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Noticias de un frente maldito

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Un alto en la Guerra del Chaco, 1932-1935. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)

El poeta, enviado por el diario argentino Crítica al Chaco boreal, escribió 14 crónicas que se convirtieron en la novela sobre la guerra.

En una conversación autobiográfica con el poeta y periodista Horacio Salas, el argentino Raúl González Tuñón (1905-1974) habló de la impresión que había dejado en él la Guerra del Chaco: "una guerra siniestra, y para mí, el primer contacto con la muerte, la injusticia; mi primer contacto con la guerra en toda su crueldad". Así evocaba, poco antes de morir, su experiencia como corresponsal en la guerra de Bolivia y Paraguay por el Chaco boreal (1932-1935).

Cuando llegó a Asunción enviado por del diario argentino Crítica, González Tuñón era un poeta con obra publicada y un periodista interesado por la cuestión social. Ya se perfilaba como el intelectual comprometido que hermanó la literatura con las causas del siglo. Poco después viajó a Madrid donde hizo amistad con Pablo Neruda, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Participó en el Primer Congreso de Intelectuales en Defensa de la Cultura, reunido en París contra el fascismo, y volvió a Madrid recién comenzada la guerra civil. Entre febrero y julio de 1937 escribió decenas de crónicas desde Valencia, Barcelona y la capital, que se publicaron con el subtítulo "La ruta del coraje" en la revista de los republicanos españoles de Buenos Aires, La nueva España.

Aunque siempre sintió orgullo del oficio periodístico, a González Tuñón se lo conoce mejor por la poesía. Y las crónicas que escribió sobre España se impusieron a las del Chaco. Sin embargo fue en ese territorio inmenso, remoto e inhóspito donde definió y consolidó su voz testimonial y militante.

Viajó a Paraguay en octubre de 1932 cuando aún no se había declarado la guerra aunque hacía meses que se combatía. Envió catorce artículos, presentados como capítulos. Se publicaron en diez entregas a lo largo del mes. Uno incluye un retrato del líder nacionalista Luis Alberto de Herrera, enlistado como voluntario uruguayo en el bando paraguayo (ver nota siguiente "Herrera en las trincheras"). Crítica promocionó esos despachos como la novela de la guerra, textos que harían palidecer a los relatos de Erich Maria Remarque.

POBRES Y HERMANOS.

Antes de ser el escenario del mayor conflicto bélico de América Latina en el siglo XX, para los paraguayos el Chaco no era el Paraguay propiamente dicho. Pertenecía al territorio nacional pero estaba tan lejos como el extranjero. Allí iban a cumplir sanciones por mala conducta los militares, o los adultos amenazaban a los jóvenes díscolos con mandarlos para enderezarlos. Un lugar bueno solo para las comunidades menonitas que se establecieron allí en la década del veinte, a quienes después de huir de Stalin no los acobardó el sol ardiente, la sequía, el polvo en los pulmones, los jaguares, las inundaciones, las anacondas ni la vinchuca.

Bolivia y Paraguay disputaban mucho más que el Chaco. Eran sociedades con un fuerte peso indígena, en las que se hablaba más de una lengua. El español, escrito y oficial, era el idioma del Estado y de la elite gobernante. Las lenguas indígenas, orales, estaban en la base de la sociedad. Mientras que en Uruguay, Chile y Argentina los primeros años del siglo XX inauguraron un ciclo de modernización y estabilidad política, en Paraguay y Bolivia gobernaba la conspiración y el pronunciamiento militar.

Los dos habían padecido guerras terribles. A Paraguay, la Triple Alianza le robó buena parte del territorio y devastó su población masculina. En la guerra del Pacífico contra Chile, Bolivia perdió el litoral marítimo. Los principales recursos económicos de Paraguay estaban en manos extranjeras. Después de la guerra de la Triple Alianza, el Estado vendió tierras fiscales a precio de regalo a empresarios europeos que vivían en Argentina. Uno de los más poderosos se llamaba Carlos Casado del Alisal, a quien se le conocía como el Emperador del Chaco, o simplemente Don Carlos. A fines del siglo XIX, Casado compró por nada, con indígenas incluidos, cinco millones de hectáreas en el Chaco. Una superficie imposible de concebir en manos de un solo propietario. Una extensión como la mitad de Portugal.

