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Libre e irreverente

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Autorretrato, Hermenegildo Sábat (en Rebelde Ileso)

50 años de imágenes, acompañados por textos icónicos, ilustran -y explican- la trayectoria del gran caricaturista uruguayo.

HACE MUCHOS años, yo estaría cursando la secundaria, mi padre que manejaba un taxi en Montevideo, al llegar a casa me contó que esa noche había tenido una linda experiencia. Generalmente mi padre llegaba frustrado, abatido y refunfuñando. Pero esa noche había llevado hasta su casa y se había quedado charlando largamente con él, a un hombre "de lo más simpático" —cito a mi padre— y gran admirador de Gardel y de Troilo, los dos ídolos indiscutibles de mi papá, admiración que me transmitió desde entonces y para siempre. Este pasajero joven, simpático y tan tanguero como mi padre, lleno de anécdotas y buen conocedor de la música popular rioplatense se llamaba Hermenegildo Sábat. El nombre me quedó grabado. Años más tarde, cuando yo empecé a circular por los lugares donde se oía jazz en Montevideo, El Hot Club y la Peña del jazz, Menchi Sábat ya tenía una bien ganada fama de conocedor del jazz, era un dibujante conocido y ya escribía para el diario El País. Teníamos muchos amigos en común, algunos eran sus colegas en la redacción (Homero Alsina, Rodríguez Monegal, Taco Larreta, los Roldán) y yo, en cierto modo, ya me consideraba un poco amigo suyo, aun antes de haberlo visto nunca.

Con el libro Rebelde ileso, su autobiografía pictórica con trabajos de los últimos 50 años, se celebra una obra y un artista que a lo largo de su vida festejó a otros artistas que admira y que conforman su gran familia de elección: Troilo, Gardel, Armstrong, Pee Wee Russell, Ellington, Borges, Piazzolla, Toulouse Lautrec, Lester Young, Torres García, Juan Carlos Onetti, Charlie Parker, Pessoa y tantos otros. Todos contribuyeron a hacer, del hombre y del artista, lo que es; no hay dicotomía alguna en Sábat. Hay múltiples intereses en su vida, y todos confluyen.

RETRATISTA Y CARICATURISTA.

En términos poco rigurosos los géneros no están muy delimitados. Recordemos que la palabra caricatura viene del italiano, caricare, que significa "cargar", es decir, exagerar ciertos rasgos físicos de un individuo, no siempre con intención satírica o crítica, aunque a menudo sí. Existen muchísimos retratos en la historia de la pintura en los cuales el artista realza una característica sobresaliente de su modelo o la soslaya a propósito, que es también una forma de manifestarla. Paul Cézanne pintó 29 retratos de su mujer Hortense y la representó en todos con un rostro deliberadamente inexpresivo, una máscara insensible, hierática e impersonal como una de las tantas manzanas que pintó. Lo notable en esos retratos es justo la ausencia del detalle humano significativo. Los ejemplos contrarios son más abundantes: hay retratos de Van Gogh que están al borde de la caricatura, muchos retratos de Picasso son burlones y caricaturescos y están sus tremendos, últimos autorretratos de los años setenta, donde se representa a sí mismo como una máscara cadavérica, con ojos desmesurados, labios apretados y una inmensa nariz triangular. Goya pintó algunos retratos que están al borde de la burla: la Reina María Luisa, Fernando VII o Carlos III con caras de bobos o su amigo, Martín Zapater, con una nariz descomunal. Egon Schiele está siempre violando las fronteras de la representación y pensemos en el propio retrato de Schiele, pintado por Max Oppenheimer, donde se lo ve con unas inmensas manos inverosímiles que parecen garras. ¿Acaso el extraordinario retrato de Velázquez del Papa Inocencio X no tiene una enorme carica? Los rasgos están deliberadamente acentuados, la mano derecha tensa y casi crispada, la mirada desconfiada y aterradora. Velázquez busca y consigue una mayor penetración psicológica a través de la exageración de los rasgos físicos del temible prelado. Entre los artistas que sé que Menchi admira hay muchos cuya obra roza a veces la caricatura. Modigliani, Soutine, el mismo Toulouse Lautrec, sin olvidar a los expresionistas, Beckman, Ernst Ludwig Kirchner, Jawlensky, Kokoschka, Max Pechstein y otros.

