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Una obra breve y magistral que revela destreza

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Virginia y Leonard Woolf por Ombú

Ficción de Leonard Woolf

Es la recuperación de un intelectual opacado por el denso anecdotario de su matrimonio con Virginia Woolf.

El periodista y crítico Hamilton Fyfe escribió en 1921 que “De perlas y cerdos” era una de las grandes historias del mundo y el énfasis no parece injustificado. El cuento describe un campamento de miles de buscadores de perlas montado durante dos meses en las playas de Ceilán, bajo la supervisión de unos pocos británicos que recogían para la corona las dos terceras partes del botín. Los buceadores partían en barcas durante el día, se sumergían unos diez metros en el mar para llenar sus sacas de ostras y regresaban en la noche. Las enfermedades y pestes corrían por cuenta de los millones de moscas que zumbaban alrededor de los hombres y las barcas, porque mucho antes de lucir en las joyas de las mujeres, las perlas se deshacían de la carne de las ostras por putrefacción bajo los rayos del sol, por el trabajo de los gusanos y el de las moscas durante los días calcinantes que anticipaban la llegada de los monzones. El cuento enlaza la experiencia de tres británicos, uno con Delirium Tremens, entre miles de tamiles, cingaleses, chetties, mercaderes de Bombay, árabes y esclavos somalíes. Junto a la historia ofrece la densidad de los hedores, las voces, las peleas, los tormentos del aire y de los atardeceres con 37 grados de temperatura, mientras debajo del relato vibran dos inquietudes nada desdeñables: el esfuerzo colonial por adueñarse de Oriente mostraba que Oriente devoraba a los colonos, y la otra, consustancial y más universal: la áspera monstruosidad de la realidad se impone sobre cualquier idea de lo que se pretenda hacer con ella.

Por la precisión y el porte de su prosa, el cuento podría haberlo escrito Rudyard Kipling; por la austeridad irónica de su trama, Joseph Conrad. Pero lo escribió Leonard Woolf y lo publicó en una modesta edición de trescientos ejemplares, acompañado de dos cuentos más bajo el título Historias de Oriente que, con traducción española, ahora llega a las librerías junto a su novela La aldea en la jungla.

EL GOLFO DE MANNAR

En 1904, a poco de recibirse en el Trinity College de Cambridge, Woolf se enroló como Cadete del Servicio Civil en Ceilán, actual Sri Lanka, donde permaneció durante siete años. Luego de trabajar en varios destinos de la isla —y de enfermar de fiebre tifoidea y malaria— lo nombraron encargado del caladero de perlas del golfo de Mannar. En “De perlas y cerdos” se retrata como un joven novato lleno de convicciones y prejuicios que se deshacen contra la realidad, y puede que la experiencia de Mannar haya terminado por definir sus posiciones antiimperialistas. De licencia en Londres, en 1911 renunció al servicio colonial y al año siguiente se casó con la hermana de su viejo compañero del College, Thoby Stephen —entonces solamente Virginia—, amiga también de sus viejos compañeros: Lytton Strachey, John M. Keynes, Clive Bell, Bertrand Russell y Edward Morgan Forster, que pronto integrarían el grupo de Bloomsbury.

Al año siguiente, en 1913, Leonard publicó La aldea en la jungla y se la dedicó a su esposa, Virginia Woolf: “Yo te he dado lo poco que podía darte; tú me has dado todo, que para mí lo es todo; y ahora simplemente te devuelvo lo que me has dado… si es que queda en mí algo que dar”. Quedaba, claro, como lo demostró en su difícil y célebre matrimonio.

La novela cuenta la historia de Beddagana, una decena de chozas en los llanos de la selva, entre el Océano y las montañas del norte, administradas por un cacique dedicado a esquilmar a sus vecinos, con su brujo deforme y una caterva de desdichados obligados a pelearle a la jungla unos pedazos de tierra infértil donde cultivar granos durante los escasos meses de lluvias y resistir prolongadas temporadas de sequía. Woolf cuenta los conflictos del nativo Silindu, un cazador que mata a su esposa después de que pariera dos niñas en vez de los varones que esperaba, y el tiempo convierte en un hombre ferozmente acosado por las ambiciones sexuales que despiertan sus hijas en distintos personajes que se suceden y confabulan en la trama.

La novela tiene una estructura tradicional y pese a que la mayoría de los personajes son indígenas, en varios pasajes se manifiestan con diálogos y monólogos de inspiración isabelina, más cerca de los parlamentos del teatro que de la expresión nativa. Pero de todos modos Woolf consigue mostrar la cadena de sumisiones de las familias al cacique y del cacique a los poderes coloniales, sobre una misma lógica depredadora hasta los últimos recursos de la miseria moral y material. A lo largo de la trama se suceden los retratos de las dos tribus mayoritarias en la isla, los cingaleses y los tamiles, y la poderosa presencia de las tres religiones que se disputaban los dominios de Ceilán: el hinduismo, el budismo y el islam.

Los otros relatos que acompañan la edición muestran una destreza narrativa más consolidada. El primero, “Un cuento a la luz de la luna”, comienza, como el nacido en la calera de las perlas, de ese modo indirecto que duplica los narradores en la literatura inglesa: una conversación ociosa entre amigos da lugar a la historia, que en boca de uno de ellos se roba toda la atención. El tema es el amor y la soledad de su ilusión sobre el cuerpo amado, cuando el cuerpo no comprende que ama el otro ni qué ha de hacer para satisfacerlo. El siguiente relato, “Los dos brahmanes”, narra la mordaza de las castas sociales en la India sobre todos los destinos, a raíz de dos modestas transgresiones.

POCA FICCIÓN

Leonard Woolf detestaba la rigidez de las castas tanto como la del sistema colonial británico, y acaso esas marcas fueron las que lo alejaron de la literatura para conducirlo a una activa vida política en el partido Laborista y en la Sociedad Fabiana, a la edición de revistas y a la escritura de muchos libros de política internacional. Fue socialista, pero antisoviético, rechazó el sionismo, aunque finalmente apoyó el estado de Israel.

Su matrimonio con Virginia Woolf y el denso anecdotario de su intimidad —el carácter protector o censor de Leonard, la sexualidad ausente entre los cónyuges, su condición judía, hijo de un rabino, y el corrosivo desprecio a los judíos que manifestaba Virginia, entre otros tópicos largamente debatidos— opacó la trayectoria intelectual de Leonard Woolf, que sobrevivió a Virginia muchos años, mantuvo una larga convivencia con la artista Trekkie Parsons y murió en agosto de 1969. Su obra es prolífica pero la escritura de ficción se reduce a estos dos libros, ahora editados en un solo tomo, en el que “De perlas y cerdos” concentra su logro magistral.

LA ALDEA EN LA JUNGLA Y OTRAS HISTORIAS ORIENTALES, de Leonard Woolf. Ediciones del viento, 2015. Coruña, 250 págs. Distribuye Gussi.

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