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El licenciado negro que pocos querían

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Jacinto Ventura de Molina

Luces y sombras de un afrodescendiente libre y letrado que vivió al final de la colonia y durante la independencia del Uruguay, en plena esclavitud.

El libro Cultura letrada y etnicidad en los manuscritos de Jacinto Ventura de Molinade Alejandro Gortázar (Montevideo, 1976) es una adaptación de la tesis doctoral del propio Gortázar, quientrabaja desde hace más de una década en el aporte de la colectividad negra a la cultura uruguaya, y en particular sobre Jacinto Ventura de Molina (Río Grande, 1766–Montevideo, 1837-1841?), más conocido como el “licenciado negro”.

Tres tomos de manuscritos, unas mil páginas, se conservan de Molina en la Biblioteca Nacional de Montevideo. Negro libre, sirvió junto a sus padres biológicos a su tutor blanco, Don José Eusebio de Molina, brigadier español que lo educó y enseñó a leer y escribir, frontera peligrosa de cruzar para un negro de esos días. Fiel a su mentor, fue instruido en la carrera de las armas –según qué fuentes se consulten fue sargento o teniente de milicias negras– y se mantuvo católico y monárquico, aunque tras 1830 se adaptó a la República, que lo nombró defensor de negros, validando el título de “licenciado en reales derechos” que le habría expedido Lecor (Molina vio la dominación lusobrasileña como una restauración monárquica).

Molina sufrió las burlas de los letrados blancos. Puede verse en un par de poemas anónimos que cita Gortázar el texto satírico que el pintor Juan Manuel Besnes e Irigoyen (San Sebastián, 1777–Montevideo, 1865) añadió a un grabado en que lo caricaturizaba, y en la caracterización de personaje risible que Don Isidoro de María (Montevideo, 1815–1906) hace del licenciado en su Montevideo antiguo. Incluso algunos de sus protectores blancos fueron burlones y condescendientes con él. Es cierto que el estilo farragoso y enredado de sus escritos, la escasez de su repertorio de lecturas y su peculiar ortografía no hacen de la suya una gran obra literaria. Pero varios de los blancos que se burlaban de él no lo aventajaban.

La “ciudad letrada” –Gortázar usa este concepto de Ángel Rama con criterio personal– se asusta de la “máscara” blanca que se pone Molina, pese a sus sinceras declaraciones de sumisión. La reciente revolución negra ocurrida en Haití atemorizaba a las élites blancas y aún esclavistas. No debía ser nada tranquilizador que un negro saltase el muro de la escritura. La risa fue también una defensa ante el propio miedo. Y más cuando Molina, defensor de los Congos de Gunga, logró en 1834 que se les permitiera tener una casa donde reunir la “nación” y hacer sus bailes, prohibidos tras el conato de revuelta negra de Félix Laserna en 1833.

Son interesantes las relaciones que el autor establece entre los escritos de Molina y los testimonios de otros afrodescendientes del período, de habla hispana o inglesa. Deben atenderse sus consideraciones sobre la identificación de la comunidad negra con Ansina, en desmedro del monárquico Molina, y el rol de eterno cebador de mate al que el imaginario blanco ha confinado al asistente del Prócer. Gortázar da prolija cuenta de las publicaciones de militantes afro, cuya reivindicación de la negritud –y escasa o nula atención al “licenciado”– reconoce como disparadores de su propia labor.

Esta es una publicación académica. El lector común, sin embargo, verá recompensado el esfuerzo que le impondrá la relativa aridez de este texto, que arroja mucha luz sobre las relaciones entre negros y blancos en los años en que empezaba a conformarse la sociedad uruguaya.

CULTURA LETRADA Y ETNICIDAD EN LOS MANUSCRITOS DE JACINTO VENTURA DE MOLINA (1817-1840), de Alejandro Gortázar. Universidad de la República, 2017. Montevideo, 176 págs.

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