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Invisible

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Eduardo Milán

POÉTICAS

La poesía, que tanto se ajustó al ver, tiene algo de invisible

Poesía, invisibilidad. Del poeta, de la poesía entre estar y no estar. No es la muerte del lenguaje poético ni de la poesía en el lenguaje. Hay un decir invisible en el decir poético. Un no se ve qué quedan balbuciendo. Una parte no-ver de lo que se dice. Pero es un deseo de invisibilidad, ahí el poeta y la poesía se juntan en el poema. Ahí hay una actitud de desear, una voluntad. Lo que hay de imperceptible en el decir es un lugar del inconsciente. Pero lo que hay de invisible es un lugar del deseo que recorre la poesía contemporánea. Si "para no estar hay que estar en todas partes" (Virilio) es un deseo-pan, decir pandeseante que se pasea por una frontera marcada entre el ver y el no ver. El deseo de invisibilidad lleva a la desaparición. ¿De veras? En el sentido que conduce a la desaparición, que la lleva a ella, le indica cómo, por dónde, de qué manera. Decir con desaparición. Estar y no estar del ver en lo que se dice en lenguaje. Diría que el lenguaje poético es también eso, la parte retaceada del lenguaje poético. Hay una poética del decir todo lo que se ve, lo que se habla, lo que se es, y una poética del no decir parte de lo que se ve: poética del invisibilizar en parte. La poesía, lenguaje que tanto se ajustó al ver, tiene algo de invisible. Es por ese invisible que salta a rima, a resonancia y a vibración.

Aquí es necesario traspasar la frontera: pasar a lo concreto. No hay una desesperación mayor para un amante de la poesía sea virgen, casada o enteramente disponible que la abstracción. Estoy en ese bando de pájaros migratorios, exiliados de sus nidos de origen, de sus ramas de paso, de sus hojas de cubrir. Salir de la tierra "de origen", Uruguay de mi candombe, irse por las ramas, cubrirse con la página invisibilizarse en ella. Uno de los deseos que cumple la desaparición del yo es el antiguo deseo de una desaparición. Pero la desaparición necesita sonido, imágenes. Desaparecer en el sonido. Hacerse invisible en la imagen. Desde cuando vivía en Bulevar Artigas empecé a sentirme invisible. Cuando en 1973 vi a mi padre aparecer por televisión en un comunicado de las Fuerzas Conjuntas señalado como subversivo, sedicioso, delincuente, su rostro abierto al mundo sin ninguna máscara posible, ni la habitual que usa el presidente, la vecina, el amante y la amada en el momento de mayor dilatación, casi piel, de la máscara a pura cara, a pura crudeza, el no-rostro, la carne vida de la cara que casi se parece al ser. El poema desea que el yo desaparezca. Beneficio: la materialidad del lenguaje. La plasticidad del lenguaje. Sus grados de iconicidad. Los íconos medievales eran anónimos. Pero eran religiosos, bellos y obedientes. Después de octubre del 17, una nueva iconicidad gana la calle: la obrera, fuerte, instrumental, futurista. Fea por gris. Fea por uniformada.

Resto del siglo, al agujero se le cae el corcho, un resplandor tan blanco que borra en parte lo que hay para ver. Los que seguimos todavía seguimos una senda que termina en tatú.

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