Cuando desembarcó en el Chaco, Casado ya era un acaudalado hombre de negocios. Latifundista y banquero, fundador de pueblos y dueño de empresas, puertos y vías férreas. La Compañía de Tierras Hispano Paraguaya se dedicó a la explotación a gran escala del quebracho, cuya madera se usaba para el tendido ferroviario, barcos y puentes, y de donde se extraía tanino para las curtiembres.

Del lado boliviano la extranjerización era equivalente. El empresario y banquero Simón Patiño poseía casi toda la minería y la producción del metal del país. Asociado con firmas europeas y estadounidenses, el Barón del estaño pasaba por ser uno de los hombres más ricos del mundo. Más rico que el Estado boliviano.

En la década del veinte la Standard Oil Company, compañía petrolera del grupo Rockefeller, desembarcó en Bolivia. El gobierno le concedió cuatro millones de hectáreas para la explotación petrolera, en una época en que Medio Oriente aún no estaba a la cabeza de su producción y exportación. El trust ya tenía carácter transnacional y era célebre por las prácticas monopólicas y desleales con la competencia. Querían ampliar su campo de explotación y que Bolivia obtuviera una salida al mar, de la que ellos obtendrían el beneficio principal.

Tres años antes del comienzo de la guerra, Bolivia pidió al gobierno argentino autorización para que la Standard Oil construyera oleoductos en su territorio para la salida atlántica del petróleo boliviano. La negativa argentina hizo que la compañía pusiera los ojos en la búsqueda de una salida por el Río Paraguay. El interés de la empresa se sumaba a la vieja disputa de los dos países por la soberanía del Chaco boreal.

UN DIARIO SENSACIONALISTA.

Cuando se inició el conflicto la empresa periodística fundada por Natalio Botana vivía su mejor momento. Crítica era uno de los diarios de mayor circulación en Argentina, con ediciones especiales que alcanzaban los 900 mil ejemplares y un tiraje promedio de 350 mil. Innovador en los temas, el lenguaje y la gráfica, el diario se había desplazado del sensacionalismo policial, que era su característica, al sensacionalismo político. De ahí la importancia que dio a la cobertura de la guerra y la forma en que la promocionó, con titulares fuertes y emotivos ("Crítica en el infierno del Chaco", "Isla Poi o la puerta infernal", "Los campos trágicos de Boquerón"), con especial atención a la fotografía y las ilustraciones.

Botana presenta a su corresponsal como el único "autorizado por el gobierno paraguayo para recoger impresiones en el terreno mismo de la lucha". Crítica es el diario de la causa paraguaya, el diario que se lee en el frente, y González Tuñón su cronista más popular.

Era, además, uno de los periodistas preferidos de Botana. "Hay que dejarlo volar", le gustaba decir al empresario. "Que ande en la calle". Para que volara mejor, y siguiendo el proceso de modernización de las formas de producir información y crear opinión pública, el diario compró un avión —el Tábano— que se convirtió en un personaje de las entregas del Chaco. El "gaucho avión" será una herramienta al servicio del periodismo "moderno, dinámico, nervioso que se hace en Crítica", escribe González Tuñón en su primer despacho.

El Tábano vuela, solo o escoltado, al frente, a los fortines y hospitales de campaña. Lleva correspondencia para los soldados y siempre, antes de aterrizar, da vueltas en redondo mientras arroja ejemplares del diario a la gente que se amontona para recibirlo con pañuelos blancos y los brazos en alto. El periodista y su piloto andan en uniforme de fajina y con revólver al cinto. Confraternizan con la tropa y el alto mando. Desde la primera entrega González Tuñón explicita que está en contra de la guerra y a favor del país agredido: "Paraguay no tiene la culpa del drama que en estos instantes se desarrolla en los campos trágicos de los fortines ni tampoco los infelices soldados bolivianos, que ni saben por qué pelean".

