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Los niños en la guerra

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Svetlana Alexiévich
DANIEL ROLAND

Fueron testigos directos de la orgía criminal nazi en su propia tierra, y viven para contarla a una autora sensible a un amplio abanico de tonos y registros.

Los niños son los últimos testigos. Es una afirmación biológica y elemental, como muchas cosas desapercibidas, recuperada por Svetlana Alexiévich de los testimonios que narran la invasión nazi a la Unión Soviética por el relato de los sobrevivientes que entonces tenían entre 2 y 12 años. Se calcula que murieron trece millones de niños durante la Segunda Guerra Mundial y en los orfanatos de Bielorrusia sobrevivieron veintisiete mil. Un centenar de ellos ofrecen su memoria en este libro.

De las 290 ciudades del país en junio de 1941, fueron arrasadas 209. Bielorrusia perdió aproximadamente un cuarto de su población bajo una campaña de exterminio que convirtió a la región en la más castigada de la Unión Soviética. La memoria de aquellos niños es elocuente y Alexiévich la da a conocer sin otro agregado que una cita de Fiódor Dostoievski. Naturalmente, como en otros libros, su trabajo ha sido la investigación, la selección sensible y el pulido de los relatos, con la inteligente decisión de no interferir en la percepción de la lectura. Su silencio es el eco sin sonido que atraviesa los testimonios en dos dimensiones: la del niño que vivió la guerra y la del adulto que la recuerda, de modo que la suma de esas dos voces superpuestas convierte a la memoria en un cuento que no necesita añadidos ni artificios para completar su emoción.

Un testimonio detrás de otro es presentado por una frase expresiva y entrecomillada, el nombre del protagonista, la edad que tenía entonces y su ocupación a fines de los años ochenta, cuando Alexiévich lo entrevistó. El libro carece de capítulos y entrelaza experiencias diversas en medio de la aniquilación masiva de familias y pueblos. En la mirada de los niños la familia ocupa el centro inmediato de los relatos. No solo han visto morir a sus padres, hermanos y abuelos de las maneras más atroces, sobrevivieron a la dislocación de los amparos, los edificios, los cuerpos, los olores, los sonidos, las visiones, los llantos, en medio del hambre absoluto, la crueldad y el absoluto azar. No hay en estos relatos otras secuencias de enfrentamiento bélico que breves referencias a los campamentos de la resistencia en los bosques. Narran el exterminio, la huida en las carreteras bajo la metralla de los aviones, la sobrevivencia en los pantanos, la solidaridad, las confusiones, el ambiguo refugio de los orfanatos bajo la vigilancia de los nazis (alimentaban a los niños más sanos para usarlos de bancos de sangre y hacer transfusiones a sus heridos). En conjunto, ofrecen un fresco de la demencia masiva bajo el resplandor de una orgía criminal, que más de medio siglo después puede pensarse como la experiencia más cercana a las ceremonias del infierno concebidas por la humanidad.

Un testigo dice que nunca conoció tanta generosidad como entonces, cuando cualquier desconocido compartía sus mendrugos de alimento con los necesitados, otro narra el llanto de la familia cuando los alemanes se llevaban sus animales y el llanto de los partisanos cuando una noche les quitaron la única vaca que les quedaba, todos desgarrados por las obligaciones de la guerra. Una mujer narra la culpa de haberse comido los últimos terrones de azúcar que podrían haber salvado a su madre, y otra la experiencia atroz de ser obligada a sonreír mientras presenciaba el entierro de su familia (la madre muerta con los senos cortados y sus hermanitos desgarrados por las fauces de los perros), bajo la amenaza de ser fusilada si derramaba una lágrima. Romper Bielorrusia, su espíritu y su conciencia fue parte del mismo plan.

Estos testimonios recuerdan el dolor de la Gran Guerra Patria, así llamaron los rusos a la invasión nazi que duró cuatro años y finalmente consiguieron derrotar. Pero también abren un mar de preguntas sobre la condición humana que Svetlana Alexiévich ha sabido desplegar con la encomiable templanza de escuchar a sus entrevistados y desplegar sus historias en un abanico de tonos y registros que muestran la vida sensible en las fiestas de la muerte. El resultado es un libro tremendo, sencillo, descarnado, que devuelve la imagen más feroz del hombre y las formas personales de sobrellevarla.

ÚLTIMOS TESTIGOS. LOS NIÑOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, de Svetlana Alexiévich, Debate, 2016, Barcelona. 334 páginas. Distribuye Penguin Random House.

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