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La infancia de los dictadores

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Hitler

Lo que hicieron de chiquitos

Cómo influyó la infancia de Hitler, Pol Pot, Stalin o Mussolini en los desastres que perpetraron en su vida adulta.

En un curso brindado en el Collège de France entre enero y marzo de 1975, y publicado luego bajo el título Los anormales, Michel Foucault analizó el surgimiento de la psiquiatría en la segunda mitad del siglo XIX no en su carácter de ejercicio médico sino en su función de práctica forense. Se necesitaba explicar la existencia de algunos “monstruos” que asediaban la cotidianidad burguesa y positivista, y se echó mano a una estructura teórica que permitiera delinear una genealogía de estos individuos, tratando de evitar toda responsabilidad social. Es el mismo mecanismo que seguimos aplicando hasta el día de hoy cada vez que tratamos de abordar la personalidad de un asesino serial: algo, allá lejos y en su más remota y acaso olvidada infancia, y no en la disfuncionalidad vincular de estos tiempos de los que somos protagonistas, ofició de detonante de una personalidad capaz de cometer los más terribles crímenes.

Esa misma estrategia aplica Véronique Chalmet, novelista, biógrafa (entre otras de las cantantes Billie Holiday y Adele) y periodista francesa especializada en criminología y psicología, solo que en este libro, La infancia de los dictadores, se aboca a una serie de gobernantes caracterizados por su brutalidad. Por estas páginas desfilan Pol Pot, Idi Amin Dada, Iósif Stalin, Muamar el Gadafi, Adolfo Hitler, Francisco Franco, Mao Zedong, Benito Mussolini, Saddam Hussein y Jean-Bédel Bokassa.

Según la autora, todos tuvieron infancias difíciles, padres malvados de ceños fruncidos y madres sumisas de ojos dulces, y fueron sometidos a violencia doméstica y humillaciones de todo tipo, aunque siempre lograron conservar características en común: don de mando, carisma, decisión y coraje frente a situaciones adversas, y una crueldad sin límites ante sus súbditos. Y parece no importar si Chalmet no logra descubrir los eventuales enlaces entre unos meses que debió pasar Pol Pot encerrado en una pagoda y los tres millones de camboyanos muertos que provocó su reinado, o si los desengaños escolares de Hitler desataron la Segunda Guerra Mundial o si los dos dedos pegados del pie izquierdo de Stalin causaron la muerte de millones de agricultores rusos.

Todas estas historias, breves, ingrávidas, se interrumpen cuando el niño, ya un hombre hecho y derecho, por razones que nunca se terminan de explicar, asume el mando de su nación, con todas las consecuencias del caso. Pasarse por alto las condiciones políticas, sociales y económicas que permitieron los irresistibles ascensos de estos siniestros personajes es una falla intolerable que Chalmet no debería permitirse, por más que esté segura de que el tema y el título del libro cosecharán algún éxito de ventas.

LA INFANCIA DE LOS DICTADORES, de Véronique Chalmet. Gedisa, 2019. Barcelona, 173 págs.

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