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Humor lúcido y desencantado

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Kurt Vonnegut

Madre noche es la mejor novela del novelista norteamericano, y también la más autobiográfica, pues toma como base sus experiencias como prisionero en Alemania durante la Segunda Guerra.

Tres moralejas adelanta Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922- Nueva York, 2007) en la introducción del libro. La primera: “somos lo que fingimos ser, así que debemos tener cuidado con lo que fingimos ser”. Las otras: “cuando estás muerto, estás muerto” y “haz el amor cuando puedas. Es bueno para tu salud.”.

Hay más. Con su humor lúcido y desencantado, que combina acidez y piedad por la insignificancia humana, con su prosa que lleva a leerlo de un tirón, aunque cuente las cosas más atroces, con su capacidad para presentar de modo creíble las situaciones y personajes más ridículos, Vonnegut construye una sólida novela moral. En ella deja claro que hay medios que ningún fin justifica. Que la guerra saca lo peor de los hombres y sin embargo, aún en los casos más monstruosos, queda algo de bondad (y/o de estupidez), que lejos de redimir subraya la monstruosidad. Que en la guerra no existe “bando bueno” (y esto lo sabe el autor por haber vivido, como prisionero en la Segunda Guerra Mundial, el bombardeo aliado a Dresde, ciudad sin importancia militar). Que con guerra o sin ella padecemos –a veces por opción– una especie de esquizofrenia, no exenta de hipocresía, que nos permite justificar nuestros peores actos.

El personaje central de esta novela, Howard W. Campbell, Jr., es un norteamericano radicado en Alemania desde 1923 cuando tenía doce años, al trasladarse a ese país su padre, ingeniero de General Electric. Construye en ese país y en alemán una carrera prometedora como dramaturgo. Se casa con Helga, una actriz para la que escribe y con la que construirán un “Reich de dos personas” que será para ellos lo único que importe de veras, en medio del nazismo y la guerra. En 1938 Campbell aceptará espiar para los EE.UU. Deberá involucrarse con el régimen nazi, volverse uno de sus propagandistas e intercalar en sus mensajes radiofónicos informaciones en clave por medio de énfasis, toses, carraspeos y modismos que le fueron previamente indicados (sin explicárselos). Y esta es la paradoja: por hacer un bien que no entiende, deberá hacer un mal que sí puede comprender, pues sus emisiones son de alto voltaje antisemita, verdaderos crímenes contra la humanidad.

Tras la guerra, Campbell queda en un limbo. Su gobierno lo ayuda a esconderse, pero sin reivindicarlo, porque sus crímenes son innegables. Sobrevive con los escasos réditos de la herencia de sus padres, muertos de vergüenza por los actos del hijo. Vive para recordar a su esposa muerta. En total soledad se abre a un vecino, pintor aficionado, que se hace su amigo. Este resulta ser un espía soviético que armará una trampa para descubrirlo y mostrar qué clase de criminales encubren los EE.UU. Ahí comienzan los mayores disparates. Expuesto, será héroe para una minoría de locos fascistas –que incluye al “Führer Negro de Harlem”– y una bestia para la mayoría de sus conciudadanos, al tiempo que Israel reclama su extradición. El resto no ha de contarse, pues el humor y la hondura reflexiva que el texto alcanza a partir de ese punto sólo se aprecian en la lectura directa.

Un apunte cinematográfico: vale la pena ver la película basada en este libro, Mothernight, de 1996, con guión de Kurt Vonnegut, dirigida por Keith Gordon, y con grandes actuaciones de Nick Nolte, Alan Arkin, y el propio Vonnegut interpretando un pequeño papel. Otro: hay un aire de familia entre el espía ruso de esta novela y el Coronel Abel, que interpreta Mark Rylance, en El puente de los espías (2015, dir. Steven Spielberg, con protagónico de Tom Hanks).

MADRE NOCHE, de Kurt Vonnegut. La Bestia Equilátera, 2016. Buenos Aires, 240 págs.

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