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Memorias desde el jardín

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Luis Alberto Spinetta. Dibujo de Ombú

La vigencia del Flaco Spinetta

Historia del grupo de rock argentino Invisible y de su alma máter, el Flaco.

Dibujo de Ombú
Tigres en la lluvia

Cada año que pasa desde la muerte de Luis Alberto Spinetta, conocido como El Flaco, ocurrida el 8 de febrero de 2012, parece reafirmar y agrandar su figura. Igual que los buenos vinos de guarda, necesitó el paso del tiempo para que se lo apreciara en su real valor y dimensión. Protagonista de los orígenes del rock argentino, Spinetta nunca fue un artista fácil. Sus letras, con influencias claras de la poesía surrealista y de autores como Rimbaud o Antonin Artaud —al que dedicó uno de sus mejores álbumes—, podían sonar herméticas para algunos pero, poco a poco, se transformaron en parte esencial de su obra. Sus cambios, que enriquecieron su música mediante la variedad de estilos que abordó, la fidelidad a sus principios y su rebeldía por no ser uno más ni subordinarse a las exigencias del mercado, lo fueron ubicando en un lugar de privilegio en la música del Río de la Plata. Un artista que una vez dijo: “el mercado es para el mercachifle”.

Paradójicamente no se han publicado demasiados libros de y sobre el Flaco. Hay que mencionar su libro de poemas Guitarra Negra (1978) o Spinetta: crónica e iluminaciones (1988) biografía hecha en conjunto entre el músico y Eduardo Berti o la más reciente Una vida hermosa (2015) de Miguel Grinberg. En 2017 se publicaron al menos cuatro trabajos sobre la vida y carrera del músico: Tu tiempo es hoy de Julián Delgado, sobre “una” historia de Almendra (como expresa el autor), Spinetta – Mito y mitología de Mara Favoretto, Spinetta: el lector Kamikaze de Juan Bautista Duizeide, que estudia las influencias literarias del músico y Tigres en la lluvia. La aventura de Invisible en El jardín de los presentes, de Martín E. Graziano sobre la vida de Invisible, en especial su último álbum.

El Flaco Spinetta nació el 23 de enero de 1950. Su padre, Luis Santiago, era cantante de tango. El hechizo del olor a madera de las guitarras al salir de los estuches y las esperas junto a una vieja radio, tipo catedral de madera, para escuchar a su viejo cantar en radio El Mundo, son pistas para entender la fuerza con que creció su pasión por la música. A ese amor temprano le unió su fascinación por la literatura y el dibujo. Compartía esos gustos con Emilio Del Guercio, compañero del colegio secundario al que también concurría un joven algo mayor llamado Edelmiro Molinari. Noche a noche, junto a su amigo Del Guercio, se emocionaban hasta las lágrimas al escuchar la media hora dedicada a Los Beatles en el programa Modart en la noche. Compuso varias canciones y bastó que conocieran a un joven baterista un poco mayor que ellos, Rodolfo García, para que en 1968 la historia de la música argentina cambiara para siempre.

COMIENZO DEL CAMINO.

Luis Alberto Spinetta, junto a Rodolfo García, Emilio Del Guercio y Edelmiro Molinari, formaron Almendra. Una banda con gran influencia de Los Beatles, que revolucionó al rock argentino con su primer álbum de 1969. El genio del Flaco sobresalía. Se transformó en líder y autor de la mayoría de las canciones. Su incontenible impulso creativo se transformó en un escollo para Almendra y las sucesivas bandas que integró lo que, por épocas, le generó un sentimiento de culpa. Quiso componer lo que hubiera sido la primera ópera del rock argentino pero el proyecto naufragó. Sus compañeros no lo acompañaban en su ritmo de creación. A fines de 1970, Almendra se separó dejando un álbum doble, Almendra II (1971). Años después una breve reunión de algunos recitales dio origen al disco El valle interior (1980).

