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El pintor y la poeta

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Modigliani

La reconstrucción de una historia de amor entre dos grandes del arte a partir de datos concretos, para derribar el mito.

La historia comenzó en la sala de espera del consultorio de un médico de barrio. Allí la escritora Élisabeth Barillé (París, 1960) miró al pasar un catálogo de la casa de remates Christie’s. Le llamó la atención que al pie de la foto de una cabeza de mujer esculpida por Amedeo Modigliani (1884-1920) en piedra calcárea dijera "Todo es misterio".

Ella no encontró misterio alguno. Reconoció de inmediato a la mujer de carne y hueso que hay tras esa pequeña escultura oval, como de máscara africana, ojos almendrados, boca apenas insinuada y cuello alto. La nariz recta y vertical, eje de la pieza, es la estilización del rasgo dominante en el rostro de la poeta rusa Anna Ajmátova (1889-1966). Ese descubrimiento, la investigación literaria que emprendió, y la pasión que Barillé siempre tuvo por Ajmátova, están en el origen del libro Un amor al alba, Modigliani y su musa.

UNA OBSESIÓN.

La propia Ajmátova evoca el encuentro: "Todo lo que estaba ocurriendo constituía la prehistoria de nuestras vidas futuras, la suya muy corta, la mía muy larga. El aliento del arte todavía no había quemado ni transformado nuestras dos existencias. Era la hora diáfana y ligera antes del alba". Imposible decirlo mejor.

La muchacha que se cruzó con Modigliani, quizá en una fonda de Montparnasse, París, en mayo de 1906, era entonces una poeta inédita, recién y ya infelizmente casada con el poeta ruso Nikolai Gumiliov. Aunque viste modelos de las mejores modistas de Kiev y calza zapatos de taco carretel, descubre que en el París al que acaba de llegar luce como una provinciana.

El muchacho que se cruzó con Ajmátova vive en París desde hace cuatro años y ya sabe que es mortal, pues ha enfermado de tuberculosis. Usa sombrero negro de ala ancha y pañuelo rojo mal atado al cuello. Está dejando la escultura por la pintura, vive cambiando de casa y, aunque es un genio, no logra vender sus telas, apenas logra cambiarlas por monedas y comida. Él mide 1,65; ella es altísima. Los dos están seguros de que les espera un lugar destacado en el universo del arte y la creación.

Él se vuelve loco por ella; a su vez ella por conocer el verdadero París y no la ciudad de postal que su marido le mostró. Se despiden y prometen escribir. Lo harán y con frecuencia, a pesar de los años que los separan. Ajmátova solo guardó en su memoria algunas frases de aquellas cartas: "Usted es para mí como una obsesión", le repetía Modigliani.

Barillé intentó encontrar la correspondencia, sin éxito. Concluyó que Ajmátova la habría quemado en el año 1934, la época dura del estalinismo. Gumiliov había sido fusilado una década antes, acusado de complot monárquico. Sus amigos estaban presos o muertos, y meses después iban a detener a su hijo Lev Nikoláievich Gumiliov.

AFINIDAD ESPIRITUAL.

El relato de Barillé está poblado de personajes secundarios que deslumbran a la joven poeta: Pablo Picasso abandona Montmartre y la miseria; Diego Rivera frecuenta La Rotonde; Marie Vassilieff, pintora y cantinera, ofrece en su atelier un menú barato y suculento a un público heterogéneo y atractivo; Alexandra Exter, la talentosa pintora a quien Ajmátova dedicará su primer libro, va y viene entre París y Kiev.

Cinco años después de haberse cruzado por primera vez en Montparnasse, Ajmátova se fuga del marido y de Rusia para volver al encuentro del pintor. "Observé en él un gran cambio cuando nos encontramos de nuevo en 1911. Había adelgazado, se había vuelto sombrío", escribió años después. Ella no hablaba italiano y él no entendía ruso. Se comunicaban en francés. Esmerado y pudoroso, el de Ajmátova. Fluido y coloquial, el de Modigliani. "Nos comunicamos", le decía él y para ello no necesitaban demasiadas palabras. Pasaban tiempo en silencio, caminaban de la mano por el Jardín de Luxemburgo, visitaban el Louvre.

