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Gigantes que nunca perdonaron

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Irma, Katia y José tienen antepasados que los antiguos cronistas españoles describieron

Los huracanes y sus viejos cronistas

Casas, navíos, árboles, gentes, todo fue siempre doblegado por el letal torbellino, y desde tiempos inmemoriales. El antropólogo Daniel Vidart, que vivió 11 años en el Caribe, invoca a los viejos cronistas españoles que relataron los desastres, y explica los orígenes indígenas del término "huracán".

El viento, inocente y tranquilo en la brisa, se transforma en una terrible deidad en las trombas marinas, en los huracanes estacionales del Caribe, en los simunes del Sahara, en los tifones del Mar de la China, en las feroces arremetidas de los cuarenta bramadores nacidos en la Antártida y en los vendavales, esos vientos de abajo que tienen nombre occitano pero cuya presencia es universal. Las catástrofes ocurridas año tras año nos recuerdan que los humanos estamos indefensos ante el empuje feroz de los aires agitados, y no ya por Eolo, como cuenta la mitología clásica, sino por los ciclones que se trasladan de las zonas de alta a las de baja presión atmosférica.

Empédocles, uno de los viejos filósofos presocráticos griegos, afirmaba que el origen del Cosmos, en el cual está incluido nuestro planeta y todo cuanto hay en él, ya animado, ya inanimado, se debía a la presencia de cuatro elementos fundamentales: aire, fuego, tierra y agua. Pero así como constituyen fuerzas creadoras estos elementos son también entidades destructoras. Antes de Empédocles de Agrigento, Tales de Mileto, el filósofo distraído que cayó a un pozo por contemplar el cielo y sus nubes, había expresado que el arjé, principio de todas las cosas, era el agua. Pero el agua puede ser también el fin de todas las cosas como sucedió y sucede en el Caribe y sus zonas costeras, con la violencia enloquecida de sucesivos huracanes. Y parece que no se detendrá la catástrofe sobre los hermanos caribeños que, víctimas sempiternos de la pobreza y el hambre, y mal cubiertos por destartaladas techumbres, sufren y mueren bajo este azote inclemente.

Katrina y Rita, aquellas hermanas asesinas cuyo azote destruyó vidas y haciendas en el sur de los EE.UU. hace algunos años -cuando el por entonces presidente de los EE.UU. George Bush se desentendió con desidia criminal de los negros del sur- no llegaron solas y de la mano, como airadas y aéreas mensajeras de la muerte. Fueron apenas dos eslabones de una larga cadena de catástrofes que vienen desde el fondo de los tiempos.

EL ORIGEN DEL TÉRMINO.

Existen antiguas noticias acerca de esos huracanes que se manifiestan con todo su poderío entre los meses de mayo y noviembre. Unas provienen de las fuentes indígenas, cuya mitología vincula el furor del huracán con los espíritus malignos, como se cree entre los arawacos y caribes isleños. Por su lado los mayas-quiché lo identificaban, en la relación primera del Popol Vuh, la que trata del Génesis, con el corazón del cielo, divinidad creadora del hombre y de la vida .

Otras informaciones son proporcionadas por los cronistas e historiadores españoles de la conquista. Ellos recurrían a comparaciones para nombrar con voces de su idioma a cosas o fenómenos desconocidos en Europa. Así llamaron trigo-turco al maíz, turma (testículo en latín) a la papa, vaca corcovada al bisonte, carnero de la tierra a la llama, chancho de monte al pecarí o zaíno, y la lista sigue. Pero ante la grandiosidad aterradora del huracán, que por vez primera conocieron en el arco isleño de las Antillas, se atuvieron a la voz indígena, cargada con una tradición de terribles mortandades y desastres y, a la vez, portadora de mitos y de símbolos. De tal modo el designatum “huracán” quedó como tal, preservado por la dialéctica sagrada del denotatum, que a la vez comprendía la creación y la destrucción, el principio y el fin de los destinos terrenales.

Los antropólogos e historiadores no coinciden ni en la etimología de la voz huracán ni en el pueblo indígena que así lo designó por vez primera. Unos sostienen que fueron los indios antillanos quienes le dieron ese nombre al dios de las tormentas; otros suponen que a partir del panteón maya-quiché la designación de este dios de un solo pie, o sea unípede, se difundió por todo el Caribe. En quiché el nombre hurakan significa una pierna, pues de tal manera se concibió, desde las metáforas del pánico sagrado, a ese monstruo que caminaba despacio y pisaba fuerte con su única pata de agua diluvial y viento enloquecido.