Tras la separación de Almendra, tuvo el deseo de ser un bajista que tocara blues, en el fondo del escenario. Tuvo un paso fugaz por La Pesada del Rock and Roll, para la que compuso el tema “El Parque”, tocó el bajo en Tórax, con Edelmiro Molinari, Carlos Cutaia y Héctor “Pomo” Lorenzo, pero su segunda banda trascendente fue Pescado Rabioso. Integrada por el baterista Juan Carlos “Black” Amaya, el bajista y guitarrista Osvaldo “Bocón” Frascino, luego sustituido por David Lebón, y el tecladista Carlos Cutaia. Pescado Rabioso tuvo una corta y luminosa vida de 1971 a 1973. La banda sacó el costado más roquero del Flaco aunque luego reconoció que el grupo se fue “almendrizando”. Editaron los álbumes Desatormentándonos (1972), el doble Pescado Rabioso 2 (1973) y comenzaron las diferencias entre los integrantes de la banda. La mayoría quería hacer un blues simple mientras el Flaco tenía canciones casi prontas que iban en otro rumbo. La banda se separó pero, por temas contractuales, el Flaco sacó un último disco, Artaud (1973), bajo el nombre Pescado Rabioso con esos temas. Acompañado apenas por dos ex Almendra, Emilio Del Guercio y Rodolfo García, más su hermano, el baterista Carlos Gustavo Spinetta, demostró hasta dónde llegaba su creatividad. En 2007, un grupo periodistas y personas allegadas a la música, votó a Artaud como el mejor álbum de la historia del rock argentino en una encuesta realizada por la revista Rolling Stone. En un documental reciente, “Black” Amaya reconoció que cuando escuchó el disco se “quería matar”.

EL CAMINO VISIBLE.

En la primavera de 1973, Spinetta volvió a congregar a sus seguidores en el Teatro Astral. El público poco sabía de ese trío en el que lo acompañaban el bajista Carlos Alberto “Machi” Rufino y el baterista “Pomo” Lozano. Desde ese primer recital se entendió que Invisible era diferente a Pescado Rabioso. Un alejamiento del rock duro, algo de jazz, interacción entre los tres músicos con largos pasajes instrumentales. Parecía que Spinetta buscaba un punto de equilibrio entre los mundos de Almendra y Pescado. Hubo un intento del Flaco en privilegiar la idea de grupo sobre su inspiración personal. Desde el primer simple que sacaron, “Estado de coma” y “Elementales Leches”, la autoría de los temas era acreditada a Invisible lo que pasó a ser una norma. “Machi” recuerda que Spinetta quería mimetizarse con los miembros de la banda y lograr un proyecto colectivo sobre las individualidades. El contrato con la discográfica fue firmado por los tres y el Flaco se negaba a dar entrevistas en solitario. El bajista reconoce que las canciones eran, casi en su totalidad, de autoría exclusiva de Spinetta y cuando le mostró algún tema propio le costó disimular la vergüenza que sentía. Invisible quería ser un proyecto nuevo, que no se pareciera a los tríos de la época. Un sonido con menos distorsión y “una cosa más aleatoria” al decir de “Pomo”. Editaron tres larga duración: Invisible (1974), Durazno sangrando (1975) y El jardín de los presentes (1976). En los dos primeros la formación era un trío y en el tercero se transformaron en cuarteto. En Tigres en la lluvia. La aventura de Invisible en El jardín de los presentes, Graziano hace un pormenorizado estudio de la obra de Invisible. Hay que agradecerle que, pese a ser un libro que encara el estudio del último disco de la banda, no se limite a ese punto y que logre un acertado relato del entorno, la historia y razones para que el grupo lograra, en ese año 1976, su mejor trabajo. Con escritura amena pero no exenta de profundidad, Graziano relata lo que pasaba en Argentina, y en el rock, en 1972 hasta llegar a la conformación de Invisible un año después. Luego estudia el camino transitado por ese trío que en 1976 agregó al joven y virtuoso guitarrista Tomás “Tommy” Gubitsch que tenía dieciocho años cuando ingresó a la banda. Los dos álbumes iniciales, Invisible, cuya duración excedía a los vinilos tradicionales y que salió acompañado de un simple, y en especial Durazno sangrando, álbum conceptual de cinco canciones inspirado en lecturas sobre el taoísmo y la meditación, son imprescindibles para entender esa culminación, y a la vez final de la banda, llamado El jardín de los presentes. El ingreso de Gubitsch no fue casual. Al virtuosismo del joven se sumaba su pasado de jazz y tango; a los dieciséis años ya había tocado con el bandoneonista Rodolfo Mederos. El estudio que hace Graziano del último álbum, y de lo que este provocó, es impecable. Eran tiempos en que, luego de surgir como un movimiento que criticaba y se oponía a las generaciones anteriores, el rock se acercaba a otros géneros. Desde el tango, músicos de vanguardia como Astor Piazzola o Mederos miraban con simpatía a esos roqueros que, a su vez, estudiaban la posible mezcla de estilos para lograr un resultado ecléctico e interesante.

