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Sobre el olvidado que escribió Moby Dick

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Herman Melville

Cabe volver sobre esta obra, un punto alto en la interpretación del legado de Herman Melville escrita porAndrew Delbanco.

Andrew Delbanco (1952), profesor de la Universidad de Columbia, escribió hace más de una década esta biografía de Herman Melville (1819-1891), el autor de Moby Dick, acaso la más importante novela escrita en Estados Unidos en todos los tiempos. Haciendo un balance, dice Delbanco que Melville “es una presencia viva en el sentido más amplio de la cultura. Entre sus contemporáneos es el más grande sin discusión, habiendo logrado combinar el estruendo del Nueva York de Whitman, con la gravedad de la Nueva Inglaterra de Hawthorne para obtener, en Moby Dick, una sensibilidad que creó el clásico norteamericano del siglo XIX (posiblemente junto a Huckleberry Finn) que mantiene su poder moral sin haber caído en lo moralista. (…) Hay muchos escritores que consiguen hacernos pensar lo que ellos, pero son muy pocos los que, una vez ha muerto su época, continúan haciéndonos reflexionar con ellos. Melville pertenece a este grupo”.

Claro que esos juicios de nuestro tiempo, acertados, corresponden a una revaluación del novelista de Nueva York. Porque cuando murió ya había sido olvidado; la noticia mereció dos líneas entre una larga lista de muertos de esa semana. Y durante mucho tiempo no existió en los balances que se hacían de la literatura estadounidense. Para Edith Wharton, Melville era “un primo de los Van Rensselaers, cualificado desde la cuna para formar parte de la alta sociedad, de la que se le excluyó sin lugar a dudas por su deplorable tendencia a la bohemia”. Y cuando Henry James, tan erudito él, hizo el balance de los colaboradores de la revista Putnam’s, donde Melville había sido colaborador, apenas lo menciona una vez.

Cuando Melville ajustó 33 años ya había publicado, además de dos novelas, la prodigiosa Moby Dick, que fue un fracaso de crítica y de ventas, fracaso que lo afectó mucho y lo replegó a un anonimato conmovedor. A los 42 años consiguió un modestísimo empleo en la aduana de Nueva York, donde trabajaría hasta poco antes de su muerte. Durante ese lapso escribiría cuatro libros: una larga novela en verso, Clarel, de la que el mismo Melville dijo que era “una pieza métrica, un peregrinaje, qué si no, de varios miles de versos, especialmente diseñados para la impopularidad”; y las otras tres obras que la crítica actual, incluyendo a Delbanco, merecen su paso a la historia: Bartleby, el escribiente, Benito Cereno y Billy Budd.

Esta magnífica biografía de Melville, puesta en un delicioso castellano por Juan Bonilla, “se propone esencialmente relacionar la obra de Melville con su vida y su época, traza un relato simétrico del triunfo artístico y el fracaso público de un escritor que en toda su vida ganó poco más de diez mil dólares, contando tanto las ventas de la Gran Bretaña como las de Estados Unidos”.

(MELVILLE, de Andrew Delbanco. Seix Barral, 2007. Esta reseña es reproducida de la newsletter"Gozar Leyendo" de Darío Jaramillo Agudelo, abril 2017)

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