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"Estoy en guerra contra lo políticamente correcto"

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Richard Fariña. Foto: Ariel Colmegna.

Los huesos gigantes de la megafauna hallados en Arroyo del Vizcaíno tuvieron un efecto inesperado sobre la comunidad de Sauce.

HACE CASI 20 años en Sauce, una localidad a 35 kilómetros del centro de la ciudad de Montevideo, se encontró uno de los yacimientos de fósiles de mamíferos gigantes más grandes del continente y, por si fuera poco, algunas "marcas" en los huesos hallados hablan de una probable presencia humana... hace 30 mil años.

En estas dos décadas la comunidad de Sauce, las autoridades, el mundo académico, la prensa y una parte del Uruguay participaron de forma directa o indirecta en la recolección, clasificación, conservación y validación científica de las miles de piezas halladas. Un proceso donde expertos científicos, vecinos, autoridades, maestras, profesores, estudiantes o propietarios de campos linderos —con formaciones e intereses disímiles— hicieron causa común para hacer suyo ese patrimonio en términos simbólicos.

Richard Fariña, paleontólogo, profesor de la Facultad de Ciencias (UdelaR) y protagonista de este proceso, acaba de publicar junto a Agustín Courtoisie el libro Historia reciente del poblamiento remoto, Los hallazgos del Arroyo del Vizcaíno, Sauce. La charla comenzó hace muchos meses en la edición de TEDx Cabo Polonio 2015, y terminó con la edición del libro.

METIDO EN EL BARRO.

—De forma curiosa el hallazgo comenzó con una sequía en el Arroyo del Vizcaíno, en enero de 1997.

—Claro. Desapareció el agua que protegía a los fósiles. De no haber sido así el yacimiento no existiría. Habría sido erosionado, vandalizado. La noticia me llega a través de una nota de El País, de Elbio Rodríguez Barilari. Yo ya estaba trabajando en la estimación de masa —el tamaño— de un perezoso gigante que se había encontrado allí. Los pobladores de Sauce habían hecho el hallazgo y se comunicaron con la profesora de ciencias y otros profesores del liceo. Además habían intentado comunicarse con nosotros, pero era enero y estábamos de licencia. Apenas pude fui a estudiar ese material y encontré un ejemplar bastante completo de ese perezoso como para tomar medidas. Ante la invitación de ellos ahí me incorporé. Uno de los estudiantes que estaba allí, Reinaldo Castilla, entendió el desafío y como que asumió un poco el liderazgo de la cuestión. Era él entre muchos otros entusiastas adolescentes que apoyaron todo, y que hoy son hombres y mujeres de treinta y pico.

—Pero la sequía se fue, y el agua volvió. ¿Cómo trabajaron estos años?

—Cortando el flujo del arroyo. Se hace una represa y se bombea el agua de forma permanente, porque hay un manantial. Siempre trabajás en el barro, todo mojado. La logística del yacimiento es bastante complicada.

—En medio del campo, además. Un entorno hostil, con alimañas, víboras. ¿Entrás con botas antiofídicas?

—No, de short nomás.

YACIMIENTO ÚNICO.

—¿Qué hay en el lugar?

—Un conjunto de integrantes de la megafauna.

—Dinosaurios.

—No. Los dinosaurios, excepto las aves que, como sabemos, son sus descendientes, se extinguieron hace 65 millones de años. Esto tiene 30 mil, es sólo una fracción muy pequeña de tiempo en términos paleontológicos. Pero allí hay un conjunto de mamíferos importantísimo, con muchos ejemplares de esos perezosos gigantes que, hoy en día, viven en los árboles más altos de la Amazonia y otras selvas americanas, colgados de ramas muy altas. Pesan tres, cinco kilos. Estos que encontramos son de tres o cuatro toneladas. No merecerían el nombre de perezosos, porque se ven las inserciones musculares que dejan su marca en los huesos, lo que evidencia una musculatura muy desarrollada. Nada de andar colgado de los árboles. También encontramos otros miembros de la megafauna como gliptodontes, parientes de los armadillos, de peso mayor a una tonelada. Encontramos un caballo fósil, el colmillo de un tigre diente de sable...

—Son huesos sueltos. ¿Consiguieron un ejemplar completo, único?

—No. Una vez armamos un esqueleto en una muestra que hicimos en un local de Sauce, donde pusimos todos los huesos clasificados por año de colecta y unidad anatómica, sea cráneo, omóplato, etc. Pero ese ejemplar completo era un Frankenstein, con partes de diversos bichos.

—¿Este yacimiento es único?

