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Lúcida confesión

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Sándor Márai

El gran escritor ocultó estos textos por pudor, por considerarlos una triste acusación entre húngaros. Sin embargo aportan, entre otras cosas, claves para comprender el Holocausto en Hungría.

EL DULCE encanto de la decadencia suele ser un motor emocional formidable, y de esa energía se nutre la creación de Sándor Márai. Lo sabe este cronista uruguayo de ascendencia húngara, para quien todo lo magyar tiene una cercanía desesperante. Por eso siempre le costó horrores leer a Márai, ese escritor húngaro famoso de entreguerras que la Guerra Fría ocultó durante cincuenta años pero que el mundo convirtió en celebridad a partir de los 80, apenas después de fallecido. Los libros de Márai colmaron las librerías montevideanas en los 90. "¿Leíste a Márai? Es brillante…" fue la frase que más escuchó en la calle, en la playa, de boca de sus amigos o conocidos. La respuesta, siempre, era un tartamudeo vacilante, algo que el interlocutor percibía con incomodidad e incredulidad.

Tardó 20 años en exorcizarlo. Ocurrió con Liberación, la novela que retrata el asedio de Budapest de 1944 desde el punto de vista de una mujer joven que, como tantas, esperaba al soldado invasor con terror, pues su llegada era sinónimo de violación y quizá de muerte. Alberto Manguel, a su vez, lo empujó a leer sus diarios. En las primeras páginas de ¡Tierra, tierra!, Márai retrata una última cena familiar en la misma noche del fin de los tiempos cuando Hungría, aliada de los alemanes, se va quedando sin opciones, y ve cómo el ejército soviético llega a sus fronteras. Es un evento conmovedor, de alcance universal por donde se lo mire. La identificación emocional con los protagonistas es instantánea. Hasta la discusión sobre política —el clímax de la reunión— es de una cercanía incómoda. Quien no haya discutido alguna vez de política en una reunión familiar con un pariente radical, que levante la mano. Pero hay un detalle significativo: ese pariente de Márai era nazi.

¡Tierra, tierra! es la tercera parte de los diarios que Márai llamó Confesiones de un burgués, escrito en los años 40, y que recién vio la luz durante su exilio occidental (se publicó en Toronto en 1971; Márai prohibió que se publicaran en Hungría mientras quedaran soldados rusos ocupándola). De esa tercera parte Márai quitó varios capítulos que quedaron inéditos. No quería que esos textos llegaran al público extranjero. "No quiero que lean esta triste confesión, esta acusación entre húngaros" señaló con pudor en sus diarios. Esos inéditos llegan ahora en español bajo el título Lo que no quise decir y son, como el propio autor había advertido, una acusación lúcida, tremebunda, de traición entre hermanos.

En Lo que no quise decir no importa tanto la inminente aniquilación del modo de vida burgués como las complicidades en ese destino. Por ejemplo la simpatía abierta de la clase media húngara por los nazis, algo que muy pocos están —todavía hoy— dispuestos a aceptar. O el rol facilitador de la clase media urbana en el rápido proceso de deportación de judíos húngaros hacia los campos de exterminio nazi, comandado por Eichmann. O el papel humanitario que jugó gran parte del campesinado o cierta aristocracia húngara, ocultando a muchos judíos de ese destino mortal. O las razones últimas, jamás explicadas, nunca bien entendidas, del generalizado antisemitismo europeo de entreguerras, algo que todavía se trata de comprender, sin éxito.

Por ese mar de excremento moral navega, lúcido, el escritor. Lleva al lector de la mano por esa democracia renga donde reina la perplejidad y la estupidez, y lo hace con la naturalidad de los grandes, de los maestros, esos que saben tomar la distancia justa a la hora de registrar los detalles del fin de los tiempos.

LO QUE NO QUISE DECIR, de Sándor Márai. Salamandra, 2016. Barcelona, 160 págs. Distribuye Gussi.

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