En el Popol Vuh, la recopilación de narraciones míticas maya-quiché, se dice que “de esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que este es el nombre de Dios, y así es como se llama [....] Entonces se manifestó con claridad [....] que cuando amaneciera debía aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Hurakan”. ( 1)

Esta sonora palabra ha sido dotada de diferentes significados por aquellos filólogos de Occidente que aprendieron y tradujeron (y a veces muy mal) las lenguas indígenas. Ximénez, fiel a la etimología maya-quiché, sostiene que quiere decir "una sola pierna"; Brasseur de Bourbourg se inclina por "una voz que muge"; Recinos opina que corresponde considerarla como equivalente a "grande" o "largo", dado que en quiché, según él traduce, eso es lo que expresa la voz rakán, y para confirmar tal interpretación se remite al Padre Coto, quien otorga al término el significado de “cosa larga, cordel”. ( 2 )

Dios de las tempestades, bestia con un solo pie que arrastra su espiral sembrando la destrucción -reminiscencia del caos primario, donde todo se confundía en un abismo convulso y síntesis de las lejanas divinidades indostánicas Vishnú y Siva, que reinan en las antípodas- el huracán, para el indio que padece y teme su perverso poderío, se viste con los atributos del Demonio, del Espíritu del Mal. Y así lo expresa Schuller al enumerar los términos que utilizan para designar a las potestades satánicas las tribus residentes en la zona circumcaribe de América. En tal sentido los galibi dicen yuracán; los garibisi, yerucán; los ipurocoto, yureca; los chayma, yorocan. ( 3 )

Todo cuanto se refiere al universo simbólico sigmoidal engendrado en el área del Caribe por este aterrador fenómeno atmosférico puede leerse en el famoso libro de Fernando Ortiz dedicado al tema, El Huracán. Su mitología y sus símbolos. ( 4)

LOS ANTIGUOS CRONISTAS.

Quien dio noticias por vez primera acerca del huracán fue Pietro Martire D¨Anghiera, humanista italiano residente en la corte de los Reyes Católicos donde no solo españolizó su nombre, transformándolo en Pedro Mártir de Anglería, sino que se convirtió, además de educador de nobles, en algo así como el primer periodista de la conquista de las Indias Occidentales. (5) Pero como no fue testigo presencial de los hechos que narra, sino un esculcador de memorias, de verdaderos o falsos relatos e inventadas hazañas de marinos y viajeros escuchadas en las tabernas portuarias, es ineludible citarlo para llegar a quienes contemplaron y sufrieron los efectos de los huracanes caribeños.

Fernández de Oviedo describe en tres capítulos de sus libros los diabólicos efectos de los huracanes caribeños. En el Sumario de la Natural Historia de las Indias, escrito en l526 en Toledo, sin otro auxiliar que la memoria pues Carlos V le había pedido que sintetizara lo que llevaba escrito en América, el español ofrece una visión primeriza de aquel viento asesino, preñado de lluvia, que giraba sobre si mismo embistiendo primero desde un cuadrante, serenándose al llegar al ojo de la tormenta y empujando luego desde el cuadrante opuesto. He aquí sus palabras: "Asimismo, cuando el demonio los quiere espantar, promételes el huracán, que quiere decir tempestad; la cual hace tan grande, que derriba casas y arranca muchos y muy grandes árboles; y yo he visto en montes muy espesos y de grandísimos árboles, en espacio de media legua, y de un cuarto de legua continuado, estar todo el monte trastornado, y derribados todos los árboles chicos y grandes, y las raíces de muchos de ellos para arriba, y tan espantosa cosa de ver, que sin duda parecía cosa del diablo, y de no poderse mirar sin mucho espanto. En este caso deben contemplar los cristianos con mucha razón que en todas las partes donde el Santo Sacramento se ha puesto, nunca ha habido los dichos huracanes y tempestades grandes con grandísima cantidad, ni que sean peligrosos como solía". (6)

No obstante su estilo machacón y desaliñado, Oviedo se hace entender bien y, por añadidura, se las ingenia para ponderar el exorcismo con que el Espíritu Santo conjuró a las turbonadas ciclónicas, espantándolas o achicándolas. Él residía en la antillana isla de la Española, hoy bipartida entre Haití y la República Dominicana. Allí pudo recoger el testimonio de quienes sufrieron los embates del huracán del 3 de agosto de 1508. Este meteoro desenfrenado "derribó todos los buhíos o casas de paja y muchas construcciones de materiales sólidos quedaron muy dannificadas y atormentadas. Tan feroz era su empuje que no aprovechó ninguna industria ni prudencia de los hombres pues se precipitó sobre las naves donde todo se rompió, llevándolas primero mar adentro con el viento norte y luego haciéndolas dar de través en la costa con el viento sur. Por ello se ahogaron muchos hombres y para colmo de males la tormenta duró veinticuatro horas, desde el mediodía del miércoles hasta el mediodía del jueves. Llevó a muchas personas el viento en peso, sin tocar ni poderse tener en tierra y a muchos descalabró e lastimó malamente".