—No. Los hay más espectaculares, como el del Rancho La Brea en el centro de Los Ángeles, a veinte cuadras de donde las estrellas de Hollywood dejan sus marcas en el piso. Originalmente era un conjunto de pozos de brea, porque allí mana petróleo, lo más volátil se evapora, y queda lo más pesado que es la brea. Quedaron atrapados hace 50 mil años animales, plantas, y allí se trabaja desde hace muchos años. Yo estoy tan contento con mis miles de ejemplares, y ellos vienen colectando desde principios del siglo XX, tienen tres millones y medio de piezas. Sin embargo para Uruguay este yacimiento es único. En América del Sur hay alguno más, en Minas Gerais. Pero este es muy importante.

—Con una impresora 3D podrían generar las piezas faltantes de un esqueleto. ¿Te encariñaste con alguno de los bichos? ¿Cuál, de ser posible, tendrías como mascota?

—¡Alguno de los gliptodontes! Quizá Glyptodon...

LA PRESENCIA DEL HOMBRE.

—Hay indicios de que había hombres interactuando con esos mamíferos gigantes, por unas marcas detectadas en los huesos. Para aceptar esas marcas como prueba, hay protocolos a seguir.

—Y muy exigentes.

—¿Quién vio las marcas primero?

—Fue un colega español, Alfonso Arribas. Una noche de invierno, en el liceo de Sauce, agarró una clavícula, la miró bajo la luz mortecina y dijo eufórico "¡Ésto tiene marcas!" (imita la pronunciación ibérica). En ese momento lo estudiamos de acuerdo a los protocolos de la época, pues esas marcas revelaban el impacto de las herramientas en los huesos cuando le cortan la carne al animal cazado. Pero faltaba mucha información de contexto que no podíamos proporcionar, porque no habíamos tenido acceso al yacimiento en el momento de la colecta de ese hueso. Se hizo una publicación en una revista española a un nivel preliminar.

—Es una hendidura en el hueso...

—...que tiene tres características. Una, por ejemplo, es el "efecto hombro", cuando la herramienta corta el hueso. En realidad la persona que corta no quiere que la herramienta toque el hueso, porque se desafila, y las herramientas son costosas...

—¿De piedra?

—Sí, no sabemos cuáles todavía. Falta encontrar un número grande de herramientas. Entonces, al tocar el hueso, al momento del impacto el hueso se comporta como un líquido, de manera instantánea. Queda como una estela que se congela. Reacciona "plásticamente", dicen los ingenieros. El hueso tiene cierta plasticidad, elasticidad, si no se quebraría. Vivo o recién muerto. Entonces al incidir la herramienta las áreas laterales se levantan y dejan como una especie de estela. En el medio queda el surco, y a los lados más levantado. Eso se llama "hombro" y hay una altísima probabilidad de que sea producto de la acción de herramientas humanas. Otros agentes como los dientes, o el pisoteo, dejan impactos en "U". Nosotros encontramos quince marcas en once huesos, de diferentes tipos, lo que se abre hacia una cuestión estadística, de probabilidad de que sean producto del hombre.

—Pero esas marcas son evidencias.

—Sí, pero en ciencia no hay verdad absoluta. A partir de las evidencias se construyen las propuestas. Pero la realidad indica que ninguna discusión sobre los hallazgos de Arroyo del Vizcaíno debe soslayar el tema de las marcas. Yo si encuentro —de hecho sigo encontrando— evidencia a favor de la presencia humana, la voy a seguir publicando. Y si me aparece en contra, también la publicaré.

—¿De qué humanos estamos hablando?

—Homo Sapiens, como nosotros.

—Enfrentados a bichos de muchas toneladas. ¿Cómo hacían?

—Aprovechaban accidentes naturales para despeñarlos, los corrían, los llevaban hasta allí, los hacían caer. Eran tan ingeniosos como nosotros, incluso más inteligentes porque el tonto no duraba mucho. Al mismo tiempo eran menos creativos, porque no podían apartarse mucho de las exigencias que planteaba el ambiente.

—Lo cual rompe también con el paradigma de que aquí no había humanos más allá de 12, 15 mil años. Ahora hablamos de 30 mil.

—Hay otras evidencias como la de Piauí, en Pedra Furada, en el nordeste de Brasil, o en Monte Verde, en Chile. Nosotros tenemos la ventaja de que el mismo objeto que tiene las marcas —o sea la posible evidencia humana— tiene la edad. Se les sacó una muestra para datación por Carbono-14. La asociación es muy estrecha.

—¿Cuál sería una prueba definitiva?

—El hallazgo de restos humanos. Tengo la esperanza de encontrar la falange del descuidado que metió mal el cuchillazo, o el diente del cazador demasiado atrevido, que de un golpe se le cayó un diente. Otros restos humanos no, porque si alguno se murió ahí, en ese acto heroico de intentar dar de comer a los suyos, se lo llevan y lo entierran en otro lado con todos los honores. Uno no tiene el cementerio en el supermercado.

