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El Mauricio Rosencof nuestro de cada día, llega hoy con sus memorias

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Mauricio Rosencof

Algo más que una caja de zapatos

El lector habitual de Rosencof, iniciado en la rosencofiana, quedará maravillado. El no iniciado, que llegó por casualidad, se pregunta por todo lo que el autor no dice.

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Los escritores de verdad escriben porque deben. Deber de necesidad y deber de deuda se confunden en la vida creativa de los individuos. El deber de necesidad es un misterio digno de las mitologías, y por cierto las más antiguas tienen destellos de eso que hoy se llama burdamente “creatividad”, cuando ésta ha sido impuesta a una persona, sea escritor, artista plástico o profeta. El segundo deber, el de deuda, tiene que ver con lo social. El escritor pertenece a una sociedad, se alimenta de la misma, la refleja (va aquí otro doble sentido) y la nutre. Algo, alguien, alguna divinidad con minúscula o mayúscula coloca a estos individuos entre nosotros, y lo demás es azar, trabajo y aguante de todos los involucrados —escritores, lectores y comentaristas. Los escritores son los chamanes de la tribu y como tales asumen una existencia que se presenta ante los lectores en una dupla inevitable: hombre y escritor.

El modernismo, y de manera más tajante su posterior pos—, nos enfrenta con mil y un casos, y el de Mauricio Rosencof no está fuera de la norma. Rosencof el hombre, o sea el chico del barrio, el uruguayo, el judío de una generación determinada, el líder tupamaro, el preso, el funcionario público, etc., ad Rosencofum, está entre nosotros. Rosencof el poeta, el escritor, sube al escenario, sale a la cancha, y se juega el derecho de ponerse la camiseta de la selección literaria.

Un escritor que ya ha recorrido ciertos caminos, acumulando lectores, estableciendo una presencia, e instalando su mitología personal trabajada y conocida. A los escritores les complace volver a sus mitologías, retomar hilos que saben que el público tiene entre sus dedos. Suele ser ésta, además, una manera de consolidar lo que no dicen, lo que evitan, lo que dejan vislumbrar y que les causa un tremor, algo que va del artista hasta la médula del hombre, ese tal Mauricio Rosencof residente en Montevideo, que paga su cuenta de luz y se queja del mal tiempo, como todos.

Rosencofiana

La caja de zapatos es un libro curioso. Hay dos formas de leerlo. Una, la que harán la mayoría de los lectores iniciados en la Rosencofiana, es la lectura que absorbe, sus capítulos cortos, como un índice de la obra del autor, una reiteración, reinterpretación y hasta una exégesis, a la buena manera judía, de elementos biográficos-literarios que aparecen a lo largo y a lo ancho de su obra anterior. La otra forma sería la de entrar a la Caja de Zapatos, y asumir la función básica de quienes toman las cucharaditas del jarabe mitológico que él nos acerca a los labios. Episodios, momentos, personajes, identidades, lugares —tanto abiertos como cerrados—, todo narrado entre un castellano poético pulido, la jerga del barrio, de la cancha y del estadio, y hasta unos trocitos de palabras privadas, del idish y de la casa. Como en una función del teatro idish o de vaudeville.

Rosencof nos presenta elementos de una identidad paradójica, por ser a la vez sólida y sumamente fragmentada. Esta lectura deja al lector perplejo, lleno de preguntas. ¿Qué más pasó en la cárcel? ¿Qué es lo que no nos está contando sobre la Shoá? Sí, pues, ese episodio erróneamente llamado “El Holocausto” (siempre con ese punzante artículo definido). Las cuentas abiertas son muchas, y el texto no las salda. Más bien deja abierta la posibilidad de otra caja de zapatos, de otra vuelta por el pasado, por los objetos, por la memoria.

El lector no iniciado, ajeno a la Rosencofiana, se pregunta una y otra vez acerca de todo lo que no está dicho. Y la respuesta está en que se trata de una caja llena de fotos, una carga agobiante e indispensable, y de un recorrido que ya está con la mirada puesta en el final. La memoria, el tiempo, el pasado perdido y recuperado, personajes, sentimientos, lugares, todos son manipulados con habilidad poética y con un gran placer a la hora de narrar. Así el autor se establece como un pícaro a la vez clásico y posmoderno, mostrando lo que escoge mostrar con su espejo de bolsillo.

La veracidad

El veterano lector de Mauricio Rosencof va a tener otro tipo de experiencia. La sospecha es que Rosencof quiere retomar su mitología literaria, su mundo interno poblado de fantasmas y duendes, y darle su interpretación. Se podría pensar en el término “legado” (en su versión anglosajona como legacy) que Rosencof estaría curando. A diferencia de una persona común, cuyas historias quedan entre quienes la han conocido en vida, un escritor sabe que lo que ha contado será releído e interpretado mil veces. Y lo que es peor: que todo lo que contó de si mismo, que se supone que está ligado a su vida biográfica “real”, será analizado buscando la “veracidad”.

Los lectores uruguayos que comparten trozos de vida y de mundo con Rosencof se conmoverán ante muchas de las paradas en la trayectoria de este escueto libro. Sensaciones agridulces de días largos de infancia, adolescencia y juventud respiran hondo en varios de los bellos textos que lo componen. El paseo por la memoria, tan esencial en la literatura del siglo XX hasta que casi se ha vuelto un clisé, está elaborado con plena consciencia para crear una atmósfera fresca, llena de humor y humanidad. Lo que se escoge cuidadosamente del entorno familiar termina conectando con experiencias de muchos que comparten origen y generación con el autor. En este sentido, Rosencof cumple dignamente su función de chamán de esa su tribu menguante que está dejando cajas de zapatos por tantas casas viejas. Los tiempos van cambiando: hay que volver a reverenciar a Proust, por si alguien lanza un suspiro de cansancio posmoderno, como también hay que explicar qué es un kapo, quiénes fueron, hace casi ochenta años.

La caja de zapatos es un libro corto cuyo texto poético ocupa casi la mitad del tomo. La segunda mitad contiene un estudio crítico, “Fuèik, Rosencof y la caja de zapatos”, fruto de una investigación minuciosa de la profesora Leticia Collazo. El viejo lector de Rosencof encontrará en el estudio muchas referencias culturales eruditas, apuntes intertextuales y los resultados exegéticos. Es un trabajo hecho con esmero y amor.

Por otro lado, el lector más general que llegó por casualidad al libro podría quedarse con la sensación que tanto el respetable estudio como sus resultados son una imposición. Como toda interpretación, trata de sugerencias. O sea, de otra caja de zapatos, que en este caso está llena de notas y referencias, aunque a veces exageradas en sus evaluaciones, pues llegan hasta Homero, como apuntando hacia el firmamento del canon literario para acomodar al autor. La obra de Rosencof merece respeto por su originalidad, pero un poco de humildad le haría más justicia.

LA CAJA DE ZAPATOS, de Mauricio Rosencof. Alfaguara, 2021. Montevideo, 220 págs.

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