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Cómo los nazis destruyen las repúblicas

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La conjura contra América. Cuando se percibe, con sorpresa, la primera señal del mal.

CULTURAL

Una miniserie de HBO y un libro clásico.

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El mundo venía mal en cuanto al racismo, y la pandemia lo agravó. No solo contra judíos, ahora también contra los negros. Quizá pronto siga el colectivo LGTB -ya hay señales- y se completará así la tríada clásica de odio y xenofobia, potenciada ahora por esa cloaca de haters anónimos que prosperan en Internet, sobre todo en Facebook, pero que tienen sus alter ego en el mundo real. Como el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, que bajó de las lecturas obligatorias curriculares al premio Nobel de Literatura muy vinculado a Holocausto, Imre Kertész, y al reconocido escritor Péter Esterházy -ambos judíos- para potenciar a escritores nacionalistas de preguerra con el argumento de que había que consolidar el sentimiento patriótico.

El estreno de la miniserie La conjura contra América de HBO (6 capítulos), y la reedición de un clásico a casi 70 años de publicado, LTI, La lengua del Tercer Reich del filólogo Victor Klemperer, permiten reflexionar sobre ese mal, uno que va más allá de conceptos como antisemitismo u homofobia, porque ambos ya están definidos, muchas veces penados por ley, y hemos generado los anticuerpos para lidiar con ellos. El problema es el mal difuso, ese que muta, se enmascara y que evita ser etiquetado, pero que se revela en los excesos de muchos líderes que buscan perpetuarse consolidando democracias autoritarias, ya sea en base al populismo, o conspirando contra el disenso o el recambio en los liderazgos. Es decir, contra la democracia. A partir de allí el abanico de posibilidades puede ser terrorífico. Lo sabemos.

La miniserie La conjura contra América está basada en la novela del mismo nombre del narrador norteamericano Philip Roth, publicada en 2004, que trata de la llegada al poder de un presidente filo nazi en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, ayudado por la Gestapo y simpatizantes locales. Poco a poco se instala la violencia generalizada contra los opositores pero sobre todo contra los judíos norteamericanos. Su realizador en la pantalla, David Simon -responsable de la famosa serie The Wire junto a Ed Burns, ambos una garantía de calidad- comentó en una entrevista que éste era un proyecto entre tantos y que no lo pensaba llevar a cabo hasta que Donald Trump llegó al poder. Es una realización cargada de una clara intencionalidad política.

El libro LTI, La lengua del Tercer Reich, es el diario de un filólogo judío alemán que vivió bajo el nazismo y sobrevivió apenas. Relata de forma clara, ciudadana y nada académica los secretos de la manipulación y falsificación de la lengua con la finalidad de consolidar un régimen totalitario y racista.

Judíos en New Jersey.

La novela La conjura contra América está narrada por el hijo menor de una familia judío norteamericana, los Levin, que vive en un barrio judío en una época cuando todavía no habían sido asesinados seis millones e Israel no existía. “Ya teníamos una patria. Cada mañana, en la escuela, juraba fidelidad a la bandera de nuestra patria”, celebraba el 4 de julio y se deleitaba con el pavo del día de Acción de Gracias. “Nuestra patria era los Estados Unidos de América. Entonces los republicanos proclamaron a Lindbergh candidato a la presidencia y todo cambió”.

Charles Lindbergh es un personaje real, héroe de la aviación por cruzar en solitario el Océano Atlántico en el avión “El espíritu de St. Louis” en 1927, uniendo Nueva York y París. También es real que coqueteó en los años ‘30 con el nazismo y declaró su admiración por Adolfo Hitler, quien lo llegó a condecorar. Que hizo política en Estados Unidos abogando por el aislacionismo -para no entrar en la guerra- y culpando a los judíos de querer empujar a su país a esa guerra contra Alemania. Fue acusado de nazi y antisemita por los partidarios de Roosevelt, dejó la política, y más tarde se le permitió participar -con recelo- en el esfuerzo bélico contra Japón como ingeniero en el diseño del caza Corsair y, más tarde, en combate donde llegó a derribar un caza japonés.

