nosotros sobrevivirá a esto”. La pregunta es por el veinte, por los que integran el veinte. Hay que correr en zig-zag cuando llega el barco de Nosferatu al puerto para escapar al contagio. Pero era Nosferatu el que corría en zig-zag. Me sonó a poesía restrictiva lo que decía aquel hombre. Así hablan los profetas del cambio o los planificadores teóricos de una revolución. Giran en el aire versiones de lo que se viene pero en la dualidad de “vives o mueres” importan dos: caída del estado económico con su correlativo arrase de la población más vulnerable —del parado al indigente, del informal al que usa el tiempo para escribir esto— o modificación de la conciencia general —gobiernos incluidos— hacia una sociedad ecosocialista. Pero hay otra muchísimo más dura: el ejemplo de China seguido por Italia de una “dictadura humanitaria” de estado centralizado y control poblacional para enfrentar crisis mundiales como la del Covid-19 capitalista, adelanto de una lógica sepulturera que avanza a grandes pasos y que hay que detener a como dé lugar. ¿Una lógica que avanza a grandes pasos? Eso es una metáfora abstracto-animista. La poesía pasó de ser una práctica singular a ser una práctica sin lugar. ¿Qué fue? Nada que no estuviera en la poesía: un intercambio posicional de fonemas en la misma palabra. Saber si ese acostumbramiento a no hacer ciertas cosas que hacíamos favorece a la poesía es algo que no incumbe a la poesía. Ella vuela en comba alrededor de su no saber. La poesía siempre estuvo dentro de ese veinte por ciento que no sobrevivió tal como era. Nunca protagonizó un Ricardo III cojo que ofrece a los gritos su patrimonio a cambio de un bruto mucho más noble que él, un bruto que orejea a viva oreja y dice que está bien, que todo está muy bien. Ahí donde desde “orejea” hasta el punto es nada más que Trilce ( César Vallejo, 1922).

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