SERVIDUMBRE DE PASANTÍA.

—¿Cuándo tuviste la certeza de que este hallazgo era importante?

—Cuando escribí el primer borrador del proyecto para presentar a la Comisión de Patrimonio. Se lo di a un colega, meses más tarde fui a ver cómo seguía el trámite, y me dijeron que no me podían dar información porque mi nombre no estaba en el expediente. Los colegas quisieron excluirme. Ahí me di cuenta de que valía la pena.

—Muy mediocre el accionar.

—Desgraciadamente. En esta historia aparece la grandeza humana, la emoción, y también algunas miserias que pululan en la academia, demasiadas a mi entender. Toda la ciencia es una creación colectiva de inspiración individual, y en este caso con sus ramificaciones sociales y culturales, lo cual lo hace más amplio.

—Porque involucró a toda la comunidad local, la de Sauce.

—Sí, es un proceso de casi 20 años que involucró a todos, y que trajo conflictos. Yo por ejemplo me pongo en el lugar de la familia Valetto, que fue protagonista del hallazgo, y también propietarios del campo, y a raíz de eso se les llenó el lugar de gente que iba y venía sin pedir permiso. También con la familia González, y con Jorge y Elena Rizzo, con quien desarrollamos una gran amistad. Ese tema se resolvió legalmente, nosotros tenemos algo así como la servidumbre de pasantía en términos legales, pues ese yacimiento forma parte del patrimonio uruguayo. Ahora, ¿eso quiere decir que los vamos a avasallar? De ninguna manera. Todo esto nos enseña a empatizar con el otro, aprender de los puntos de vista del otro, lo cual a veces no es fácil pero siempre hay que intentarlo. Y sobre todo tener claro que no todos tienen la lucidez y las herramientas suficientes para encontrar la solución a las paradojas que el proceso genera.

VALIDACIÓN.

—Más allá del barro, los voluntarios y los baqueanos, tenés que convencer a tus colegas de la importancia de estos hallazgos.

—Mirá, los científicos somos escritores. Uno puede hacerse el Indiana Jones un par de semanas al año, pero a la hora de persuadir a los colegas uno lo hace de forma escrita.

—Colegas que a veces te tiran con todo.

—Recuerdo un debate muy polémico, allá por el 2013, en el Museo de Arte Precolombino e Indígena. Un arqueólogo había escrito una ponencia descalificadora sobre este proceso titulada "Falta de evidencias y exposición mediática. ¿El primer reality de la ciencia en Uruguay?" Fue muy ordinario.

—¿Dolió?

—Yo no tengo problema, soy un samurai. Pero prefiero las críticas duras de aquellas personas que al menos se molestaron en leer el artículo, que en este caso lo había publicado una prestigiosa revista inglesa. Son debates que no aportan nada. Ahora aclaremos: soy un ronin, un samurai sin señor.

—Un desclasado.

—Con el mismo código de honor, pero sin señor a quien servir. A mí me gusta el conflicto, porque creo que del conflicto sale la verdad. Yo no busco pendencia, pero nunca la rehuyo, porque tengo la convicción que de ese enfrentamiento surge la síntesis. Lo políticamente correcto, tan en boga hoy en día, impide eso. Prefiero el conflicto de alta calidad, las críticas a mi metodología, a las conclusiones, a la lógica empleada, a las falencias porque no busqué tal o cual evidencia. Pero que me digan que es un reality...

—El peor enemigo vendría a ser, entonces...

—¡La estupidez! Yo estoy en pie de guerra contra lo políticamente correcto. Prefiero a la rectora de una universidad que dijo que no iba a contratar docentes homosexuales. Ahora la persona que la sustituyó, ¿no piensa igual? Quizá no sean conscientes de que podrían perderse, por ejemplo, a un Oscar Wilde como docente. Bueno, yo prefiero a la rectora que dio su opinión, porque tengo entonces oportunidad de confrontar, y si soy homosexual, saber que ahí no voy a ir a pedir trabajo. Yo quiero recuperar la libertad de expresión, y poder decir lo que pienso.

NOTA: El libro Historia reciente del poblamiento remoto (Intendencia de Canelones) es gratuito. Se puede solicitar en el Centro Cultural Casa de Artigas de Sauce.

Richard Fariña. Foto: Ariel Colmegna.
Richard Fariña. Foto: Ariel Colmegna.
Sebastián Tambusso sostiene el gran fémur del perezoso gigante Lestodón
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Lestodón
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Gliptodonte
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Megafauna
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Con el paleontólogo Richard FariñaLászló Erdélyi

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