La izquierda latinoamericana de la época tenía una posición antibélica, y definió el conflicto como un enfrentamiento de capitalistas. Cuando el Estado paraguayo llamó a la movilización general de la población, los anarquistas respondieron con sabotajes y boicots a resistir el enrolamiento. Los comunistas, en cambio, tomaron las armas. Pretendían volverlas contra el enemigo interno, transformando la guerra en revolución social.

González Tuñón se identifica a medias con la posición de los comunistas. El mandato de insurrección vale solo para los bolivianos: "Este pueblo no tiene la culpa de la guerra. Es Bolivia, Bolivia gobierno, quien tiene la culpa. Sólo que los bolivianos todavía no han dado vuelta sus armas contra quienes los engañan, contra quienes los llevan a la muerte". En todas las crónicas su simpatía y admiración está con los paraguayos: "Los soldaditos heridos quieren volver al frente para defender el terreno paraguayo"; en cambio, "Bolivia no pelea por su grandeza sino por los intereses de las compañías petroleras". A la bravura y a la valentía de los militares paraguayos opone el clasismo y la falta de empatía con la tropa del ejército del altiplano: "Ningún herido, ningún prisionero boliviano se expresa bien de sus jefes y de sus médicos. Suelen tratarlos mal y los llaman despectivamente 'indios'".

LA RUTA DE LA MUERTE.

Los primeros capítulos son de un optimismo casi festivo. A pesar de las privaciones en el campo paraguayo reina la solidaridad, hay cantos, guitarras y buenos augurios. A medida que se interna y se acerca a Boquerón, donde se libraron los combates más terribles de la guerra, la mirada del periodista se vuelve sombría y el lenguaje, poético.

Le conmueve la juventud de los soldados: "Esta es una guerra de adolescentes". Llega al fortín de Casanillo, un lugar de casas bajas y chozas miserables, donde el Ejército ha instalado un hospital de sangre. Yacen cientos de jóvenes a quienes, con pocos recursos y mucha dedicación, los médicos intentan salvar de la gangrena y la muerte: "Muchachos de 18 a 20 años que sólo han visto la guerra desde su trinchera, desde su hoyo, desde su árbol, aturdidos por las continuas descargas, mordidos por el hambre, alucinados por la sed, obsesionados por la locura roja, están ahora tendidos en los lechos, vendados, oliendo a ácido y pomadas, enflaquecidos y temblorosos".

La Naturaleza se le presenta salvaje. El aire caliente levanta un polvo que se mete en todos lados, deben avanzar por senderos estrechos apenas abiertos en el follaje cerrado y arisco: "Esto es Boquerón. Un terreno innoble, alevoso, retorcido, hostil". Todo son huellas de muerte: "…restos de vestidos, gorros, zapatos, ollas, colchones, algodones ensangrentados y un olor de podredumbre, un olor asqueroso que nos echa para atrás".

El mayor padecimiento es la sed. "Agüita, agüita", imploran los prisioneros. El agua contaminada por los cadáveres que flotan en las lagunas hace estragos en la tropa. Es el reino de la desolación. Aun así dice González Tuñón: "Yo abomino la guerra pero admiro el coraje. Yo abomino la guerra pero no al que se defiende".

Uno de los textos más conmovedores es el que relata el hallazgo de un zapato roto. Aparece el poeta angustiado. El objeto inerte resume el horror de la guerra: "Por el camino, tirado en el campo encuentro un zapato grueso, de soldado. Zapato agujereado en el talón, zapato de soldadito paraguayo, agujereado en el talón por una bala. Zapato tirado en el campo, zapato inmóvil, sucio y destrozado con una herida en el talón. Zapato que anduvo por los caminos de Isla Poi, que se arrastró hasta el llano de Punta Brava y allí fue alcanzado por una bala. Qué pena me diste, así abandonado en el campo con el cuero destrozado, con una grotesca risita de cuero… parecía una cosa humana".

