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El lado oscuro de Islandia entre el hielo y la lava

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Sombras de Reikiavik

Crímenes reales

Tienen el menor índice de criminalidad del mundo, pero esconden cosas muy oscuras. Islandia no es el paraíso que compramos.

Es un libro que sorprende desde el título, Sombras de Reikiavik. El doble caso que conmocionó a Islandia, y más cuando en la tapa se anuncia que fue la base para un documental recién estrenado en Netflix, Out of thin air. La foto de portada muestra un supuesto cadáver, y un área de reconstrucción de un crimen. La imagen y el título golpean porque esa no es la Islandia que conocemos, la sociedad ideal, igualitaria y de alto nivel de vida, la que se jacta de tener los más bajos índices de criminalidad del mundo, la que vive en un clima extremo rodeada de volcanes, viento, hielo y lava ardiente, la que fascina y recibe cada vez más turistas, la de la devastadora crisis bancaria del 2008 que llevó a los islandeses a una reacción ciudadana admirable para recuperarse del abismo, o la del majestuoso e impredecible registro vocal de la cantante Björk que da el marco adecuado para esos paisajes a la vez serenos y explosivos. Quizá la miniserie de ficción Trapped, la que consagró al policía islandés Andri Olafssun y que tiene fans por todo el mundo (va por su segunda temporada) podría haber minimizado la sorpresa y adelantado algo de esa otra Islandia, la oculta, pero no.

Eso es lo que cuenta el libro Sombras de Reikiavik del periodista inglés Anthony Adeane. Trata sobre dos desapariciones ocurridas en la década del 70, analiza todo el proceso posterior, el papel de la policía, la prisión de los supuestos asesinos, y el desenlace actual cuarenta años más tarde.

Una sociedad en crisis.

En 1974 desaparecieron dos hombres, Godmundur Einarsson y Geirfinnur Einarsson, sin parentesco entre sí. Islandia no estaba acostumbrada a ese tipo de desapariciones, era una sociedad que casi desconocía el crimen. Lo inexplicable de ambas llevó a la policía a buscar culpables, sobre todo en los márgenes de la sociedad, habitada por contrabandistas o gente violenta. En el eje de esos arrestos estaba Saevar Ciesielski y su pareja Erla Bolladottir, pero se sumarían varios compinches más. Los extensos interrogatorios terminaron en confesiones. Estos implicados afirmaban haberlos matado, pero los relatos diferían, no concordaban, y la confusión reinaba. Había confesiones e infinidad de detalles pero no había pruebas materiales (los cuerpos nunca aparecieron). La policía y el poder judicial, en su desesperación por cerrar un caso que tenía a toda la sociedad islandesa al borde de la histeria, de la paranoia total, los llevó a pedir ayuda en Alemania. Se hablaba ya de crisis política. Les mandaron un policía de alto perfil, Karl Schütz, que nunca había resuelto un caso criminal, solo manejado casos políticos. Con férrea voluntad germana “uniformizó” las confesiones. Con el caso armado, la justicia condenó a prisión a varios de los implicados. La policía festejó; los islandeses respiraron aliviados. El asunto parecía zanjado, pero no.

Tras cumplir sus penas, los supuestos asesinos comenzaron a rever su situación, sobre todo por la presión social, el señalamiento, el dedo acusador en la calle por parte de cualquier transeúnte, en un café, en el sauna, en cualquier lado. Era una comunidad que necesitaba estigmatizar a los malditos, sentirse buena e inocente. Cuando una comunidad desplaza la culpa… ¡cuidado! El que más trabajó contra eso fue Saevar. Con ayuda armó el caso para demostrar que todas las confesiones habían sido extraídas bajo condiciones de tortura, que las contradicciones entre las declaraciones eran increíbles, y que las pistas aportadas por los principales informantes no tenían una base real, ni fueron verificadas. Un primer intento en la década del 90, buscando la anulación del caso ante el poder judicial islandés, fracasó. Eran, todavía, los mismos jueces que los habían condenado. En 2017, cuando Saevar ya había fallecido, una nueva apelación ante la justicia llevó a la revisión de los casos, lo que tuvo para muchos un sabor a exoneración. Cuarenta años más tarde un sector importante de la sociedad islandesa comenzaba a darse cuenta de los errores, de lo que significaba tener una policía sin preparación, de lo fácil que era contaminar una investigación cuando la histeria y los rumores se adueñan de una pequeña comunidad.

Cultura vikinga

Islandia tiene algo más de 300 mil habitantes, diez veces menos que Uruguay. Su población carcelaria ronda los 150. La mentalidad isleña, marcada por una historia de invasiones crueles, fue cimentando esa cultura de aislamiento y autoprotección. Una cultura construida sobre mitos, por ejemplo el de la autosuficiencia, y también el de la superioridad, que tiene mucho de racial. Saevar, por ejemplo, era descendiente de polacos, un extranjero sospechoso. Su pareja Erla, cuando volvió del extranjero para ayudarlo en la revisión de los casos, se expuso ante los medios de prensa, sobre todo ante periodistas que todavía no aceptaban la posibilidad de que la policía los hubiera coaccionado, y de que eran inocentes. Aceptarlo significaba que la comunidad no era segura, y las cosas no iban tan bien, dos convicciones profundamente arraigadas. Erla comentó: “De repente resulta que las autoridades son los malos y nuestra pequeña familia islandesa se niega a asumir que incluso aquí somos humanos”.

Resulta notable, a su vez, cómo el británico Adeane establece un paralelismo entre la cultura que procesó las dos desapariciones, y la que puso al país al borde del abismo durante la crisis financiera del 2008. La descripción del accionar de los bancos y los banqueros islandeses, que hasta la crisis eran una de las estrellas rutilantes del mundo financiero (conocidos como los “vikingos del capital de riesgo”), es breve y didáctica, y deja en evidencia lo que ya sabemos: el temor profundo a investigar un poco más, decir la verdad, y enfrentar las consecuencias. Quizá este virus, el de la codicia, afectó por igual en 2008 a Londres, Nueva York, San Pablo, Hong Kong y Reikiavik. Pero los bancos islandeses habían pedido prestados más de 250 mil dólares por cada islandés, tenían que devolverlos, y nadie estaba dispuesto a salvarlos, algo que sí ocurrió en otras partes. La revolución ciudadana de indignación hacia sus propios banqueros y dirigentes (era habitual que el Primer Ministro, al retirarse, pase a presidir el Banco Central) fue profunda y radical, y comenzó a cambiar las cosas.

Cuenta Adeane que mientras estaba acompañando la realización del documental, al comentarle a los islandeses que estaba investigando el tema de las dos desapariciones ellos respondían con esa media sonrisa que esconde una amargura. Saben que la popularidad de Islandia crece día a día, pero que eso también acrecentó el interés por una historia que destruyó decenas de vidas. Un lugar nos puede fascinar pero siempre, en algún punto, intentaremos entenderlo.

SOMBRAS DE REIKIAVIK

El doble caso que conmocionó a Islandia, de Anthony Adeane

 RBA, 2019. Barcelona, 312 págs. Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria. Distribuye Océano.

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