FINAL Y DESPUÉS.

La llegada de Gubitsch fue un revulsivo que agravó la crisis. La relación entre el Flaco, “Pomo” y “Machi” no era la mejor. En ese momento, el ingreso de un nuevo músico podía afianzar a la banda o terminar de destruirla. Ocurrió lo segundo. Sin embargo, en algo que es usual en la música, de esa crisis surgió el mejor disco de Invisible y varios de esos temas permanecen como clásicos, ubicándose dentro de los mejores del rock argentino: “El anillo del Capitán Beto”, “Los libros de la buena memoria”, “Que ves el cielo”, “200 años” o “Las golondrinas de Plaza de Mayo”. Cuando el bandoneonista Juan José Mosalini subió al escenario para tocar como músico invitado en el primer recital que hicieron en el Luna Park, recibió un monedazo en la frente que lo hizo sangrar. La furia del Flaco hizo que alentara a Mosalini a que tocara todo lo que quisiera mientras decía al público “Hay que abrir las cucas, muchachos”.

“Pomo” no cree que el ingreso de Gubitsch haya determindo el final: “Luis tiene una conducta repetitiva a través de su historia…el compromiso, el desarrollo del compromiso, y si hay más que decir, uno más.” Ese “uno más” fue El jardín de los presentes, un epílogo luminoso. Una vez el Flaco se fue temprano de un ensayo, tuvo que volver y descubrió a los otros tres músicos zapando (improvisando) como un trío de jazz rock. Se sintió fuera de la banda. La etiqueta de “tango rock” le molestaba. Decía que no necesitaba de escarapelas o banderas para que su música fuera argentina. El nacimiento de su hijo, el agotamiento del proyecto, rispideces entre los integrantes, la reaparición de la figura del Flaco como líder y cara visible del grupo, apuraron la separación de la banda que ya había dejado de ser esa unidad proyectada en el comienzo. El próximo paso de Spinetta fue Jade, también integrada por “Pomo” a la que este define como “Invisible con teclados”.

El después de Invisible es una de las partes jugosas del libro. En especial la experiencia de Gubitsch, llamado por Piazzola para integrar su octeto electrónico con el que se fue de gira por Europa en 1977. El bandoneonista veía en su acercamiento al rock progresivo la oportunidad de atraer a los jóvenes. La gira dejó registros valiosos pero fue un desastre en cuanto a relaciones personales. Piazzola terminó peleado con los músicos con los que se comunicaba solamente a través de su hijo Daniel, integrante del grupo. El punto de quiebre ocurrió en un concierto de la gira europea, cuando el bandoneonista advirtió a los músicos que esa noche asistirían oficiales de la Embajada Argentina. “No hablen mal de lo que pasa en la Argentina, eso deteriora nuestra imagen en el extranjero”. Gubitsch y Caló, otro integrante del octeto, contestaron: “No criticamos ni al país ni a los argentinos, sino a la junta militar”. Durante la introducción que el guitarrista hacía en cada concierto de la obra de Piazzola “Libertango”, esa noche realizó una variación improvisada de “Hasta siempre, Comandante” canción de Carlos Puebla dedicada al Che Guevara. La cara de odio de Piazzola, aseguran, fue inocultable. Cuando disolvió el octeto, ya de vuelta en Buenos Aires tuvo una cena con el Dictador Rafael Videla donde calificó a esos músicos de “ególatras, drogadictos e izquierdistas”. Por años, Gubitsch no pudo volver a Argentina. El intento de mezcla de géneros, generaciones y egos, puede dar lugar a obras maravillosas y derivar en incidentes duros como los que se plantean, sin medias tintas, en esta investigación seria, bien documentada y mejor contada por Graziano.

TIGRES EN LA LLUVIA. La aventura de Invisible en El jardín de los presentes, de Martín E. Graziano. Ed. La Edad de Oro/Ed. Perro Andaluz, 2017. Bs. As.,183 págs.

Martín E. Graziano (n.1980) es autor de libros de ensayos, entrevistas y reseñas sobre temas culturales. Su pasión por el rock, la contracultura y el periodismo alternativo lo llevó a crear un seminario sobre todo eso en la Universidad Nacional de La Plata, donde antes obtuvo el título de Licenciado en Comunicación Social.

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