En la ficción de Philip Roth, Lindbergh acepta ser candidato a la presidencia por los Republicanos y, tras una campaña violenta apoyada entre otros por el Ku Klux Klan, gana las elecciones. Si había demostrado alguna simpatía por los judíos durante la campaña, para no ahuyentar a los votantes indecisos, tras la victoria se desata la caza del judío por todo el territorio. Vale la pena leer la novela, el relato atrapa, con traidores y héroes a lo Shakespeare, conjurada con el oficio del gran narrador que fue Philip Roth. Un libro donde lo que importa es el relato de cómo se va de una república a un totalitarismo, de cómo se pierden libertades, de los muchos que callan ante lo moralmente inaceptable y los pocos que levantan la cabeza y se convierten en héroes.

David Simon y el guionista Ed Burns se la juegan en la adaptación para HBO. Para los fanáticos de culto que se maravillaron con The Wire o sus trabajos posteriores Generation Kill (2008) y The Deuce (2017-19), no fue sorpresa. Simon declaró que la única razón por la cual valía la pena gastar plata en realizar La conjura contra América era por las amenazas que se cernían sobre la democracia norteamericana en el 2020. Para eso establecen un paralelismo entre las invocaciones electorales de Lindbergh de 1940 y las que llevaron a Trump a ganar las elecciones. El discurso que Lindbergh pronunció ante una concentración del comité “América Primero” en Des Moines en 1941 es real, no es ficción, al igual que las invocaciones de Trump para recuperar la grandeza de su país con el “Make America great again”. Pero no se quedaron allí. Cambiaron el final de la novela, que restituía de alguna forma la fe en la república. “Era un final demasiado limpio” declaró Simon, y más en año electoral. Consultó a Roth antes de que éste falleciera en 2018 y el escritor le soltó la mano, dijo “es tu problema”. El final de la miniserie es abierto y siniestro, el retrato de un país donde la ciudadanía manifiesta cierto descrédito ante la posibilidad de la restauración de la república.

Diario de un filólogo.

Victor Klemperer (1881-1960) fue un filólogo judío alemán de la Universidad de Dresde obligado a dejar la docencia debido a las leyes raciales de 1935. Vivió en Dresde y otros lugares de Alemania durante el nazismo, y se salvó de la deportación por estar casado con una mujer “aria”. Tras la guerra permaneció en Dresde, en la zona de ocupación soviética, y tuvo cargos en el régimen comunista de la RDA. Publicó el largo ensayo LTI en 1947 y, lidiando con la censura, más tarde inició una intensa depuración de los diarios. La versión final del mismo fue traducida al castellano por Adam Kovacsics y publicada por la editorial Minúscula en 2001 como LTI, La lengua del Tercer Reich, apuntes de un filólogo. Desde entonces ha sido varias veces reeditada, llegando hasta el 2019 con la novena reedición y camino a convertirse en un clásico.

Para sobrevivir todos aquellos años “me aferré al lenguaje” cuenta Klemperer, “que me sirvió de balancín para superar la monotonía de las diez horas de la fábrica, los horrores de los registros domiciliarios, las detenciones, los malos tratos, etcétera”. Gran parte de estos diarios están dedicados al falso heroísmo del nazismo, muy dependiente de lo decorativo, fanfarrón, Klemperer lo contrapone al auténtico heroísmo poniendo como ejemplo a su propia esposa. “Sé de un heroísmo mucho más desolado, mucho más silencioso, de un heroísmo que carecía del apoyo de la pertenencia a un ejército, a un grupo político, que carecía de cualquier esperanza de un futuro esplendor y que se encontraba en la más absoluta soledad. Me refiero a las pocas esposas arias (no fueron muchas) que se resistieron a todas las presiones para que se separaran de sus esposos judíos. ¡Cómo transcurrió la vida cotidiana de esas mujeres! ¡Cuántas ofensas, amenazas, golpes y escupidas soportaron, cuántas privaciones tuvieron que padecer por compartir la escasez normal de sus tarjetas de racionamiento con sus maridos, limitados a las tarjetas judías ‘subnormales’. (…) ¡Qué voluntad de vivir debían mostrar cuando estaban enfermas de tanta humillación y miseria, cuando los numerosos suicidios que se producían en su entorno sugerían de forma seductora el eterno descanso ante la Gestapo! Sabían que su muerte arrastraría de forma irremediable a sus maridos, pues el esposo judío, estando todavía caliente el cadáver de la mujer aria, era transportado enseguida al exilio asesino”.