Modigliani retrató a Ajmátova en dieciséis dibujos de los cuales ella conservó solo uno. "¿El resto?" solían preguntarle cuando ya era consagrada. "Se hicieron humo", respondía sin agregar detalles. Posiblemente hayan tenido el mismo destino que la correspondencia.

A Ajmátova le gustaba repetir que nunca había posado para Modigliani, que la dibujaba de memoria. "¿Qué aprendí de Modi? Esto tal vez: la visión solo se agudiza explorando los propios laberintos. La visión solo se aprende de sí misma". Luego de esa temporada juntos, que solo fueron semanas, no volvieron a verse. Modigliani tampoco le escribió. Poco después él murió, en palabras de Ajmátova, víctima de la miseria y la leyenda. Ella entró en los años oscuros de la represión soviética.

CONTRA EL MITO.

En 1958 Ajmátova comienza a escribir los recuerdos de la íntima amistad que la unió al pintor. Está por cumplir setenta años. Es una matrona. Su rostro y su cuerpo perdieron el despiadado encanto que atraía a tantos. A lo largo de su vida ha perdido mucho más que eso: tres maridos, uno fusilado, el otro liquidado por el hambre y el tercero en un gulag. Y decenas de amigos. Hace poco su hijo volvió de Siberia tras años de prisión. Aunque ella se empeña en mostrarle amor, él es solo resentimiento. Dice que la madre es un monstruo de egoísmo y la hace responsable de sus desgracias. Está internada en una clínica en Bolshevo donde se repone de un infarto. Los médicos le han dicho que debe elegir entre la vida sosegada y la tumba.

Aun así se lanza a escribir porque no resiste el mito que congela a Modigliani. Siempre borracho, siempre en orgías. Un desenfrenado. Quiere rescatarlo del lugar común y hacerle justicia, y quizá también hablar del amor que los unió.

Esos recuerdos son la base sobre la que Barillé construyó su relato. Biografía levemente novelada y crónica de una época y un lugar (la bohemia artística del París del Novecientos), las dos definiciones se ajustan a la obra. El trabajo no tiene citas al pie ni la autora apela a la voz de críticos y especialistas, pero se apoya en una sólida investigación. Además, Barillé conoce la historia y la lengua rusa por línea materna: es hija y nieta de rusos.

El remate de la historia no deja de estar cargado de ironía. Christies remató la pequeña cabeza del catálogo en 52 millones de dólares. La pintura del genial italiano no recibió grandes elogios en vida del artista. Su escultura mucho menos. Solo merecieron la burla del público y la indiferencia de la crítica.

UN AMOR AL ALBA, Modigliani y su musa, de Élisabeth Barillé. El Ateneo, 2015. Buenos Aires, 192 págs. Distribuye Gussi.

Mucha producción

Barillé también ha incursionado en la ficción, el ensayo y la biografía. En este último género parece interesarse por mujeres extremas como lo fueron las escritoras Colette Peignot y Anaïs Nin. La primera fue una escritora inclasificable conocida por el seudónimo de Laure. Fue amante de Boris Souvarine y de Georges Bataille, y murió de tuberculosis a los 35 años. (Laure, la sainte de l'abîme, 1988). La segunda puso su vida y su cuerpo al servicio de la literatura con un diario personal de más de cinco mil páginas del que se nutre Barillé para retratarla (Anaïs Nin, masquée si nue, 2013). La autora también se ha dedicado a temas más mundanos como la moda: Coty: parfumeur et visionnaire (1995, junto a Kéiichi Tahara), Lanvin (1997) y Gerlain (1999).

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Modigliani

Anna Ajmátova y ModiglianiVirginia Martínez

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