Casas, navíos, árboles, gentes, todo fue doblegado, removido, segado, empapado y arrastrado por aquel letal torbellino que espantó y diezmó por igual a los indios y a los españoles. Los sobrevivientes a este tremendo episodio narraron año tras año, sin olvido, los horrores padecidos durante el huracán y las secuelas de muerte, heridas, hambre, enfermedades y pestes que sobrevinieron luego de su paso. (7)

La narración relacionada con el huracán del año de 1509 insiste en los aspectos náuticos de las pérdidas, pues se hundieron alrededor de veinte carabelas cuyos cargamentos valían más que la obra muerta de los navíos. Pero no agrega mucho a la vívida descripción del siniestro anterior, y de paso conviene expresar que en el hemisferio norte estos tornillos aéreos giran de derecha a izquierda, mientras que en el hemisferio sur se invierte en su marcha, y todo por efecto de la rotación de la Tierra. (8)

La tercera vez que el huracán concita su asamblea de calamidades toca de cerca al historiador Fernández de Oviedo, quien es testigo de "los gravísimos daños provocados por las tormentas de agosto y setiembre de mille quinientos e cuarenta y cinco años, las que atropellaron con tanto ímpetu que muchos buenos ánimos de hombres enflaquecieron, viendo que todo iba de mal en peor". A la consabida secuela de naufragios, casas destruidas, bosques derribados, gentes colgadas en la copa de los árboles, ganado perdido y demás desastres concomitantes, Fernández de Oviedo agrega refiriéndose a sus bienes que "a mi me derribó en el campo en mi heredad siete u ocho buhíos o casas, e perdí toda la labranza e arboledas". (9)

DE AYER A HOY.

Lo sufrido desde hace milenios por las tierras y hombres indígenas del área caribeña, y vuelto a experimentar por los españoles de la Conquista o viajeros que narraron de primera o segunda mano esos nunca vistos meteoros (Bartolomé de las Casas, du Terte, Charlevoix y otros testigos presenciales o curiosos preguntones), se debe a las condiciones naturales de una zona crítica donde el calor, la humedad, las depresiones atmosféricas, las superficies marinas y la rotación de la tierra entran en alianza sistémica para dar vida y fuerza a esos espantosos meteoros que, según lo promete la actual crisis ambiental del planeta provocada por una industrialización capitalista desenfrenada, serán cada vez más frecuentes, más violentos y mas destructores.

Un geógrafo cubano, corroborando los desastres del pasado y las tragedias del presente escribió así en 1971: "Aunque los datos correspondientes a los primeros siglos coloniales no son muy precisos, ha sido posible recopilar noticias sobre ciclones que han afectado a Cuba. A partir de 1494 hasta 1941 sumaron 158 los que pasaron por la isla o tan cerca de ella que sus efectos fueron registrados". Pero la presencia humana y las objetivaciones materiales de la cultura, que no siempre es un producto social constructivo, agregadas a los crecientes efectos del cambio atmosférico, modificaron estos guarismos: en el área que incluye al Atlántico Occidental, Mar Caribe y Golfo de México el número de huracanes y tormentas anuales registrados desde 1874 han oscilado entre un mínimo de dos en 1929 a un máximo de 21 en l933. Cuenta luego que el más costoso en vidas humanas fue el huracán que arrasó la población de Santa Cruz del Sur el 9 de noviembre de 1932, matando la escalofriante cantidad de 2.500 personas por culpa de una ola de cinco metros de altura que penetró país adentro. (10) Hoy Cuba ha aprendido a luchar contra estos vientos endemoniados. Cuando soplan, matan poca gente.

Referencias
( 1 ) Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché. Traducción, introducción y notas de Adrián Recinos. Fondo de Cultura Económica, México 1947, p. 80
( 2 ) Id. ibid. Nota de Recinos en las págs. 80-81.
( 3 ) Fernando Ortiz. El Huracán. Su mitología y sus símbolos. Fondo de Cultura Económica, México, 1947, pág. 98
( 4 ) Id. Ibid.
( 5 )Pedro Martir de Anglería. Décadas del Nuevo Mundo. Selección, prólogo y notas de Daniel Vidart. Colección Descubrimiento y Conquista. Vol. 8 y 9. La República, Montevideo 1992
( 6 ) Gonzalo Fernández de Oviedo. Sumario de la natural historia de las Indias. Fondo de Cultura Económica, México, 1950, pág. 130.
( 7 ) Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia general y natural de las Indias. Atlas, Madrid, 1959. Tº 1º, Libro Sexto, cap .III , págs. 146-149
( 8 ) Id. Ibid.
( 9 ) Id. Ibid. Tº 5º. Libro L .cap. XXVII, págs. 407-410
( l0 ) Levi Marrero. Cuba : economía y sociedad. 1. Antecedentes. Siglo XVI : la presencia europea. Playor, Madrid, 1993 (segunda reimpresión) pág. 17.

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