LTI es una sigla secreta que Klemperer utilizó para despistar durante los constantes registros. LTI es Lingua Tertii Imperii, del latín ‘Lengua del Tercer Reich’. Le tomó cariño y le sirvió de muchas formas, incluso en un sentido metafórico para hablar de una época, su gente y su lenguaje. “El Tercer Reich se expresa con una uniformidad espantosa en todas sus manifestaciones y en toda la herencia que ha dejado; tanto en la fanfarronería desmesurada de sus pomposos edificios como en sus ruinas, tanto en el tipo de soldados y hombres de las SS y las SA, profusamente ilustrados como prototipos ideales en carteles siempre diferentes y, no obstante, siempre iguales, como en sus autopistas y sus fosas comunes”.

Estos diarios no tienen desperdicio. Al inventario de términos específicos, explicados de forma amena por su contexto y origen, se suman la frescura de las historias y crónicas de vida sobre nazis o alemanes comunes que Klemperer va insertando, a veces con humor irónico.

El término “expedición de castigo” (Strafexpedition) es el primer término que Klemperer percibió como nazi. “Sonaba a colonialismo, se veía una aldea de negros rodeada, se oía el chasquido del látigo de piel de hipopótamo”. Otro término específico del nazismo fue “ceremonia de Estado” (Staatsakt), referido a la suntuosidad, los desfiles, coros, antorchas, banderas y demás parafernalia que caracterizaron los despliegues en Múnich y tantos otros lugares.

Algo curioso sucede con el término “fanático” o “fanatismo”, hoy muy negativo pero que para el nazismo estaba cargado de virtud. Según Klemperer resulta intraducible en alemán, no hay ninguna que la supla plenamente. Podían aproximarse términos como Eifern (exaltado), Besessenheit (posesión) o Schwärmer (entusiasta), de carga a veces peyorativa, tanto que su uso a veces provocó situaciones cómicas incluso para Goebbels, el gran maestro de la lengua nazi. Con el correr de los años, y de la guerra, “esos matices peyorativos desaparecieron” aclara Klemperer, hubo un alud de usos como por ejemplo “fe fanática” o “juramento fanático”, sobre todo a medida que los alemanes comenzaron a percibir que la guerra estaba perdida. Su decadencia comenzó cuando Hitler la utilizó en noviembre de 1944 apelando al “fanatismo feroz”, “como si la ferocidad no fuera el estado necesario del fanatismo”.

Una anotación del diario refiere a cuando el Tercer Reich apeló a la fe, tomando elementos del cristianismo y en particular del catolicismo (en teoría ambos debían ser destruídos por sus raíces hebreas y “sirias”, otro término de la LTI). Por allí también aparece el uso abusivo del término “eterno”; de ahí a lo bíblico hay solo un paso. En una ocasión Klemperer escribe: “Hitler se definía a sí mismo, en términos pertenecientes de forma inequívoca al Nuevo Testamento, como el Redentor Alemán. (...) El 9 de noviembre de 1935 apunté: ‘Llamó ‘mis apóstoles’ a los caídos en la Feldherrnhalle (monumento en Múnich donde se honró a víctimas nacionalsocialistas, N. de R.) -son diecisésis, por supuesto tiene que contar con cuatro más que su predecesor- y en los funerales se dijo lo siguiente: ‘Han resucitado en el Tercer Reich’”.

De suma importancia fue el uso del eufemismo mentiroso y anestesiante. Los muertos en el furioso bombardeo aliado a Bremen figuraban en las necrológicas así: “Por un trágico destino perdieron la vida...”. Esas necrológicas aparecían junto a las destacadas de los soldados caídos en el frente, con una cruz esvástica en la esquina superior izquierda, aunque sin mención de rango, sólo su profesión, también había mujeres jóvenes, niños.

Especial intensidad cobran los capítulos dedicados al uso de la estrella judía, o referidos a la “guerra judía” (porque los alemanes no peleaban contra los rusos, los norteamericanos o los británicos, sino contra “los judíos”). Era el veneno, el odio y la miseria en carne viva, términos de una lengua corrompida que era, en esencia, “un lenguaje carcelario (de los carceleros y de los encarcelados)”, uno que la familia Levin comenzó a percibir con preocupación en La conjura contra América. Era el mal difuso, enmascarado, que pronto vieron correr como un contagioso y mortal virus.

Cuando la impotencia ganó a los alemanes, ésta se reflejó en la lengua con la cosificación de los muertos. La Resistencia Francesa, cada vez más numerosa, eran bandas “abatidas a tiros”. Casi de inmediato aparece “liquidados”. “Liquidar” pertenece al ámbito comercial, se liquidan deudas. “Cuando liquidas personas, se termina con ellas como si fuesen valores materiales” afirma Klemperer.

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