El relato se va llenando de imágenes funestas que repite como alucinado: polvo, sed, olor a muerto, piojos, heridas agusanadas, cuerpos insepultos. Los muertos son todos iguales: "¡Pobre soldadito boliviano, caído con los brazos en cruz sobre la carabina y la caramañola, seco, duro, grotesco, en el borde del camino a Yucra". Lo que ve lo agobia tanto que quiere irse ("Salgamos pronto, huyamos de aquí"). El regreso a Pinasco lo devuelve a la comodidad de una cama, un baño y un ventilador. Hasta le ofrecen un banquete en el hotel del pueblo: "¡Qué lejos está ya el Chaco con todo su horror! ¡Qué pena pensar en los que han quedado allá en el infierno! El infierno limita con el Paraíso".

INFAMIA.

En la última entrega hace un balance que reafirma la responsabilidad de Bolivia en el conflicto. De un lado está Paraguay "solo con sus armas y sus pocos hombres, defendiendo un pedazo de terreno", y del otro "Bolivia, con sus generales alemanes, sus armamentos modernos, sus tanques, sus aviones, sus Patiños explotadores de indios, sus dictaduras y, detrás de Bolivia, la Standard Oil".

El balance deja fuera a los "explotadores" de Paraguay. En el camino al corazón del Chaco, González Tuñón tuvo oportunidad de conocer la vida en los quebrachales paraguayos. Entró a una fábrica de tanino. Un inmenso hormiguero humano donde se trabajaba día y noche. El enclave fabril con trenes, talleres, herrerías y chimeneas que le recordó al far west y a los relatos sobre la vida de los mineros en Estados Unidos del escritor Bret Harte.

Como la frontera entre la coincidencia y la ironía es borrosa, quiere la casualidad que en la misma página de Crítica donde se publica la última cobertura también aparezca un aviso empresarial: "Sociedad Anónima Mate Larangeira. Maipú 255, Buenos Aires". La Mate Larangeira era una de las empresas denunciadas por Rafael Barrett en "Lo que son los yerbales", ese magistral texto de acusación y llamado a la conciencia pública sobre la vida en los obrajes paraguayos. La explotación que desnudó Barrett en los yerbales no era peor que la esclavitud que descubrió González Tuñón en los quebrachales del Chaco.

Cuarenta años más tarde, en conversación con Horacio Salas (Conversaciones con Raúl González Tuñón, 2014), se arrepintió de su parcialidad en el conflicto: "Estuve del lado de los paraguayos (…) No por los bolivianos, sino por la Standard Oil. Pero detrás del pueblo paraguayo estaba, yo lo ignoraba entonces, la Royal Dutch. Así que fue una guerra infame entre dos empresas petroleras, una norteamericana y otra inglesa".

Un alto en la Guerra del Chaco, 1932-1935. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Un alto en la Guerra del Chaco, 1932-1935. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Hospital de campaña paraguayo. Guerra del Chaco. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Hospital de campaña paraguayo. Guerra del Chaco. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Piloto de combate paraguayo con avión caza Fiat CR20 bis. Foto Juan Piñeiro Núñez. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Piloto de combate paraguayo con avión caza Fiat CR20 bis. Foto Juan Piñeiro Núñez. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Explosión de una mina en el fortín de Nanawa, Chaco Boreal, 1933. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Explosión de una mina en el fortín de Nanawa, Chaco Boreal, 1933. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Artillería paraguaya. Foto Juan Piñeiro Núñez. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)
Artillería paraguaya. Foto Juan Piñeiro Núñez. (Colección Tito Aranda, Asunción. Foto Inédita)

GONZÁLEZ TUÑÓN EN LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935)Virginia Martínez

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