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Narrar el malentendido

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Beatriz Sarlo. Foto Sebastián Freire

Beatriz Sarlo y la “máquina cultural”

Ensayo-narración sobre algunos problemas centrales de la cultura argentina en el siglo XX.

El trabajo intelectual de Beatriz Sarlo se ha desplegado en el mundo editorial, el académico, las revistas culturales, la prensa de gran difusión, el periodismo televisivo. Ensayista y crítica de la literatura y la cultura contemporáneas, Sarlo ha analizado la quiebra de la figura del intelectual tal como cuajó en la década del sesenta. Esto no la ha llevado a renegar de la función de la crítica en el espacio de la sociedad sino a buscar nuevas formas de ejercerla. Así como estudia la situación del arte y el mercado en la sociedad argentina actual interviene en debates políticos en los que ha discrepado con el kirchnerismo y el macrismo. Si fuera posible trazar una línea de continuidad entre manifestaciones públicas tan diversas ella se sostendría en la voluntad de entender y la capacidad de enhebrar un pensamiento complejo y flexible, a un tiempo consecuente con sus premisas y claro en su discurso.

Raymond Williams, Roland Barthes, Walter Benjamín constituyen el núcleo duro de su formación, centrada en la reflexión, siempre renovada, sobre las relaciones de la literatura, más ampliamente el arte, y la sociedad. Dueña de un estilo y con una destreza narrativa encomiable, Sarlo ha probado a lo largo de sus ensayos diversas formas de plantear los problemas que le interesan. Recién se ha reeditado La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas, publicado por primera vez en 1998. En este libro Sarlo afila su capacidad de hacer crítica narrando, lo que le permite mirar en cercanía y sin complicidad los asuntos que trata.

TESTIMONIOS, PROTAGONISTAS.

 En un libro anterior, Escenas de la vida posmoderna. Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (1994), tal vez el más conocido de sus ensayos sobre la cultura y la ciudad, Sarlo se había lanzado a describir su presente contando algunas "escenas" que le permitieran captar y comprender la sensibilidad posmoderna. El procedimiento es similar en La máquina cultural aunque la perspectiva es más personal y más amplio el espectro temporal: elige contar tres historias "de maestras, traductores y vanguardistas" que, sin ánimo exhaustivo, recorren el siglo XX desde sus inicios hasta la década del setenta. Son calas en una modernidad que Sarlo ha tratado desde múltiples perspectivas en el conjunto de su obra. Arma estas narraciones a partir de testimonios de los protagonistas y un amplio archivo manejado con rigor y soltura.

La primera es la historia de Rosa del Río, una hija de inmigrantes que pudo salir del círculo de la pobreza familiar gracias a su empeño en formarse como maestra y al ejercicio tenaz y fervoroso de su profesión. "La cartilla de lectura de primer grado era el único libro que había entonces, en 1889 o 1890, en mi casa": así empieza su relato. Gracias a los libros de la escuela la futura maestra entiende que hay otro mundo, dotado de una densidad material y simbólica muy distante del suyo, marcado por las carencias de su casa y su barrio. Entiende la lectura como una necesidad pues es la única herramienta capaz de transformar los estrechos límites de su condición. Será maestra y llegará a ser directora y ejercerá su labor con empeño, convencida de la importancia de la enseñanza para cambiar el destino de los que nada tienen. Cometerá un acto de exceso, un abuso disciplinario, que no percibirá como tal. Resuelve tomar la medida higiénica de rapar a algunos de sus alumnos de manera pública e inconsulta sin considerar en ningún momento que podía estar humillándolos y vulnerando sus derechos y los de sus familias.

La segunda narración abandona la primera persona. En ella Sarlo cuenta la historia de Victoria Ocampo, centrada en su labor como traductora de lenguas y de culturas. Nacida en la opulencia material e incapaz de satisfacerse en el estrecho horizonte mental de su clase social, Ocampo se volvió una viajera entre países, artistas, literaturas, además de una escritora y una hacedora de proyectos de gran peso en la cultura argentina. Sarlo narra algunos episodios conocidos de su vida que ponen en escena un malentendido que ella con todos sus dones (formación, inteligencia, conocimiento de lenguas, poderío) no logra comprender: los inconvenientes, las torpezas, las imposibilidades de la traducción entre las culturas asimétricas del primer y el tercer mundo.

El tercer relato se concentra a fines de 1970. La censura y la amenaza de cierre del Instituto de Cinematografía de la Universidad del Litoral "donde todavía sobrevivía la épica documentalista y social de Fernando Birri" provoca una gran asamblea-congreso en Santa Fe a la que asiste un grupo de cineastas de Buenos Aires que, desde un miércoles en que son invitados a participar hasta el sábado siguiente en que deben partir hacia el congreso, realizan la proeza de filmar y editar una serie de cortos vanguardistas en apoyo a la escuela de cine en peligro. Como los cortos se perdieron, Sarlo reconstruye el contenido de lo filmado a partir del testimonio de quienes lo hicieron. Narra con gran pericia el desencuentro mayúsculo entre los vanguardistas porteños y los grupos de izquierda que discutían en la asamblea. Los cineastas de Buenos Aires "habían viajado para mostrar películas que afirmaban la especificidad estética del discurso cinematográfico, incluso cuando se trataran temas completamente políticos". El enfrentamiento, la trifulca que se armó, el enorme malentendido, da cuenta del agotamiento en ese momento de una conexión posible entre la experimentación estética y la política.

EL DIBUJO DEL RELATO.

El último capítulo del libro, el más breve, está dedicado a explicar el sustento conceptual de las tres historias narradas. Sarlo dice que intentó mostrar "el funcionamiento de la máquina cultural, que produjo ideas, prácticas, configuraciones de la experiencia, instituciones, argumentos y personajes. No es una máquina perfecta, porque funciona dispendiosamente, gastando muchas veces más de lo necesario, operando transformaciones que no están inscriptas en su programa, sometiéndose a usos imprevistos, manejadas por personas no preparadas especialmente para hacerlo". No explica de dónde proviene la idea de la "máquina cultural": es una metáfora conceptual que le permite, a partir de la figuración de un sistema productivo con cierto grado de autonomía de quienes lo manejan y usan (¿así puede interpretarse la "máquina"?), señalar los desvíos, las incongruencias, los caminos frustrados o perdidos, los resultados no programados. En el cruce de la dimensión macro de la sociedad y la cultura el detenerse en algunos individuos (Rosa del Río, Victoria Ocampo) y en un acontecimiento (la asamblea de los cineastas y el enfrentamiento) hace posible un acercamiento rico, seductor, cargado de matices a algunos de los problemas centrales del siglo XX de una sociedad periférica como la Argentina. Sarlo explica también que "cada episodio debió encontrar su tono" y que cuando este "apareció" tuvo "la impresión de que empezaba a comprender la historia a través del dibujo que tomaba el relato". Esta actitud de escucha y el librarse al juego de la escritura, aunque dirigido previamente por intereses determinados, prepara a su ensayo-narración para develar lo menos obvio, lo que el lenguaje dice y oculta a un tiempo, lo que se olvida personal y socialmente y es necesario entender por qué.

LA MÁQUINA CULTURAL. Maestras, traductores y vanguardistas, de Beatriz Sarlo. Siglo XXI, reedición 2017. Buenos Aires, 206 págs. Distribuye América Latina.

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