Es cierto que en Sábat hay una división nítida entre su trabajo periodístico y sus otras obras que no responden a urgencias del momento. Pero no separaría tanto al dibujante del pintor. Quizás sus dibujos tengan una función más utilitaria y sus pinturas sean más libres; puede ser que dibujante y pintor duerman en camas separadas, pero comparten la habitación. Sábat, periodista gráfico, interpela e interpreta sintéticamente la realidad. Sus dibujos periodísticos constituyen una crítica de la actualidad en la actualidad. Son, también, un registro histórico fundamental. Se puede saber mucho de la historia reciente a través de los dibujos que Sábat publicó de dirigentes políticos. La pintura —por su lado— tiene otra relación con el tiempo, y aunque pueda estar anclada en más de un punto en el presente es, esencialmente, intemporal. Se ha comparado a Sábat caricaturista con Honoré Daumier. No lo veo así: Daumier representaba sobre todo categorías, arquetipos. Sábat representa individuos.

ARTISTA POR PARTENOGÉNESIS.

Siempre se declaró autodidacta. Su primera influencia, ha dicho, fue su abuelo y homónimo Hermenegildo, dibujante como él. Uno podría trazar una ascendencia que incluiría a muchos pintores, dibujantes e ilustradores famosos como Rowlandson, Hogarth, Blake, Tenniel, o su amigo y gran caricaturista Al Hirschfeld, que lo protegió y albergó durante su estadía en Nueva York, sin olvidar al gran Jean Dubuffet. Tampoco debemos excluir a algunos artistas uruguayos que él admira: Barradas, Torres García (cabe recordar los retratos imaginarios de Torres, tan caricaturescos: Tiziano, Goya, Leonardo, Velázquez, Wagner y muchos otros). También a Pedro Figari. Sábat ama y conoce muy bien la obra de estos predecesores. Pero su influencia es más intelectual o espiritual que estilística. Como artista Menchi nació por partenogénesis.

La ironía en Sábat es fundamental como instrumento de exploración del mundo, necesariamente crítica, aunque abierta a la tolerancia. El juicio irónico reconoce en el otro a un semejante y no ignora la empatía. Sábat nunca es mordaz, ni corrosivo y mucho menos cínico. Es completamente distinto a Otto Dix o a George Grosz, por ejemplo. Puede sí ser duro y hasta implacable en sus dibujos, pero siempre es lúdico y está del lado de la vida. En la puja radical entre Eros y Tánatos, Sábat está firmemente alineado con Eros. En algunos de sus personajes —aun los sujetos políticos que se convierten en personajes— se perciben a veces rasgos simpáticos que redondean el perfil humano. Por ejemplo sus dibujos de Perón o de Menem. Su crítica suele ser sutil, a veces deliberadamente inocente en la forma, pero contundente y sin tapujos en su intención. Su compromiso es con la ética —artística, social y personal— y en eso Sábat no transige. Su humorismo es poético, algo evidente cuando pinta o dibuja a sus amigos Onetti, Torres, Troilo, Django Reinhardt y todos los demás, ese parnaso de personajes entrañables que son su mundo, su equipaje sensible e intelectual. Y lo hace con un afecto evidente, con gratitud y admiración.

Menchi Sábat es, y siempre ha sido, un hombre libre y un artista irreverente. Que todos esos dioses tutelares que lo rodean y protegen sigan haciéndolo por muchos años.

HERMENEGILDO SÁBAT, REBELDE ILESO, con textos de Sábat, María Elena Walsh, Miguel Briante, Graciela Esquivada y Ramiro de Casasbellas, entre otros. Planeta, 2016. Buenos Aires, 248 págs. Distribuye Planeta.

Autorretrato, Hermenegildo Sábat (en Rebelde Ileso)
Autorretrato, Hermenegildo Sábat (en Rebelde Ileso)
Luis Batlle Berres, por Hermenegildo Sábat (en Rebelde Ileso)
Luis Batlle Berres, por Hermenegildo Sábat (en Rebelde Ileso)
Jorge Luis Borges, por Hermenegildo Sábat (en Rebelde ileso)
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Portada de Rebelde ileso
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AUTOBIOGRAFÍA PICTÓRICA DE SÁBATJorge Mara

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